Teresa Lainez, 49 años en la zapatería Basoco
Se estrenó tras al mostrador con 14 años y se jubila casi medio siglo después en uno de los comercios que resiste el envite de los grandes
- Pilar Fernández Larrea
Teresa recuerda perfectamente las sandalias blancas que su madre le compró en la zapatería Basoco hace 49 años. Y también la pregunta que hizo al comerciante: “¿No necesitarán una chica?” Sí, buscaban una dependienta y Teresa Lainez Larumbe, con sus 14 años y recién acabado el colegio, comenzó a trabajar en el mismo mostrador en el que se ha jubilado este 30 de diciembre, en el penúltimo día del año, con 63 años y nueve meses y ganas de exprimir el tiempo.
Teresa Lainez nació en la Txantrea, en una familia de seis hermanos, “cinco chicas y un chico”. Estudió en las Salesianas y después Costura. Lo compaginó con el trabajo en la zapatería, en la calle del mismo nombre de Pamplona, en una de las arterias comerciales del Casco Antiguo que languidece en una cascada de cierres que no acaban de encontrar relevo. En ese paisaje, la zapatería Basoco es un establecimiento con historia, ahora atendido por la segunda generación de la misma familia, con el encanto del comercio de siempre, el alma de las ciudades. “La inauguró el padre de los actuales dueños, hace 51 años, dos antes de entrar yo. Para mí son como de la familia, a mis jefes los he visto crecer, siempre me he sentido bien tratada. Es cierto que en tantos años hay de todo, pero me voy contenta, me ha gustado también el trato con la gente y te haces al comercio. No tengo más estudios que los primarios, pero la vida te enseña a saber estar, a hablar, a tratar a las personas”, repasa amable Teresa Lainez, entre paredes forradas de calzado para diferentes gustos y bolsillos. “Hay variedad, distintos precios y zapatos de casa, de trabajo, de calle...”, describe y apunta cómo han cambiado los navarros la forma de calzar los pies. “Ahora se tiende al calzado más cómodo, apenas se venden piezas de vestir, si no es para alguna ceremonia, pero no para diario”, subraya la principal diferencia. El comercio se ha adaptado a las tendencias, también su espacio físico. “Antes había seis mostradores pequeñitos, cada uno con sus sillas, y el cliente te indicaba lo que quería en el escaparate. Le sacabas ese par y seis más. Ahora está todo expuesto, normalmente las personas mayores quieren que les atiendas y te preguntan y los más jóvenes prefieren mirar por su cuenta y si les interesa algo lo demandan”, sostiene. Recuerda clientes de toda la vida. “Luego han venido sus hijos y ahora los nietos”, dejará atrás Teresa muchos buenos momentos que a buen seguro le acompañarán en la nueva andadura.
LAS CHICAS DE LA VILLAVESA
Cuando se casó, Teresa se instaló en Barañáin y la villavesa ha sido su medio de transporte para llegar cada día al centro, mañana y tarde. “En el autobús coincidía con varias mujeres que trabajan en comercios y al final hicimos amistad, tanta que ya somos las chicas de la villavesa y una vez al mes quedamos para cenar. Esa es otra de las cosas bonitas que me llevo”, repara Teresa, con su mirada de buena gente, zapato plano color burdeos, sentada en uno de los asientos de la zapatería, poco antes de levantar la persiana una tarde de esta Navidad.
Teresa confía en que el pequeño comercio sobreviva a los gigantes que llegan como apisonadoras. Y se queda con lo bueno, aunque los horarios son complicados para la conciliación familiar. “No podías ir a ver actuar a los hijos al colegio, en fin, pero los domingos los exprimía y es cierto que tampoco madrugas. Por eso, aunque estoy bien de salud, he optado por jubilarme algo antes. Valoro mucho el tiempo”, explica que en adelante se dedicará a las cosas que no ha podido hacer en estos años y al menos en las primeras semanas disfrutará de no poner el despertador, de no tener prisa en “dejar la casa preparada” antes de ir al trabajo. Seguirá con la costura que tanto le relaja y cogerá la villavesa, camino de la Txantrea, para visitar a su madre, aquella señora que puso a la hija en la senda laboral, seguramente sin imaginar que el mostrador de la zapatería sería el empleo de su vida. “Y vendré a comprar”, se despide Teresa Lainez.
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