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Relatos a pie de calle

Ángel Recarte, un médico con recortables en la mesa

El traumatólogo Ángel Recarte Pérez de Ciriza se jubila este martes y cierra un periplo profesional que empezó en la Seguridad Social y acaba después de 23 años en Mutua Navarra

Ángel Recarte Pérez de Ciriza, en el quirófano donde operará por última vez el martes. J.P. Urdíroz

Ángel Recarte Pérez de Ciriza es un médico con recortables encima de la mesa, con huesos en el cajón y un libro raído de tanto usarlo junto al ordenador. Es un manual de Traumatología y Ángel echa mano de él, de los recortables, de los huesos y sobre todo de sus manos y de su mirada cercana para explicar a los pacientes su dolencia. En pocos días deberá recogerlos. Ya no tendrá más consultas, ni operará en el quirófano que tanto le ha gustado. Este martes 15 de noviembre se jubila después de una densa trayectoria en la Seguridad Social primero y en Mutua Navarra, 23 años. Ese último día le espera una cirugía larga, una artroscopia de hombro por rotura del manguito rotador.

Ángel nació en Artajona en una familia de agricultores. Estudió en la escuela del pueblo, luego en el Seminario en Pamplona, un año en el instituto de Tafalla y Medicina en Zaragoza. En cuanto a su vocación, entiende que “algo habría tenido que ver Rogelio Nalda, un médico súper querido que hubo en Artajona”. “Hemos salido varios médicos en el pueblo”, apunta y se recuerda de niño en los días de matanza del cerdo en casa, cuando se detenía en los órganos del animal. “Me gustaba la anatomía comparada con los libros de Bachiller”, sostiene.

Sus primeros años los dedicó a la medicina rural en Mendigorría, Tafalla, Artajona y Larraga. Pero en las prácticas del Hospital de Navarra le enganchó la Traumatología, con el doctor Huici, y decidió hacer el MIR en esta especialidad. Trabajó en Ubarmin y concluida esta etapa, seis años en Asepeyo y luego otro más en el hospital García Orcoyen de Estella. “Estuve allí súper contento junto al doctor Muñoz”, menciona. “Pero siempre iba deprisa, porque me gusta ser puntual y decidí salir pronto para llegar con tiempo, me encontraba con que a las 7.30 ya estaba allí”, describe que en esas andaba cuando le ofrecieron un trabajo en Mutua Navarra. Hizo una oferta “rechazable”, pero se la aceptaron. “Y entonces no me pareció honesto renunciar”, resume cómo llegó a donde se retira como director médico. De la Mutua, explica, le “fascina la prontitud de la medicina”. “En la Seguridad Social tenía que ver veinte pacientes, más lo que metía por encima porque no quería alargar la lista de espera. Si pedía una resonancia, tardaba mucho tiempo, aquí hay veces que la hemos hecho en el día y en contacto directo con el radiólogo. Eso no tiene precio y creo que el paciente trabajador desconoce el valor que supone”, reflexiona.

Confiesa Ángel Recarte que se ha dedicado “en cuerpo y alma a la Mutua”, donde atienden accidentes laborales y enfermedad profesional y la común, si así lo solicita la empresa. “No quería descuidar la parte asistencial y muchas veces dejaba para la tarde la administrativa”. Ha estado contento. “Pero mi ciclo aquí ya ha acabado”, señala de un periplo profesional condicionado por encrucijadas en las que pudo la honestidad, frente a la posibilidad de desarrollarse en proyectos a los que renunció. “El equipo quirúrgico de los traumatólogos es una maravilla”, vuelve a apoyarse Ángel en otro compañero, en este caso Pedro Lecumberri. “Trabajaba en Asepeyo, lo conocí allí y le animé a venir. Se decidió y sin él yo no hubiera podido hacer lo que he hecho. Nunca se ha quejado de nada”, subraya del compañero .

Recarte no teme aburrirse a partir del martes. Le faltarán horas. Habla con la ilusión de un niño en la noche de Reyes del tiempo que podrá dedicar a la bici. Monta los fines de semana o vacaciones, unos 12.000 kilómetros al año, en adelante espera pedalear más. Visita a su padre en Artajona prácticamente a diario. Su madre, María Paz, murió el 3 de octubre y del cuello de Ángel cuelga su medalla de la virgen de Jerusalén. Se emociona el hijo. Llora la pérdida y se disculpa. Dice que era muy de su madre y también “muy de Artajona”. Le gustaba ayudar a su padre a cosechar, bandear las campanas en la torre de la iglesia, como hacía él; las fiestas, la procesión; le gusta el trato cercano. Tal vez por eso no entiende la telemedicina, “salvo para cosas puntuales”. Apuesta por la formación. “Hay que perder tiempo en ella”, entrecomilla y subraya la importancia de las sesiones clínicas, o siquiera de un cámara café. “Aunque estés diciendo tonterías, al final siempre acabas hablando de medicina y ese contacto es fundamental”. No descarta algún voluntariado en un futuro. “Mi padre me ha enseñado a trabajar mucho y a ayudar a los demás. Si había alguien descargando sacos había que ayudar, poniendo ladrillos, también. Y aún tengo inquietud por aprender”.

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