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Relatos a pie de calle

Ismael Liras, herrero antes que Caravinagre y campanero

Comenzó a trabajar en el taller que su padre abrió en San Jorge. Desde 2000 continúa en Agustinos el viejo oficio frente a las nuevas formas y participa en tantas tradiciones pamplonesas

Ismael Liras Maestrojuán, con la fragua que su padre estrenó en 1957 J. C. Cordovilla

La ecuación de la trayectoria vital de Ismael Liras Maestrojuán es sencilla: respetar y reconocer la labor de quienes nos precedieron. Con ella camina este pamplonés de 58 años, herrero de profesión y un rostro anónimo en tantas tradiciones de la ciudad:campanero en la catedral de Pamplona, el cuerpo del kiliki Caravinagre en la Comparsa de Gigantes y Cabezudos y las manos para poner a punto la cabalgata de Reyes y el desfile de Olentzero. Parece que sus 24 horas fueran elásticas, pero las amasa despacio y se cruza de brazos un rato, sin reloj, para contar apoyado en una mirada que expresa hondo.

Su relato empieza en 1957, cuando su padre, Ismael Liras Elizalde, 92 años hoy, hijo de un ferroviario de San Jorge, abrió un taller en el barrio. Empezó con un torno en Marcelo Celayeta, en un local que le dejó Josetxo Aranguren. Entonces hacían de todo, “hasta arreglar los palieres de las villavesas”. Ya en las primeras líneas subraya Ismael que, para recicladores, nuestros antepasados. “No se tiraba nada. Se reparaba”, sostiene en la enclenque sociedad de compra, usar y tirar.

Acabada la ‘mili’ Ismael se empleó con su padre. Y en 2000, cuando el barrio de San Jorge se transformaba y las bajeras de los bloques de viviendas dejaban de ser talleres, se trasladaron a una nave en el polígono Agustinos, en suelo de Orkoien. Se han adaptado al siglo, han evolucionado en las formas de trabajar y ahora regenta una carpintería metálica con su hermana en las labores de oficina. Pero sin descuidar la llama de los oficios antiguos. Dejarla apagarse sería como una sentencia de muerte. Sabe que no está lejos el final de los viejos oficios. Pero Ismael es un poco la resistencia, una militancia parapetada frente al trabajo en serie, sin nombre, apellidos y casi sin alma. En ese hacer con mayúsculas cada pieza es única, lo subraya bajito, como si no quisiera vender. Él mantiene la profesión al modo de un funambulista sin red. Llevó la fragua de su padre a la nueva nave, casi como una reliquia, igual que el viejo torno. De vez en cuando les da lustre, enciende el fuego y funde el hierro rusiente contra el yunque. Lo ha hecho hace poco con una verja que le han encargado para un cementerio. Tienen clientes, buenos, de siempre, de los del boca a boca, de los que todavía eligen el trabajo a mano, exclusivo, frente a las grandes superficies o el gigante indefinido de internet. “Al final, lo que sabes es transformar el hierro y esto es algo parecido a la tienda del barrio”, reflexiona.

SUS OTROS OFICIOS

En su tiempo libre, muchas veces regresa al taller, donde ahora desmenuza y repara una vieja villavesa para convertirla en carroza de la cabalgata de Reyes Magos en Pamplona, o bien un remache para el de Olentzero. Y hace poco hizo un badajo nuevo con el que devolver el sonido a la campana muda de San Fermín de Aldapa.

En la comparsa lleva desde 2009, a menudo con el kiliki Caravinagre. Le gusta ese anonimato. “Creo que tengo fotos con todo el mundo en Pamplona, das vida a un personaje y luego tal vez te cruces con esas personas de la foto en la villavesa,, quién sabe”, recrea ese encanto.

Una vez más se trata de reconocer el devenir de quienes estuvieron antes. De las personas que durante más de siglo y medio han conservado, enseñado, y renovado la Comparsa; aunque sea harto complicado encontrar en el callejero pamplonés, lamenta Ismael, la vía que dedicaron a Tadeo Amorena, creador de las figuras.

El mismo misterio de reconocer el trabajo ajeno le sucede con las campanas. “¿Cómo habrían subido a la torre de la catedral una campana de 10.000 kilos? Qué fácil sería ahora, con dos ingenieros de casco blanco y una grúa, qué complicado tirando de cuerdas y con andamios de madera. Y allí está la campana María cientos de años después y los campaneros que se han empeñado en que siga sonando”, describe Ismael Liras, un entusiasta de la ingeniería sencilla. Al campanario de la catedral, recuerda, llegó con Juan Miguel Urtasun, habitual también en la cabalgata. “Al final estamos los mismos en distintos sitios”, sonríe en uno de los pocos mediodías lluviosos de este otoño y acuña:

“No nos hemos hecho ricos, pero hemos comido todos los días”.

La ecuación de la trayectoria vital de Ismael Liras Maestrojuán es sencilla: respetar y reconocer la labor de quienes nos precedieron. Con ella camina este pamplonés de 58 años, herrero de profesión y un rostro anónimo en tantas tradiciones de la ciu

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