Relatos de una niña de la Guerra
Juana Cerrada Vicente, 87 años, residente en la Casa de Misericordia, ganó un concurso nacional de relatos con un texto sobre la pandemia
- Pilar Fernández Larrea
"He sido maestra y sigo siendo maestra. Siempre pensé en los niños de la guerra que no habían podido leer ni escribir. Les enseñaré”. Fue el propósito de Juana Cerrada Vicente desde que tenía 10 años. Lo persiguió y lo edificó, como quien amasa despacio para construir sólido. Con 87 años, dedica el tiempo de la siesta a leer y a escribir, lo que más le gusta hacer. Lo cuenta en la Casa de Misericordia de Pamplona, donde vive desde febrero de 2020 y donde ganó un concurso nacional de relatos con un texto sobre la pandemia. Subrayaba en sus líneas el agradecimiento a todas las personas que les cuidaron. Precisamente la excepcional situación difuminó un premio que Juana desvela en voz baja.
Nació el día del libro de 1935, un 23 de abril, en Madrid. En agosto de 1936, su hermana. “Al poco mi padre murió en el frente, justo al volver del permiso para conocer a su hija. Un año y tres meses tenía yo. Mi madre no quiso separarse de nosotras, se nos ofrecieron asociaciones benéficas, las Hijas de la Caridad, el Auxilio Social... pero nos educó ella y fuimos a la escuela pública por varias razones: la primera, que ella no tenía nada. Eran tres socios en un pequeño obrador de pan. Cuando acabó la Guerra solo quedó el solar y los dos socios muertos. Ella siempre decía: Olvida el pasado y mira al futuro, que en ti no nazca el odio ni el rencor. Lo recordaré siempre”, habla pausado Juana en una de las salitas de la Meca, de una “heroína”, su madre, Julia. Llueve en la calle, en una tarde que el cristal refleja gris y larga, como lo debieron ser aquellos días de posguerra. Dentro, la atmósfera envuelve cálida, en portería atienden las visitas al tiempo que acomodan la llegada de la Navidad.
Juana avanza en el relato, explica en que su madre sabía leer y escribir, pero no tenía “más cultura”. “Quería que estudiáramos y de los 7 a los 18 años fuimos de cantina en cantina y de los 14 a los 18 íbamos a las Franciscanas Misioneras de María, mujeres heroicas que atendían a huérfanos de la Guerra, hijos de presos políticos y de familias muy pobres,conseguían apaciguar aquellas adolescencias que podemos imaginar cómo eran”, rememora serena. “Allí aprendíamos a bordar y según íbamos nos pagaban un sueldo y nos daban de comer”, apunta. Su madre afrontó “como pudo” una academia para que estudiaran Bachiller. “No tengo dinero ahora, pero le pagaré, decía mi madre a don Sebastián, un buen hombre, no lo olvidaré nunca. Ella salía de casa a las 6 de la mañana para limpiar un bar, luego iba a cocinar para una marquesa.. y yo pude ingresar en Magisterio, en el barrio de Chamberí, cogía el tranvía y caminaba, hora y media de ida y otro tanto de vuelta. Feliz, a pesar de todos los inconvenientes”, subraya.
Juana, Juanita en el aula, fue primero maestra rural en Cantabria. Se entregó “tanto” a su profesión que no tuvo tiempo de enamorarse. Tras un tiempo en Málaga recaló en el colegio San Cernin de Pamplona, cuando supo de su modelo cooperativo. “No he visto colegio más profundo, más familiar”, dice del “sitio” donde ha sido “más feliz”.
Cuando Juana se mudó a la Meca donó su colección de más de 300 libros. Pero en su maleta metió uno. Lo saca cuidadosa de su andador. Es ‘El judío errante’ de Alberto Pradilla, periodista y ex alumno de Juanita que le dedicó el libro que guarda como un pequeño tesoro. No ha dejado de leer y agradece la labor de Beatriz, la bibliotecaria de la Casa. “Me gusta mucho Rosamunde Picher, he leído toda su obra; de Pérez Reverte algo, no todo. Sí ‘La carta esférica’... Pero este señor deja siempre a la mujer como un trapo de cocina”, apunta diáfana. Escribir le gusta “horrores”. Las sesiones de terapia ocupacional y las de yoga despertaron aquella afición latente. Colabora con la revista de la Meca donde firma, entre otras, la crónica del disco ‘Voces de Oro’ que han grabado residentes. “Iba a escucharles los viernes, son canciones que llegan al alma”.
“¿Por qué escribí sobre la pandemia? Porque ya ha pasado y estamos vacunados, pero quería agradecer la parte positiva de mujeres y hombres que vivieron con nosotros... Superheroínas que nadie reconoció”, recuerda a todos, desde la psicóloga a los porteros. Y concluye con una reflexión: “¿Por qué el Gobierno no se ocupa de los ciudadanos y abre residencias públicas”. "Hay personas que no puedan pagar, su pensión no es llega, no tienen bienes".
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