Loading...
Relatos a pie de calle

Rufino Jiménez: "Con 11 años mi padre me sacó de casa y me mandó a trabajar"

Criado en Ávila, montó con 17 años en un tren de destino incierto que le dejó en Pamplona. “No sabía si estaba en España, Francia o Alemania”. Salió adelante. Vivir para contarlo.

Rufino Jiménez, en la Casa de Misericordia, frente a un cuadro de Antonio Eslava, parte de la obra 'Las cuatro estaciones'. josé antonio goñi

El relato de Rufino es una senda a la esperanza. Lenta, áspera, sin atajos, pero con vericuetos de luz de personas, en fin, que uno encuentra hasta en el camino más endiablado y afilado. Por su historia, por cómo la cuenta, como si fuera un personaje de una novela de Luis Landero o del mismo Miguel Delibes, conversar con él en la Casa de Misericordia de Pamplona es en cierta medida como abrir las páginas de un libro y sumergirse en una generación entera. Miseria en la posguerra de la Guerra Civil española. “Con 11 años mi padre me sacó de casa”. Así arranca Rufino Jiménez Muñoz, 85 años.

Nació en La hija de Dios, un pequeño pueblo de Ávila de enigmático nombre. “Somos seis hermanos, yo el mayor. Me llevaron a otro pueblo, a una casa a cuidar vacas, a lo que me mandaban. Dormía en el pajar, iba medio desnudo, en verano descalzo, en invierno con unas alpargatas. Nunca vi un duro, no sabía ni de qué color eran”, describe aquella infancia aniquilada antes de tiempo, una juventud despojada de dignidad. “Con 17 años fui a casa y le dije a mi padre que me iba a Bilbao. Me mostró las palmas de sus manos, vacías. “Vete cuando quieras”. Lo entendí rápido. Sin nada, fui a la estación de Ávila y monté en un tren. Era casi medianoche de final de agosto. Desconocía cuál era el destino.

El revisor me pidió el billete. “Nunca he visto uno”, le dije. Y al rato, serían las dos de la mañana, volvió con un bocadillo así y me lo dio. Toma”, marca con sus manos un tercio de barra. El ferroviario le explicó que el tren iba a Pamplona. “Llegamos sobre las seis de la mañana. Yo no sabía si estaba en Francia, en España o en Alemania. ¿Pamplona? Nunca lo había oído, no fui apenas al colegio, muy poco. Sabía firmar y defenderme lo justo”, avanza en el relato al inicio de la tarde, apoyado en su bastón, con una mirada profunda, mientras los pasillos de la Meca se van habitando de gentes que vienen y van y lo saludan cariñosos. Como si lo arroparan de aquellos días en que durmió en la calle, en Pamplona. Fueron “dos o tres semanas”. “Comía pieles de naranja que recogía en la basura.

AL PANTANO DE YESA

"Una cosa es contarlo, otra vivirlo”, enfoca al infinito esos ojos enmarcados en unas cejas pobladas y la piel demasiado curtida. Hasta que un día se abrió uno de esos vericuetos de luz. “Vinieron dos personas, policías, que me veían por la calle. Vamos chaval, te vamos a llevar a trabajar. Iríamos por Monreal y yo pensé, qué me harán estos. Te llevamos a las oficinas del pantano de Yesa, me contestaron cuando les pregunté. Empezaba a construirse. Me propusieron trabajar allí. Catorce años estuve, hasta que acabó la obra y un tiempo más. Cómo iría yo, que la primera semana me dieron de comer sin trabajar. Solo comer. La mujer del encargado me llevó a Pamplona y me compró ropa y calzado. Le prometí que le pagaría cuando tuviera el sueldo. Eso nada majo, respondió. Nunca me quiso cobrar. Y yo vestido parecía otro”, hila Rufino retales de una historia que edificó él mismo. “Desde los 11 años nadie me había comprado un pañuelo, ni unos calcetines”, detalla.

Luego consiguió empleo en una fábrica, una papelera. “Vivía de patrona, primero en Aoiz, luego en la Rochapea y siempre solo” en los días importantes en el calendario. Cada cumpleaños, tantas Navidades, desde niño”, le duele recordar cuando la primavera despuntaba amarga en aquel pajar de Ávila y él, un niño al fin y al cabo, con sus sueños y sus juegos, sabía que entonces tenía un año más. Uno más sin un abrazo.

Su vida cambió, no tiene rastro de duda, cuando se casó con Beatriz Mainz, una mujer seis años más joven. Salacenca de Oronz, la conoció en un baile del Club Natación y fueron novios dos años. “Este 2023 hace 50 que nos casamos”, sonríe la efeméride y desvela que cumplen los años con solo dos días de diferencia, el 25 y el 27 de marzo. Con ella se ha resarcido de tantos aniversarios en soledad. No tuvieron hijos. "Casi he preferido que así fuera, por todo lo que yo pasé", reflexiona. Vivieron 45 años en San Jorge y en abril hará cuatro que se mudaron a la Casa de Misericordia.

Al pueblo, Rufino ha preferido no volver apenas. Solo lo justo. “La ultima vez hace dieciocho años, en el entierro de mi padre. Que Dios les tenga en la gloria. No les guardó rencor, pero prefiero la distancia. Que te saquen de casa con 11 años...”, viene a decir que los kilómetros mitigan el dolor de una infancia sin cariño. “Pero bueno, eso se lleva siempre aquí”, conduce una mano a la sien. Rufino Jiménez tira de memoria y cuenta diáfano su periplo. Y con él de la mano ha participado en los encuentros intergeneracionales de la Casa de Misericordia, en los que ha dado testimonio a estudiantes de Bachiller.

Su mujer está ahora ciega y él, pendiente de ella, de sus horarios, de sus terapias. Le gusta salir a la calle y dar un paseo, sentarse en un banco y compartir el devenir de la ciudad. “Los bares han ganado poco conmigo, tampoco tomo café”, descubre. Pero no hay nada que no le guste en la mesa. “Al menos no digo que no. Bueno, hay que probarlo”. “¿Sabes lo que no puedo ver? Que haya gente que tire el pan. Con lo que cuesta ganarlo”.

Te puede interesar

Te puede interesar

Te puede interesar

El relato de Rufino es una senda a la esperanza. Lenta, áspera, sin atajos, pero con vericuetos de luz de personas, en fin, que uno encuentra hasta en el camino más endiablado y afilado. Por su historia, por cómo la cuenta, como si fuera un personaje

Para leer este contenido exclusivo, debes tener una suscripción en
Diario de Navarra
Tipos de suscripción:
  • Web + app (0,27€ al día)
  • Versión PDF
  • Periódico en papel
Mereces información de calidad, sin límites