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Rutas con Oficio

El veterinario de Lantz

A Luis Mariñelarena siempre le gustaron los animales y la veterinaria le permite cuidarlos y disfrutar del trato cercano con los ganaderos. “Un parto siempre es bonito y te resarce de levantarte a las dos de la mañana", describe. En el carnaval de su pueblo, el veterinario se transforma en zaldiko

Luis Mariñelarena explora a una yegua en un prado de Lantz.  josé carlos cordovilla

Luis coge su fonendoscopio y una cuerda, se calza unas botas de agua, se enfunda un buzo y al pronto da media vuelta: “Voy a por un poco de pan, así la yegua vendrá hacia mí y la podré explorar mejor”. Luis Mariñelarena Saralegi, 50 años, es veterinario y es también zaldiko en el carnaval de Lantz, su pueblo.

Estudió allí hasta sexto de Primaria, con Pili Urriza, una maestra a la que admiraba por su forma de enseñar, aderezada siempre con la práctica. Luego le tocó inaugurar la concentración escolar de Larraintzar. Y cursó Bachillerato en Pamplona. A Luis le gustaban los animales, en casa tenían ganado y con 13 años, cuando había que dejar la escuela y discernir un futuro ya oteaba algo relacionado con la ganadería o bien con el monte, los árboles, la ebanistería. Se decantó por Veterinaria en Zaragoza. Subraya que fueron “cinco años sin carnavales porque eran en fechas de exámenes”, así que en su primer destino, trabajó dos años en Asturias, se atrevió a pedir un permiso para carnaval. “Fue un trato, casi antes de empezar. Estuve dos años en Ribadesella, trabajando mucho y muy a gusto. Y aprendiendo, cuando el ganadero sabía más que tú”, describe los primeros pasos en el oficio y revela el día en que el ganadero llegó cuando Luis estaba a punto de hacer una cesárea a su cabra. “¿Me dejas?, me preguntó. Claro, es tu cabra, respondí. Y sacó la cría por su sitio. No me reprochó nada, fue humilde y para mí, un aprendizaje grande”. Dejó allí “algo muy bonito” para volver a casa, al Grupo Veterinario Ultzama, donde continúa con su socio Javier Ciriza, y con Leire Iribarren, Andrea Urriza, Maider Arrasate y Edurne Villanueva. Atienden vacuno y ovino y cada vez más caballar. Testigos en primera línea de los cambios en el sector, “de la reducción y casi desaparición de las pequeñas explotaciones familiares”. “Antes preguntabas a qué casa ibas, ahora a qué cuadra o nave. Pero estamos contentos porque seguimos aquí, aunque sea a base de ampliar zona”, explica Luis, ahora especializado en podología bovina. “Antes había que curar las pezuñas de las vacas porque andaban mucho y ahora porque andan poco”, resuelve en un paraje sin apenas reses en los prados.

La agenda de hace veinte años poco se parece a la de ahora. Ni siquiera en Lantz, donde son 150 habitantes en un cruce de caminos entre los valles de Ultzama, Baztan, Atez y Anué, con posada y albergue del Camino de Santiago baztanés. Cuando Luis empezó en el oficio había diecinueve casas con vacas de leche, ahora son cuatro. “Hemos llegado a recibir hasta catorce avisos en un día sin salir del pueblo, no había móviles y teníamos un busca o el teléfono fijo de casa. Sonaba de madrugada. Era para mí... o si no, malo. O a veces llegaba el ganadero y te silbaba a la ventana o sabías qué casa era porque colgaban un trapo rojo en el buzón. Pero es el oficio y sabes que no hay horarios, que hay guardias y que un parto se puede complicar en cualquier momento. Y aún así eres feliz. En casa solo me dicen que llegue bien”, agradece Luis, casado y con dos hijas de 16 y 14 años. Tiene dos hermanos, ganadero uno, ingeniero agrónomo el otro. “He tenido la suerte de caer en una profesión que es una excusa para hacer conocer gente y vivir en pequeñas dosis la vida de otras personas, compartir tantos momentos, el trato cercano”, reflexiona. “Eso y que un parto siempre es bonito y te resarce de levantarte a las dos de la mañana”.

El veterinario con un ternero de pocos días en la granja de su hermano.

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