El último pastor de Ujué
Roberto Ibáñez Clavería es el último pastor de su pueblo y de muchos kilómetros a la redonda. Siguió el oficio de su padre, de sus tíos, de su abuelo. Pero no tendrá relevo.
- Pilar Fernández Larrea
Merece la pena conversar con Roberto Ibáñez Clavería, el último pastor de Ujué. Mira profundo a los ojos. Los suyos son de un verde difuminado a ratos por unas lágrimas que asoman a bote pronto, cuando echa la vista atrás, cuando echa cuentas, cuando echa de menos a sus padres, a su abuelo, pastores como él. Sabe que se acaba, que no hay relevo. Tiene dos hijas, profesora en Inglaterra una, enfermera en Larraga la otra. Con esos ojos y con el corazón quién sabe en qué andanzas, dice que no querría para sus hijos el oficio en el que camina desde que cumplió los 14 y dejó la escuela.
Roberto Ibáñez Clavería nació en Ujué hace 63 años. Se jubilará dentro de dos aunque, si pudiera, “ni para ver llover” seguiría. Lo confiesa en un paisaje seco como pocas veces ha visto, negro a retales, consecuencia de los incendios de hace cuatro meses, sin apenas ganaderos y con las corralizas antes ocupadas por pastores, ahora sin alma. “Mira, ¿Ves esa marca en la ladera? Por allí no pasó el fuego, porque pasta el ganado y mantiene el monte limpio. No sé cómo no se dan cuenta, al contrario, todo son trabas para quien quiere seguir el oficio. Hoy para ser pastor te hace falta un secretario, te aburren con los papeleos y te vuelves loco”, resume diáfano.
“Vacaciones ya no sé ni lo que son, aquí no hay domingos ni días acumulados. En verano arranco sobre las cuatro y media o cinco de la mañana, en este tiempo a las seis. Vuelvo a comer a casa, un poco de siesta y al monte hasta el oscuro”, se atusa el pelo como quien busca respuestas y sonríe a medias. No esquiva la cifra: “Tengo unas mil ovejas, crío corderos de raza Navarra, para mí la mejor. He vivido siempre con ellas, me he criado con ellas. Pero si ganas cuatro pesetas, te las quita Hacienda y el pienso cuesta ahora el doble. Un camión, justo el doble”, reflexiona y admite al tiempo que le gusta lo que hace. El misterio de un cordero que “nace, se pone tieso, comienza a mamar y en un par de días ya no lo coges”. Es trabajar arrimado a la vida.
“Quintos éramos un montón, ahora solo quedo yo en el pueblo. ¿Cuántas personas vivimos aquí en Ujué? Unas 90. Turismo se mueve y en fin de semana o en tiempo de caza también ves mucha gente, pero antes había tres carnicerías, tiendas...ya no queda una”, es conciso el testimonio de Roberto. Sus padres, Domingo Ibáñez y Paz Clavería regentaban una carnicería que luego llevó Roberto. Tuvo que cerrar: “Hasta los mataderos nos quitaron”.
Hay dos ganaderos con vacas, jóvenes que han apostado por quedarse. Se encoge de hombros Roberto al atisbar un futuro tan incierto, pero recuerda que ahora hay otros modos de trabajo y controlan el ganado con el teléfono móvil. “Las vacas llevan GPS incorporado”, explica y repara en un entorno desierto de ovejas. “No las hay en Ujué, pero tampoco en San Martín, en Lerga, Gallipienzo o en Olite”, suma muchos kilómetros al vacío. Apunta con la mano al horizonte, con su piel curtida. “Dos veces se me helaron las piernas del frío. Un día mi padre y yo volvíamos en el Land-Rover y se clavó en la nieve. Allí nos quedamos. Estábamos preparando los corderos para Navidad y acabé con las piernas desechas del frío”, sostiene que aquellos episodios de los inviernos con mayúsculas pasan factura. Lo cuenta en el corral que tiene cerca del pueblo, enmarcado con la arquitectura exquisita de Ujué. Allí pastan unas pocas ovejas, el resto está cerca de la muga con Beire, donde hay agua del Canal. Irá en unas horas, le acompañará alguno de sus perros. Amigos fieles del pastor. Tiene al lado a Covid. “Nació en la pandemia”, aclara. Y no muy lejos andan Bildu y Vox. “Se llevan muy mal”, tira de ironía y va más allá. “Tengo 50 cabras. Y trece chotos, todos tienen nombre de algún político. No se libra nadie”, cuenta como si fuera una terapia.
Merece la pena conversar con Roberto Ibáñez Clavería, el último pastor de Ujué. Mira profundo a los ojos. Los suyos son de un verde difuminado a ratos por unas lágrimas que asoman a bote pronto, cuando echa la vista atrás, cuando echa cuentas, cuando
Diario de Navarra
- Web + app (0,27€ al día)
- Versión PDF
- Periódico en papel