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Rutas con Oficio

Yolanda Mateo, pescadera en 17 pueblos

Desde hace trece años recorre 500 kilómetros cinco días por semana en su ruta ambulante con pescado fresco desde Gallipienzo a Roncal, Ujué o Lumbier

Yolanda Mateo atiende a un cliente en Burgui un viernes de este mes de febrero. josé carlos cordovilla

El 2 de febrero, hace trece años, Yolanda Mateo arrancó el motor de su camioneta que es, al tiempo, su medio de vida, una pescadería ambulante. En su ruta, cinco días por semana, 500 kilómetros por carreteras sinouosas y emblemáticos puertos, lleva pescado fresco a diecisiete pueblos del Pirineo y la Baja Montaña, allá donde Navarra cincela su historia, de Roncal a Ujué. Una aventura diaria que afronta feliz.

La madre de Yolanda Mateo, Maritxu Astiz, fue pescadera con local en Potasas. Su padre, Jesús Mateo, de Gallipienzo, repartía por los pueblos del entorno y la hija le acompañaba los sábados y los días de verano. Aquello le gustó siempre, de un sitio para otro, tantos paisajes al otro lado de la ventanilla, conversaciones, gente nueva, sonrisas tras el mostrador.

Cuenta Yolanda que le gustaría haber sido psicóloga, pero dejó las aulas con 17 años y empezó a trabajar, con su padre primero y en supermercados después, siempre con pescado. Ya casada se instaló en Gallipienzo, el viaje a la inversa de su padre y trabajó nueve años en Sangüesa con el pescadero que hoy es su proveedor. La crianza de sus dos hijas en un pueblo pequeño le llevó a aparcar un tiempo el oficio. Lo retomó a los 40. “Supe que el pescadero que iba por Roncal lo dejaba y pensé ¿Por qué no? Me encanta trabajar el pescado, me gusta conducir, disfruto mucho del trato con la gente, con las personas mayores, con saber de sus vidas, cómo les va. Y soy vendedora ¿Económicamente? No miro a eso, si no, lo dejaría. Me importa más levantarme cada mañana con ganas, por un trabajo que quiero. Levantarme y hacer lo que hago es la mitad, la otra mitad es el dinero”. Su padre, fallecido en agosto de 2022, fue un acompañante feliz en aquellas primeras salidas. No hubiera disfrutado más en un crucero de lujo. “No repito ningún pueblo, aunque tengo cinco a los que iba, y ya no hay a quien vender. Empiezo los martes en Roncal, Urzainqui, Uztárroz e Isaba; los miércoles voy a Aibar, Sada, Lerga, San Martín de Unx, Ujué y Ayesa; el jueves a Cáseda y Gallipienzo; viernes Yesa, Salvatierra de Esca, Burgui y Vidángoz y el sábado estoy toda la mañana en Lumbier.

En el valle de Roncal es la única pescadera. “Hay otra, Marta, en Salazar y ella lleva también ultramarinos”, repara Yolanda en que les motiva dar un servicio. “Es cierto que vas hasta la puerta de tu casa y te lo agradecen. Siempre he pensado que pueblos pequeños donde salen tres personas pueden ser más rentables que toda una mañana en uno grande”, valora.

En este febrero que empezó blanco y helado llegó a Roncal a menos diez grados. “Se pasa frío sí, este oficio, como otros, tiene sus momentos duros. Esos días de dolor insoportable en los dedos me he tenido que refugiar en el bar hasta entrar en calor. Y luego arden”, describe en el mismo bar de Burgui, a media mañana, donde toma un café y un pincho de jamón pasado. La confianza con los vecinos es evidente. De pronto cruza la puerta Primi con el periódico bajo el brazo, boina y chaqueta de punto. “Ahora voy y te pongo las anchoas, tranquilo”, alivia la espera Yolanda. Su mostrador no tiene nada que envidiar a la mejor pescadería de Pamplona. “Procuro traer un poco de todo, 30 o 40 tipos de pescado, recién comprado y de calidad, con ella me defiendo”, subraya. “Hay quien las 52 semanas del año come merluza y no sale de ahí. Es una pena, con la variedad de sabores que tiene el pescado”, se sorprende aún y recuerda cuando chicharro, besugo y sardina lideraban el mostrador.

Antes de ir a Vidángoz entra en la tienda de Burgui. “Me gusta comprar aquí, tienen de todo y la atención es especial, es otro concepto”, considera Yolanda. Y habla de la nieve, un mes largo hospedada en el Pirineo. “Han sido días complicados, la carretera para llegar estaba bien porque el quitanieves pasa pronto. Pero el problema es que las personas mayores no pueden salir por la nieve y el hielo. Me acuerdo de un señor de Roncal que me compra todos los martes, pero ha pasado más de tres semanas en casa”, describe. Admite encargos y encantada de prepararlos. “Tengo bizum”, se lee en un cartelito colocado en la báscula. “Gracias por esperarme”, apunta la frase que ilustra la pared de su pescadería. Y ella espera que las chimeneas sigan humeando.

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