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Rutas con oficio

Santiago Juandeaburre vuelve a tirar de pala en Garaioa

Una foto de vecinos de Garaioa retirando nieve fue portada de Diario de Navarra en enero de 1985. El único superviviente de aquella imagen, sigue contando nevadas.

Santiago Juandeaburre, este viernes en Garaioa, en el mismo lugar donde se tomó la imagen de portada el 9 de enero de 1985. p.f.l.

"Aquí cuando toca la campana mayor, si no ha muerto nadie, es auzolan”, contaban el 9 de enero de 1985 los vecinos de Garaioa a un periodista de Diario de Navarra, mientras retiraban con palas la nieve de las calles, una buena capa, unos 40 centímetros. Treinta y ocho años después, Santiago Juandeaburre Aspilch, de 73 , es el único superviviente entre los cinco vecinos que posaron para la fotografía que fue portada del periódico. Y estos días, igual que entonces, tira de pala y de tractor para abrirse camino, como los otros habitantes de este municipio de Aezkoa, donde en invierno no son más de 50.

Portada

Iñaki Domench Maisterra tiene 6 meses y una sonrisa balsámica. Sus ojos se abren grandísimos a sus primeras nieves. Es el más joven en Garaioa. Y con su hermana Irene, de 6 años, los dos únicos niños. Su madre, Maite Maisterra, nació casualmente aquel 1985 de la fotografía en blanco y negro, un año en que la nieve y el hielo se sucedieron durante semanas en un invierno “como los de antes”. El abuelo Juan limpia con el cajón de su tractor la nieve que esta vez suma un espesor de unos 70 centímetros, calculan dos hombres que apuran un café a media mañana.Maite acomoda a Iñaki en un balancín junto al fuego bajo en la posada que atiende desde hace un tiempo. Volvió al pueblo de Pamplona, un camino a la inversa que pocos toman ahora. Santiago era alcalde en 1985, lo fue más tarde y también presidente de la Junta del valle. Le gustaría que alguno de sus cuatro hijos le tomara el relevo con las vacas pirenaicas. “Pero no está fácil, todos trabajan fuera”, se atusa discreto la barbilla. Recuerda aquella foto de 1985. “Auzolan y trabajar a mano, no había otra. Ahora es diferente, tractores con cajones que recogen la nieve, aunque a veces de tanta que hay no tienes donde dejarla. Eso, y luego cada uno la puerta de su casa a mano, como antes”, describe. Decía aquella crónica añeja que tras el auzolan el ayuntamiento invitaba a pan, chorizo y vino en el hostal. “Claro, ya que no se pagaba nada, al menos el almuerzo”, concluye Juandeaburre, nacido en Abaurrea Baja y casado a Garaioa en 1974.

Los días transcurren tranquilos en el Pirineo. Están algo desacostumbrados a nevadas “como las de antes”. De algún modo, la nieve viene a decir que no todo está perdido, que la naturaleza endereza el rumbo. “Diez centímetros está bien, porque te puedes mover..., pero los 70 que han caído estos días colapsan”, reflexiona Juan Maisterra en este paraje de postal, a 800 metros de altitud. Al poco suena estridente el claxon del panadero. Llega de Olaldea. Cada día, sin dejar uno. La furgoneta se abre paso camino del mediodía. “Estamos bien atendidos, viene un carnicero, un pescadero, congelados y hay supermercado, centro de salud y gasolinera en Aribe, a tres kilómetros”. También hay donde sacar y meter dinero, dos sucursales, explica Santiago. Ha sido hombre de muchos oficios: albañil, taxista, conductor del autobús escolar y se dedicó al campo, a sembrar patata cuando el tubérculo era el rey en el entorno; hasta que le arrebataron la corona y ahora todo es pasto, pero tampoco quedan casi ganaderos. Él y otros cuatro en el pueblo. “Antes había vacas en todas las casas, la cosa está complicada”, razona mientras el sol licua lento la nieve.

El verano es bien distinto. Corretean niños, los balcones se abren y se llenan de flores y los turistas peregrinan, algunos con el único propósito de regresar rápido a la ciudad, con su foto en el mirador de Zamariain en el bolsillo. “A veces hay tantos coches que no se puede ni pasar con el tractor”, suscribe del frágil equilibrio entre la vida en el pueblo y el turismo que le da lustre. Además del restaurante Ibarraetxea, hay un bar abierto y un hostal.

La partida de mus se monta rápido cuando las horas visten de blanco y no hay que mirar al reloj. “Los fines de semana jugamos a seis, siempre tres hombres contra tres mujeres”, sonríe Santiago, sin perder de vista la pala. “La mejor gimnasia”, añade Juan.

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