Carmen Aldama, un puente entre Pamplona y Japón
Maestra, fue distinguida por el Ministerio de Exteriores de Japón “por fortalecer la amistad” entre España y el país nipón en su labor de investigación y divulgación del kamishibai
- Pilar Fernández Larrea
En el colegio San Juan de la Cadena de Pamplona hay un pedacito de Japón. Como un buen bonsai, ha germinado despacio, durante más de veinte años, y continúa brotando en forma de kamishibais, de haikus y de diversas maneras de acercamiento a la cultura del país nipón. La persona que no se cansa de regar, de nutrir, es Carmen Aldama Jiménez. Profesora, ahora jubilada, imparte aún clases extraescolares de Kamishibai, la modalidad de narración oral, el popular teatro de papel.
Carmen Aldama tiene maneras japonesas. Sus ojos no son rasgados y su melena es rizada, pero habla pausado, envuelto en un discurso sosegado, como si las prisas hubieran quedado al otro lado de la puerta, en el hermoso bullicio del patio donde los escolares exprimen su descanso. Nació en Calahorra y en 1977 se estableció en Pamplona, con su marido y sus dos hijos, entonces de 5 y 6 años. “Veníamos para uno o dos años y cuando llevábamos unos pocos meses, ya sabíamos que nos quedaríamos para siempre”, sonríe aquella amistad temprana con la ciudad: “Soy de la Rioja, pero soy de aquí, no hay contradicción”. Maestra y licenciada en Ciencias de la Educación, impartió clase en el colegio Cardenal Ilundáin siete años, luego en José María Iribarren y en Ermitagaña y más de dos décadas en San Juan de la Cadena. Sumó otros siete años de formación permanente del profesorado y tres de orientadora. La calculadora saca rápido la cuenta: 47 años de ejercicio profesional. “Encantada con la suerte que he tenido que trabajar tantos años en algo que me entusiasma”, habla de un enamoramiento que pudo más que la opción de retirarse a los 65. Solicitó un permiso para seguir hasta los 67 y lleva una década jubilada. Fue maestra en Primaria y le interesaron luego los primeros aprendizajes, los de Infantil. En ellos profundizó en San Juan de la Cadena, donde siempre procuró el encuentro con las familias, que ellas participaran de las actividades y de la formación. Así fue como Reiko Furuno, japonesa y madre de dos alumnos del colegio, les mostró el Kamishibai. Aquello cautivó a Carmen. Por entonces, explica, en el colegio había una colonia de alumnos japoneses. Exploraron y horadaron la senda abierta por Reiko y en ella siguen. Conservan aquel primer kamishibai y cuentan con un fondo de más de 300 que ahondan en temas diversos. “Al principio hubo dificultades, solo teníamos ese ejemplar y no conocíamos más de la técnica, de modo que comenzamos a formarnos y estaba el idioma, tan diferente. Si fuera francés o inglés nos habríamos defendido”, recuerda, convencida del potencial didáctico y educativo del kamishibai. “Es algo especial, engancha, para aprender a escuchar y hablar en público, leer, escribir textos, saber interpretar dibujos y expresar a través de ellos los valores, sentimientos, con sencillez. Hay que cuidar los detalles, respetarlo y no trivializarlo”, explica Carmen que 2005 fue el año de la explosión. Reiko contactó con IKAJA, a través de Etsuko Nozaka y confeccionaron la primera web, con ayuda de su hijo Guillermo. “Sin estas dos personas no hubiera podido sacarlo adelante, eso y que el departamento de Educación puso todos los medios”, recuerda especialmente a Loli Beaumont y menciona a su compañera Carmen Varea, otro de los puntales del proyecto, así como a las madres y a los padres. “Ha sido posible porque me han hecho caso, me han apoyado”, resume.
Carmen Aldama logró licencia para investigar durante un año el kamishibai, impartió seminarios para profesores por toda la geografía española, hasta en Melilla. El teatro en papel, sostiene, ha servido de base para másters y proyectos de fin de grado en España y sobre todo en Sudamérica.
Creó la Asociación de Amigos del Kamishibai y subraya el trabajo voluntario de tantas personas y las distintas campañas que han podido desarrollar con el departamento de Salud, en temas vinculados al acoso escolar; en educación solidaria con Setem, con la Red de Bibliotecas...
En el colegio han utilizado el kamishibai como técnica de narración oral y en un Taller y han recibido varios premios, el primero por las competencias comunicativas. Y Carmen Aldama recogió hace ahora un año una distinción del Ministerio de Asuntos Exteriores de Japón “por contribuir a fortalecer la amistad” entre ambos países y “lograr difundir la magia del kamishibai tan lejos como su imaginación le ha permitido”, en palabras del embajador nipón en España, Kenji Hiramatsu, en el acto de entrega. Pero en el cajón de los momentos más emotivos, ella rescata la inauguración de la Biblioteca General en Pamplona, presidida por los entonces príncipes Felipe y Letizia. Narró un kamishibai y el auditorio, donde había muchos alumnos y padres del colegio, estalló en aplausos, al tiempo que coreaban “Carmen Carmen”. “Ha sido lo mejor de mi trayectoria”, asegura. “Kyokan, esa es la clave”, se despide Aldama poco antes de iniciar una nueva sesión de kamishibai.
Kamishibai significa teatro de papel, una forma de contar cuentos popular en Japón. Dirigido a niños, Carmen Aldama subraya la potencialidad que tiene en especial en Educación Secundaria, como recurso didáctico. Formado por un conjunto de láminas que tienen una ilustración en una cara y texto en la otra, se van colocando las láminas sobre un soporte, un teatrillo de tres puertas y deslizándolas mientras se lee a través de un presentador o intérprete.
El kamishibai nació en los barrios más poblados de Tokio a finales de los años 20 del siglo pasado. Tuvo influencia e la II Guerra Mundial y hasta los años 50 se popularizó la figura del cuenta cuentos, vendedor de dulces ambulante que se desplazaba en bicicleta de pueblo en pueblo narrando historias apoyado en ilustraciones. Paralela a la versión callejera surgió la educativa, que a día de hoy continúa.
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