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Rutas con oficio

Vicente Apezteguía, el restaurador de Sorauren

La de Vicente Apezteguía son muchas casas en una. Todo lo que hay lo han comprado en los Traperos de Emaús. El Parkinson no le priva de una vida activa, arrimado a las artes escénicas.

Vicente Apezteguía en el salón de la casa, donde se aprecia cómo es posible montar una vivienda con objetos recuperados en Traperos de Emaús. josé antonio goñi

La de Vicente Apezteguía son muchas casas en una sola, una veta de historias, una novela en cada rincón. De algún modo ha recuperado vidas aparcadas, anónimas, objetos a los que alguien un día desnudó de valor y tal vez de amor. Es un auténtico restaurador, de desechos a los que ha dado otra oportunidad, y en cierta medida de su propia vida.

La casa que rehabilitó en Sorauren junto a su mujer, Gloria Gándara Arrechea, está amueblada y aderezada desde la puerta de entrada hasta la última esquina en Traperos de Emaús. Todo lo que hay lo han comprado allí, de segunda mano, muebles, espejos, vajilla, sillas, cuadros, lámparas... Adquirido y si hacía falta reparado con el ingenio y la pericia de Vicente y Gloria. “Con lo que hay allí se puede hacer todo, tiran cosas que sirven”, es conciso en su primer apretón de manos en un recibidor que invita a imaginar y a subir.

Comenzaron a recopilar objetos hace décadas, tanto como llevan juntos. Hacían también algo de trueque y todavía van al rastrillo de los Traperos en Berriozar. Más por curiosidad y por saludar a quienes son ya amigos. Han sido años de tarea y en el camino, un nuevo actor se ha unido a la escena que es la vida de Vicente: el Parkinson. Convive con la enfermedad desde hace diez años y explica que la hiperactividad le ayuda a contrarrestar la evolución de la dolencia, al menos la mitiga.

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Vicente Apezteguía Picabeanació en Lesaka hace 77 años. Con 14 años un cura del colegio le dijo a su padre que procurara darle estudios, que merecía la pena. El progenitor respondió que de eso nada, que con él al monte. “No le culpo”, afirma Vicente. Pero se rebeló y dejó su casa para trabajar de botones en el Hotel Jaizkibel. Allí, entre clientes de maleta de cuero y sombrero de ala corta, arrancó de algún modo su aventura.

Llegó a conocer a Hemingway, al principio sin saber ante quién estaba. En un recorrido vital y laboral azaroso, llegó a participar en el concurso ‘Rumbo a la Gloria’, una especie de Operación Triunfo radiofónico. Grabó un disco y le llevaron de gira por España. “Éramos unos niños, nos trataron... en fin, de todo se aprende”, reflexiona. Ha cantado en el Orfeón Pamplonés y en tantos coros, pero se queda con el de Lesaka. De operario en Laminaciones, en su pueblo, pasó al Gobierno de Navarra, donde se jubiló como jefe de producción Informática “no valiendo para ser jefe”. “Pero soy buen actor y he suplido mi falta de aptitudes”, considera. Cuarenta y seis años casado con Gloria, padres de una hija, residieron 26 en Burlada hasta que otearon un horizonte más tranquilo. Llegaron a Sorauren, a una casa cerrada que se había utilizado como corral para gallinas y cerdos. “Al parecer la mandó construir uno que fue a hacer las Américas, no le gustó y acabó en cuadra”, explica que en el pueblo les “han tratado de maravilla”.

Contaba 67 años cuando le diagnosticaron Parkinson. Fue un revés feroz. Hoy lo observa con perspectiva, como un compañero de viaje en una vida activa en el teatro, la danza y la música. “Con Parkinson se vive como a quien le falta una oreja o un pulmón. Y es importante ayudar y dar ejemplo”, afirma. Consciente de que “acelera la decrepitud”, de momento continúa en la fila de la cultura. “Si me llaman, allá voy”. Ha actuado en el Museo Universidad de Navarra, en el Festival de Olite...

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“Hay que vivir, si no, te quedas atontado en un rincón. Esta es una de las etapas más felices de mi vida y se lo debo al Parkinson. Te hacer ser más bueno. Vivo el presente y doy lo que puedo dar”, se despide compartiendo sus textos y su música.

La de Vicente Apezteguía son muchas casas en una sola, una veta de historias, una novela en cada rincón. De algún modo ha recuperado vidas aparcadas, anónimas, objetos a los que alguien un día desnudó de valor y tal vez de amor. Es un auténtico resta

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