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El escritor romántico visitó por primera vez la villa ribera en su viaje de bodas, donde ubica dos leyendas. Los baños de Fitero sanaban su cuerpo mientras las historias de los moradores ocupaban su mente. Una tercera ruta literaria sobre Pío Baroja y el norte de Navarra cerrará esta serie el próximo viernes

Fitero, según Bécquer y sus leyendas Turismo de Fitero

Recién casado con una mujer a la que no deseaba, y con una tuberculosis que empezaba a hacerse cada vez más patente, Gustavo Adolfo Bécquer aprovechó su viaje de bodas para acercarse a los ya por entonces afamados baños de Fitero y probar sus propiedades medicinales. Se lo recomendó su suegro, el médico que le trataba la enfermedad.

Esa primera estancia en 1861 debió de resultarle agradable y beneficiosa para su salud, puesto que retornó varias veces durante los cinco años posteriores.

Durante esos días de reposo, el escritor cruzaba el río Alhama y recorría buena parte de los senderos de esta villa ribera. Por el camino, se detenía a conversar con los moradores y escuchaba las historias que le contaban. De esta manera nacen dos leyendas que ubica en la localidad navarra: El Miserere y La cueva de la mora. La primera la publicó el 17 de abril de 1862 en El Contemporáneo, periódico en el que trabajaba; y la segunda, también en la misma publicación, el 16 de enero de 1863. Una y otra relatan los dos momentos centrales sobre los que se cimenta la historia de este pueblo.

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FRONTERAS DE MOROS Y CRISTIANOS

Fitero porta con orgullo dos gigantes becquerianos en sus fiestas patronales. Lo hace desde 2011, cuando se confeccionaron las dos nuevas figuras que llevan por nombre a los dos protagonistas de La cueva de la mora.

Ambientada en tiempos de fronteras musulmanas y cristianas, en este relato un labriego de la villa le cuenta a un narrador —identificado con Bécquer— que cada noche “el ánima de la hija de un alcaide moro” sale de una cueva y vaga por las inmediaciones junto a su amado cristiano.

Esta obra se le atribuye a Bécquer como una de sus leyendas, aunque él no la califica de ninguna manera, como sí lo hace con otras.

1. La cueva y Tudején

“Frente al establecimiento de baños de Fitero, y sobre unas rocas cortadas a pico a cuyos pies corre el río Alhama, se ven todavía los restos abandonados de un castillo árabe, célebre en los fastos gloriosos de la reconquista”. Así comienza La cueva de la mora.

Esos restos arqueológicos de los que habla corresponden a la antigua fortaleza de Tudején, construida en el siglo III y destruida en el XVI. Su existencia se conoce desde época romana y constituye el origen de la primera villa, la anterior a Fitero. Por allí pasaron romanos, visigodos, musulmanes y mozárabes, siendo los siglos XI y XII los más críticos, al ser escenario estratégico de frontera entre los reinos cristianos y el musulmán de Zaragoza.

En el relato romántico, la mora recoge a su cristiano y, a través de un pasadizo secreto bajo el castillo, llegan a la nombrada cueva. Una gruta que antaño, dice Yanguas, debió de tener mayor profundidad que ahora, puesto que en el siglo XII aparece documentada como 'Cueva Mayor'. Pero jamás pudo existir tal pasadizo.

“En Fitero, esta leyenda se ha ido recuperando, poniéndola en valor con una teatralización”, explica Carmen María Yanguas Garraleta, técnico de turismo de la localidad ribera. La primera representación tuvo lugar en 2005. Se hizo en la plaza de los Ábsides —en la parte trasera del monasterio de Santa María la Real— con voluntarios, bajo la dirección de Serafín Olcoz y con la voz en off del poeta contemporáneo Luis Alberto de Cuenca.

MÚSICA DE UN CENOBIO

Bécquer, en uno de sus paseos, dice llegar hasta la ya abandonada biblioteca del monasterio, donde encuentra un Miserere. Atraído por las notas musicales que no llegaba a comprender del todo, pregunta a un anciano que le acompaña. El “viejecito” le cuenta la historia de un romero alemán, músico, que se cobija con los monjes del monasterio de Santa María la Real mientras peregrinaba en busca de la melodía perfecta para componer su Miserere.

2. La abadía de Fitero

El monasterio Santa María la Real se alza en el centro del pueblo. Está fechado en 1140 como el primer asentamiento de la orden cisterciense en la península Ibérica. Los monjes llegaron allí con san Raimundo, primer abad, patrón de la localidad y fundador de la orden militar de Calatrava. Y tuvieron que abandonarlo en 1835 con la desamortización de Mendizábal.

Uno de los escenarios de la trama becqueriana se sitúa en el claustro. “El que conservamos hoy es del siglo XVI, aunque anteriormente hubo uno medieval”, explica María Aliaga Díez, historiadora y guía de esta parte del cenobio. En 2008, comenzaron unas obras de rehabilitación que hicieron que el claustro tuviese que permanecer cerrado durante nueve años. Aliaga indica que, desde su reapertura hace menos de un año, se ha convertido en uno de los atractivos turísticos más reclamados, con más de 13.000 visitantes contabilizados.

La biblioteca es otro de los lugares clave de El Miserere. Los monjes tenían ubicados en varias zonas los scriptorium, donde escribían y transcribían los manuscritos. Uno se encontraba en la sacristía; otros, en la sala de los monjes —la más acomodada para escribir—; y unos terceros, en la biblioteca, inaccesible al público. Esta última, a su vez, se dividía en dos partes: el armarium, una estancia más pequeña con baldas donde guardaban los libros; y el sobreclaustro, donde se sitúa la estancia de los ejemplares de mayor tamaño, construido en el siglo XVII cuando posteriores abades más influyentes trajeron consigo sus propios libros. Hoy, no se conserva casi ningún volumen, indica Aliaga.

Nunca se ha tenido conocimiento de la obra que sedujo a Bécquer, el Miserere de la Montaña, por lo que parece que la existencia de esta tenebrosa pieza musical fue invención del autor sevillano.

Dice la leyenda que tal Miserere lo compuso aquel músico atraído por una tenebrosa abadía ubicada “en lo más fragoso de esas cordilleras de montañas que limitan el horizonte del valle”, a la que una noche de Jueves Santo prendieron fuego mientras los monjes que allí habitaban entonaban este salmo de David. Se cree que el escritor sevillano hablaba del monasterio riojano de Yerga (en el término municipal de Autol), considerado erróneamente hasta el siglo pasado la primera localización cisterciense de la península.

La música se encontraba entre las aficiones de Bécquer, y este relato gira en torno al poder de esta sobre las piedras que alzan los hombres, como narra el mito de Anfión.

El poeta romántico recoge también en este relato uno de los motivos del folclore europeo: el de los religiosos que perecen de manera violenta mientras hacen su penitencia y, con la música, retornan sus almas para proseguir con su oficio.

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INVESTIGACIÓN Y FICCIÓN

Parece que detrás de la escritura de las dos leyendas, además de las historias populares del medievo, había un trabajo previo de investigación. “Dada la forma de trabajar que tenía Bécquer, es de suponer que también se habría documentado lo mejor posible acerca de la historia de Fitero antes y, seguramente, durante su visita. Quizá leyendo obras bien conocidas ya entonces, como por ejemplo los Anales del Reino de Navarra, de José Moret, y, quizá, compartiendo interesantes tertulias con el médico del cercano balneario viejo”, expone el investigador Serafín Olcoz Yanguas en su texto 'Bécquer en Fitero: leyendas, mitos y algo de historia'.

UN 'INFIERNO' QUE SANA

Un manantial brota desde el siglo I a. C. en los extramuros de Fitero. Su agua, asilada entre las rocas de una gruta, se encuentra a 52 grados de temperatura y actúa como sauna natural, por lo que los habitantes de la zona no tuvieron reparo en bautizarla como el infierno.

A estos baños se le atribuyen desde la antigüedad propiedades que sanan enfermedades respiratorias y reumatológicas. Los dos balnearios que conocemos hoy se abrieron en 1846, 15 años antes de que los conociera el poeta andaluz.

El complejo termal es el punto inicial de sus dos leyendas y, en su recuerdo, desde 1973 uno de los balnearios lleva su nombre.

INCENTIVO TURÍSTICO

De Navarra también conoció Tudela, Olite y Roncesvalles, aunque fue de Fitero lo que dejó en su legado literario. Por ello, el paso de Bécquer por esta localidad “es uno de los temas en los que se viene trabajando desde hace mucho tiempo, pero ahora más, puesto que el objetivo es llegar a tener para este verano señalizada la ruta de Bécquer tal y como él la hacía cuando disfrutaba de sus estancias aquí”, explica Yanguas, técnico de turismo.

Desde el Consistorio, percibieron la carencia de muchos turistas que llegan a Fitero interesados por las Leyendas, que “quieren venir a vivirlo” y visitar el famoso monasterio de El Miserere y la cueva de la mora. Apunta que se trata de “un turista con un nivel cultural avanzado”.

Dentro de las acciones previstas para el lanzamiento de este itinerario cultural, además de la ruta señalizada, en los próximos meses estivales inaugurarán una exposición con el título Recuperando a Bécquer y realizarán una jornada de Caminando con Bécquer con el fin de acercar a los propios fiteranos y otros visitantes la literatura, la historia y la naturaleza de las que este escritor disfrutó en la villa ribera.

Recién casado con una mujer a la que no deseaba, y con una tuberculosis que empezaba a hacerse cada vez más patente, Gustavo Adolfo Bécquer aprovechó su viaje de bodas para acercarse a los ya por entonces afamados baños de Fitero y probar sus propied

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