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Un paseo por la Estella de Valle-Inclán

El autor de las 'Sonatas' sitúa la de 'invierno' en la “ciudad santa del carlismo”, adonde llega el Marqués de Bradomín para combatir por una causa que tocaba ya el ocaso, como su vida. Cuatro años después de su publicación, Valle visitó Estella, pero no para alterar su relato

Un paseo por la Estella de Valle-Inclán Puy Portillo

Feo, católico, arrogante y sentimental, pero orgulloso donjuán. El Marqués de Bradomín llegó a Estella con la nieve del invierno, “el primer frío de la vejez” y los hábitos que robó a un cartujo.

Así presenta Valle-Inclán a uno de sus personajes más célebres en sus Sonatas, un libro de memorias galantes y la cumbre de su primera etapa, la del modernismo esteticista. Compuesto de cuatro pasajes —Sonata de primavera, de verano, de otoño y de invierno—, narra el periplo vital y emocional de Xabier de Bradomín. La última, la invernal, la escribió en 1905 y la ubica en esta localidad navarra, “ciudad santa del carlismo”, en la última guerra carlista, casi con el único conocimiento de ella que el establecimiento allí de la Corte de Carlos VII.

PRECISA IMPRECISIÓN

Era tal la obsesión de Valle por esta obra que fue fruto de su revisión hasta su muerte, con sucesivas reediciones. Él mismo pisó Estella en 1909, aunque no para enmendar la imprecisión de las descripciones de muchos lugares que traza en el relato.

“Esto de ir a buscar escenario para sus obras en una comarca desconocida para él era muy propio de la audacia y de la fantasía valleinclanescas. A don Ramón la verosimilitud y el realismo, el color local y el ambiente le tenían muy sin cuidado”, afirmó José María Iribarren en un artículo que publicó en el número de invierno de 1954 de la antigua revista Pregón, con el título de 'Valle-Inclán y el paisaje baztanés de «La guerra carlista»'. Al contrario que Azorín o Baroja, “Valle Inclán era falso, estupendamente falso y fantástico. (…) En sus novelas de este tiempo lo inventa todo, desde el habla hasta el mismo paisaje”, comenta Iribarren.

Idealiza la realidad, la transfigura para hacer de ella algo más bello. Es el arte por el arte, el reino de la imaginación y la belleza. Algo que a su coetáneo Pío Baroja lo sacaba de quicio. Hoy, una calle de Estella lleva el nombre del 'de las barbas de chivo', que, ironía del destino o injusticia poética, confluye en la de Pío Baroja.

EN LA ÚLTIMA GUERRA

El escritor gallego sitúa esta Sonata en el final de la última guerra carlista, el invierno de 1875 a 1876, “si bien hay alguna incongruencia histórica”, puntualiza Iñaki Urricelqui Pacho, técnico responsable del Museo del Carlismo. “Hace coincidir este momento del reinado alfonsino con la figura del cura Santa Cruz, que ya para entonces había dejado España”, explica Urricelqui. Bradomín llega disfrazado de cartujo para no caer en manos de la partida de este religioso que estaba comprometiendo la causa carlista.

<div class="footer_photo">Iñaki Urricelqui Pacho, técnico responsable del Museo del Carlismo, en el patio interior del mismo.</div> En 1873, Carlos María de Borbón —pretendiente al trono de España bajo el nombre de Carlos VII— vuelve a Navarra tras su huida a Francia, y se asienta en Estella, “donde se había creado una especie de estado carlista”, detalla el técnico del museo. “Era una zona cómoda para él, donde además había conseguido algunas victorias importantes. Y se asienta aquí desde agosto de 1873 hasta el 19 de febrero de 1876”, apunta el historiador.

En la Sonata de invierno, son cuatro las ubicaciones de la ciudad del Ega que pueden tomarse por reales, y muchas “calles” y “plazas” por las que el Marqués deambula pero no detalla. También nombra vagamente los alrededores de Estella, como la quema de un convento de Abárzuza u Oteiza. Aunque abundan más los topónimos inventados.

1. San Juan Bautista

Después de contar sus viajes por Galicia, México e Italia, el Marqués de Bradomín entra en Estella disfrazado, vestido con los hábitos de un monje cartujo, y se dirige a la iglesia de San Juan Bautista, en la plaza de los Fueros, donde se oficia una misa dedicada a don Carlos y su esposa, doña Margarita. En su origen, San Juan Bautista era una parroquia románica, construida en el siglo XII. En el XIV se reformó, aplicando en la portada sur el estilo gótico. Siglos más tarde, en 1846 cayó una de las torres, llevándose la fachada y la bóveda central, por lo que la portada que hoy conocemos es una construcción neoclásica.

<div class="footer_photo">Parroquia de San Juan Bautista.</div> 2. Santa María Jus del Castillo

La iglesia de Santa María Jus del Castillo aparece tímidamente en el relato como un lugar de paso hacia el palacio de la Duquesa de Uclés, este ficticio. Ubicada junto al convento de Santo Domingo —hoy residencia de ancianos—, este antiguo lugar de culto data del siglo XII. Declarado monumento histórico-artístico, cerró sus puertas durante años y, cuando volvió a abrirlas, lo hizo como Centro de interpretación del románico y del Camino de Santiago. Su puerta es una de las nueve que conformaron la muralla medieval de Estella.

<div class="footer_photo">Iglesia de Santa María Jus del Castillo.</div> 3. Residencia de Carlos VII

Varios encuentros amistosos se desarrollan en la residencia de don Carlos y doña Margarita. Frente a San Juan Bautista, también en la plaza de los Fueros, hoy dos placas recuerdan su estancia. Una, de madera, que reza: “Residencia de Carlos de Borbón durante la última guerra civil. S. XIX”. La otra, de piedra, contiene un error: “Residencia de D. Carlos VII de Borbón durante la última guerra carlista. S. XVIII (sic)”.

Allí, el cariz de las conversaciones y las confidencias con el Marqués de Bradomín vaticinaban el final de la guerra, de su derrota. Es la decadencia de una causa y el ocaso de una vida, en la última estación del año.

“Desde el punto de vista de las armas, la última guerra carlista supone el declive de esa aspiración que tenía en el siglo XIX de conquistar el trono de España —explica Iñaki Urricelqui—; aunque el carlismo como tal no acaba, puesto que se mantiene política y socialmente y, de hecho, adquirirá mucha fuerza en el primer tercio del siglo XX, con la intervención de los requetés en la Guerra Civil”.

<div class="footer_photo">Una de las placas que recuerdan la residencia de Carlos VII en la plaza de los Fueros.</div> 4. Montejurra

Un escenario que no podía faltar en esta pieza literaria por su peso histórico es Montejurra —“el Monte-Jurra”, recoge Valle— que, si bien solo recibe una breve mención, el técnico del Museo del Carlismo explica que “la propia localización y los hechos que tienen lugar en esta montaña ejemplifican ese auge y declive” de la Corte. Carlos María de Borbón llegó a Estella en agosto de 1873, y el 9 de noviembre tiene lugar la primera batalla de Montejurra, uno de los triunfos más significativos para la causa. El 17 de febrero de 1876 ocurre el segundo enfrentamiento, donde las tropas carlistas son derrotadas. Y “dos días más tarde, Carlos VII abandona Estella”, apunta el historiador.

<div class="footer_photo">Montejurra visto desde Estella.</div> EL VIAJE DE VALLE-INCLÁN A ESTELLA

El 26 de junio de 1909, el literato pisó por primera vez las calles de la “ciudad santa del carlismo”, como dijo en boca de Bradomín. El propio Diario de Navarra se hacía eco en sus páginas del primer itinerario de don Ramón por la Comunidad foral: “Después de pasar un día en Pamplona salieron anteayer con dirección a Estella el conocido novelista don Ramón del Valle-Inclán y nuestro distinguido amigo y paisano don Joaquín Argamasilla de la Cerda”. Allí, el escritor se arrimó a unos viejos combatientes a los que no podía dejar de escuchar sus anécdotas de guerra.

El valle de Baztan fue otro de sus destinos —también escenario de su famosa trilogía La guerra carlista—, al que volvería para pasar algunos veranos. “Navarra prenderá en su ánimo de manera íntima y se convertirá en algo más que un simple destino de expansión y entretenimiento. Desde entonces Navarra le reclamará con la fuerza de la querencia”, se expone en La espada y la palabra. Vida de Valle-Inclán, una biografía escrita por Manuel Alberca.

CARLISTA POR ESTÉTICA

Militante de causas perdidas, Valle renegaba de las ideologías de la mayoría, por lo que encontró en el carlismo una “fe” a la que adherirse. Bradomín, ya manco por luchar en su última batalla, confiesa a Fray Ambrosio cuando este agonizaba: “Estoy por decir que me alegro de que no triunfe la Causa. (…) Yo hallé siempre más bella la majestad caída que sentada en el trono, y fui defensor de la tradición por estética. El carlismo tiene para mí el encanto solemne de las grandes catedrales, y aun en los tiempos de la guerra, me hubiera contentado con que lo declarasen monumento nacional”.

Muchos interpretan estas palabras como una muestra del esteticismo decadentista de Valle. Alberca comenta que su convicción no se quedó en el plano literario, sino que formó parte de su vida. Lo que ocurre, dice, es que “tanto en el modernismo como en el carlismo, subyacía una visión estática de la historia, una común concepción anti-histórica, consistente en seguir afrontando el futuro como si nada hubiese cambiado”.

OTRO RELATO EN ESTELLA

El autor de las Sonatas sitúa también en la localidad navarra otro pequeño relato. Se trata de La corte de Estella, que escribió en 1910, un año después de que la hubiera visitado y, si bien todas las localidades cercanas que nombra son reales —Los Arcos, Sesma, Tarazona y Tudela—, la acción sucede casi enteramente en el interior de una vivienda y no hay línea en la que se mencione un emplazamiento reconocible, salvo, de nuevo, “las Casas del Rey”.

Pero a don Ramón María del Valle-Inclán no le interesaba el realismo. Ni la realidad. Su Estella es la Estella que él soñó. No la que vio.

Feo, católico, arrogante y sentimental, pero orgulloso donjuán. El Marqués de Bradomín llegó a Estella con la nieve del invierno, “el primer frío de la vejez” y los hábitos que robó a un cartujo.

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