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Perdió a su hijo embarazada de ocho meses

Marta Martínez Fragoso: “Salir del hospital con los brazos vacíos fue desgarrador”

La pamplonesa aplaude la atención en Virgen del Camino y el consejo de profesionales de llevarse recuerdos del bebé

Marta Martínez Fragoso: “Salir del hospital con los brazos vacíos fue desgarrador” José Antonio Goñi

Marta Martínez Fragoso es una madre sin bebé. El que tenía que haber nacido el pasado 26 de septiembre pero que vino al mundo un mes antes y sin vida. Ander Visus Martínez, que tiene su propia habitación, con su cuna y su ropita azul y blanca dentro del armario, en su casa de Ripagaina. Unos marcos con fotos en blanco y negro de sus manos y con las huellas de sus pies completan el dormitorio. Marta y su marido, Ignacio Visus, lo han dejado todo “tal cual” lo tenían preparado para recibir a su primer hijo hace cinco meses. Pero sus sueños se truncaron la mañana del miércoles 30 de agosto. “No hay latido”, les dijo su ginecóloga en el centro de atención a la mujer de Burlada cuando fueron a hacerse una ecografía rutinaria, la de la semana 36 (octavo mes de embarazo). “Me quedé en ‘shock’ y pensé que se había equivocado porque yo notaba movimientos en la tripa. Luego me enteré que era el latido de mi corazón”.

Marta, que el pasado 27 de noviembre cumplió 33 años, sufre el duelo por esa pérdida (“no creo que nunca se vaya, aunque, supongo, con el tiempo será menor y ahora tengo otra serenidad”) y aún no ha vuelto a trabajar a la escuela infantil de Huarte, donde es educadora. “Es que no puedo escuchar el llanto de un bebé. Me bloqueo”, se excusa mientras apura un café con leche en una cafetería de la Rochapea, la tarde del pasado jueves. Fuera llueve y la temperatura es gélida. Como su ánimo, al recordar a ese bebé que ansiaba tener en su brazos y que nada hacía presagiar que fuera a perder. “Tuve un embarazo normal. Lo único que me decían es que venía algo bajo de peso”, relata. Por eso, el 30 de agosto fue a hacerse una ecografía. “Era miércoles y el sábado anterior yo había notado muchísimos movimientos. Como nunca. Y los días siguientes, muchos menos. No hace falta que me digan nada porque yo sé que cuando dejó de respirar fue ese sábado: el 26 de agosto” se emociona. Después se confirmaron sus sospechas: el niño traía tres vueltas de cordón y una, con un nudo, que fue la que le ahogó. “La ginecóloga nos sacó a mi marido y a mí a otra sala para decirnos que no había latido”. Y aunque no se lo creía, pregunto: “¿Y ahora qué?”

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Les dijeron que tenían que ir al hospital pero, incluso durante el viaje en coche, ella, recuerda, le iba diciendo a su marido que no podía ser, que notaba movimientos y que no avisara a ningún familiar. Pero al llegar allí les volvieron a confirmar la noticia: “el bebé había muerto y era necesario provocar el parto”. “Entonces sí que se me rompió la vida”, se emociona Marta. Era el mediodía del miércoles 30 de agosto y durante un día y medio estuvo “agonizando”. “Pedí una habitación para mí sola. No quería saber nada de mamás embarazadas ni de bebés. Lo único que deseaba es que me sacaran al niño porque sentía mucha rabia y odio contra él. ¡Cómo me podía haber hecho eso!” A las doce menos veinte de la noche del jueves 31 por fin nació Ander. “Al principio, no quería verlo pero las matronas, los ginecólogos... me recomendaron que lo hiciera porque si no, me iba a arrepentir. Al final, lo vimos y era una niño precioso”. Entonces, reconoce, sintió “mucha paz” y cuando le dijeron que tenía tres vueltas de cordón, también. “Me quedé tranquila. Yo no tenía la culpa ni había hecho nada mal. Había sido un accidente”.

Durante dos horas, la pareja y los cuatro abuelos pudieron estar a solas con el bebé, sacarse fotos, tomar huellas de los pies, de las manos... “De no querer nada, nos llevamos todo. Estoy feliz de haberlo hecho. Son cosas con muchísimo valor y las tenemos en casa como oro en paño”. Los sanitarios, recuerda, se portaron “muy bien”. “Nos dijeron que podíamos estar con él todo el tiempo que quisiéramos. Al final, les dijimos que se lo llevaran. ¡Hubiéramos estado toda la noche!”

EL ALTA Y LA HABITACIÓN

Por la mañana siguiente, Marta pidió el alta voluntaria. “No quería saber nada del hospital. Salir con los brazos y la tripa vacía fue desgarrador”. Su marido y su madre, sigue el relato, quería adelantarse a su casa para quitar la cuna y la ropa del bebé. “Pero yo no quise. Habría sido como reconocer que no había pasado nada. Pero Ander existió, nació, lo vimos... Su habitación sigue ‘tal cual’. No hemos tocada nada”.

Al principio, rememora Marta no quería hablar con nadie y se refugió en su familia. “Solo me apetecía estar con ellos”. Y los primeros día que salió a la calle, sigue, fueron “terribles”. “Veía a familias felices con niños en cochecitos, a mujeres embarazadas... Y pensaba: ‘¿Y por qué yo?”

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Al poco tiempo, buscó apoyo en Internet y encontró grupos de madres en su situación. “Me di cuenta de que personas extrañas se han convertido en grandes amigas y algunos de los que eran amigos no han estado a la altura. Hay gente que no me llamaba pero igual era porque no sabían qué decirme”. Enseguida, asegura, quiso hacer público lo ocurrido y lo contó en Facebook. Además de esos grupos, Marta tuvo la suerte de conocer a través de su hermana a Raquel Besora, vecina de Artica, que perdió a uno de sus mellizos en el séptimo mes de embarazo en 2011 y que forma parte de un comité de humanización en Virgen del Camino. “Cuando me enteré, avisé al hospital. Mucha gente estuvo pendiente y vimos que la red de apoyo funciona”, cuenta Raquel, que acompaña a su amiga en la entrevista.

La pérdida de Ander, sigue Marta, le ha unido “muchísimo” con su marido. “Hay parejas que se separan pero nosotros, al revés. Si hemos superado esto, somos invencibles. Y todo el amor que íbamos a poner en Ander, lo hemos depositado en nosotros”. Porque ambos son padres. Aunque no tengan a su bebé en casa.

Marta Martínez Fragoso es una madre sin bebé. El que tenía que haber nacido el pasado 26 de septiembre pero que vino al mundo un mes antes y sin vida. Ander Visus Martínez, que tiene su propia habitación, con su cuna y su ropita azul y blanca dentro

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