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Cooperación

Andrés Carbonero: “No podemos resolver los problemas del mundo, pero sí mejoramos muchas vidas”

La Ayuda Oficial al Desarrollo navarra ha oscilado entre momentos de euforia como el año 97 y debacles como la de 2013

Carbonero, en el Palacio de Navarra Eduardo Buxens

Corría el año 1992 cuando el Gobierno foral publicó su primera convocatoria oficial. Sin embargo, la Cooperación al Desarrollo navarra se hunde más profundo en el tiempo y se enraiza con el hospital de Nemba que promovía Medicus Mundi desde 1972, y que en 1989 ya recibió fondos nominativos de los presupuestos. Existía también una línea de trabajo puntual con Unicef, y el departamento de Salud promovió en los años 90 y 91 otra convocatoria de cooperación sanitaria internacional. Pero Carbonero recuerda que antes, a finales de los 80, había otro cauce paralelo de repartir ayudas, y que era mucho más pintoresco. “Cuando desde Presidencia escribían las felicitaciones navideñas a los misioneros y misioneras, había algunos que respondían agradeciendo, pero también contando las necesidades que tenían: nos hace falta un pozo de agua, un vehículo, o lo que fuera. Y hubo varios años que se dieron subvenciones por esa vía”.

¿Cómo se planteó esa primera convocatoria oficial de Cooperación al Desarrollo de 1992?

En el cambio de Gobierno de 1991 se decide que había que unificar estas acciones, que eran pequeñas, para darle una coherencia a todas. Así que en 1992 lo que hicimos fue revisar qué estilo de convocatorias había en otras comunidades autónomas, que eran muy poquitas. También eran los primeros años de andadura de la Agencia Española de Cooperación Internacional plara el Desarrollo (AECID), había otras de la Unión Europea. Hicimos toda la revisión en colaboración con las ONG que estaban ya trabajando. En esos años se produjeron una serie de movilizaciones sociales en todo el Estado reclamando el 0,7% de los Presupuestos, y en el 94 se produjo otro de los hitos: el Parlamento de Navarra insta al Gobierno de Navarra a ir aproximándose progresivamente a ese 0,7.

¿Y se cumplió?

Sí, se cumplió. En el 94, el 0,4; en el 95; el 0,5; en el 96; el 0,6; y en el 97 se alcanzó por primera vez el 0,7 del presupuesto (el presupuesto neto de gastos del Gobierno de Navarra). Eso se fue manteniendo, con pequeñas oscilaciones por puras cuestiones de gestión, hasta 2012. Ahí se produjo el gran choque de la crisis de 2007-2008, aunque a cooperación llego un poco más tarde. Pasamos de haber estado en máximo de 21 millones de euros a 2013, tocar el suelo con 4 millones en 2013. Fue un momento muy, muy malo. Ahí si dije: esto se podía haber evitado. Es verdad que el Gobierno estaba casi en bancarrota, había que recortar por todos los lados, pero se podía haber hecho con otros elementos de priorización.

¿Cómo siguió la evolución?

A partir de entonces se fue recuperando el presupuesto, lentamente. En la pasada legislatura se avanzó un poco más y, en esta, lo hemos hecho bastante más. La expectativa es que el año que viene lleguemos a los 18 millones de euros. No estamos todavía en las cifras más altas, pero estamos ya muy próximos a recuperarlas.

¿Qué porcentaje supone?

El 0,4, más o menos.

¿Con qué cifra se va a cerrar este año?

Con 16 millones de euros. Pero creo que se hace demasiado hincapié en si alcanzamos o no el 0,7. A nosotros siempre nos ha preocupado más la calidad de la cooperación que la cantidad. En una cooperación pequeña como la navarra, es muy importante la calidad: que realmente sea eficiente y tenga impacto.

Si lo medimos por ese rasero, ¿qué balance haría?

Bastante positivo. Hemos ido adquiriendo aprendizajes que se han trasladado al III Plan de Cooperación, que se aprobó en 2019. Está ya muy alineado con la Agenda 2030 de Desarrollo Sostenible, y tiene como elementos centrales las prioridades geográficas y sectoriales.

¿Es sencillo priorizar los países a los que van a ir a parar los fondos o siempre se queda la sensación de dejar mucha gente fuera?

El último plan contempla que los instrumentos más fuertes, los programas plurianuales, se destinen a los países prioritarios (Bolivia, Ecuador, Colombia, El Salvador, Guatemala, Haití, India, Mali, Mozambique, Nicaragua, Perú, Pueblo Palestino, RD Congo, Ruanda, pueblo saharaui), por una cuestión de eficiencia. Pero hay otro tipo de instrumentos, como microacciones o proyectos anuales, que también podemos financiar en otros países . En este punto yo suelo hablar siempre de la humildad.

¿Qué quiere decir?

Navarra es lo que es, no podemos resolver todos los problemas del mundo, ni tan siquiera de un solo país. Debemos ser humildes y apostar por colaborar como mejor lo podamos hacer, sabiendo que siempre vamos a dejar infinidad de cosas al margen. Y lo mismo sectorialmente. ¿Somos buenos en salud, somos buenos en desarrollo rural? Pues vayamos a por eso. El apoyo a la sociedad civil es otro de los campos en los que hemos ido concentrando intervenciones. Este es un factor muy importante, porque en lugares donde el ámbito político institucional es débil, las sociedades civiles son un contrapeso a nivel democrático muy importante. Además, las ONG han evolucionado mucho: al principio había muchos expatriados y ahora, ya prácticamente no hay. Lo importante es que el desarrollo lo lideren los países del otro lado, sus propias gentes.

Y que sea sostenible en el tiempo.

Claro. Todos estos elementos están en nuestra cooperación. Otro punto en el que hemos hecho mucho esfuerzo, nosotros y las ONG, es en en el diseño de los proyectos. Hace años introdujimos los presupuestos por actividad, para saber exactamente cuándo cuesta y cuánto dinero va a cada actividad.

Una queja recurrente de las ONG es la de tiempo y esfuerzo que tienen que intervenir en la documentación, la justificación.

Sí, es una queja generalizada. En parte la puedo comprender. Pero no hay que olvidar que manejamos dinero público, y por eso hay que ser muy exquisito. Formular un proyecto es complejo, sobre todo cuando tienes muchos componentes. Un proyecto de desarrollo rural en el altiplano boliviano implica compra de semillas, contrucción de infraestructuras, desplazamientos en un contexto geográfico muy complicado, formación de profesionales. Es complejo justificar todo eso, pero hay que hacerlo, y hay que hacerlo bien. Todos vivimos pendientes de la justificación. En cualquier caso, creo hay una capacidad bastante alta para hacerlo muy bien, y se debe a que las organizaciones con las que trabajan las navarras son muy potentes.

¿El músculo está al otro lado?

Y así tiene que ser, siempre. Los socios locales son la clave del éxito. Ese es uno de los aprendizajes más importantes, y se está trasladando al conjunto de la cooperación española, frente a otras europeas.

¿Cómo es eso?

La de España es la cooperación más joven en el contexto europeo. La AECID nace a finales de los 80. No hay que olvidar que, hasta mitades de esa década, España era receptora de Ayuda Oficial al Desarrollo. La visión europea era más asistencialista. Llegaba con el saber europeo a implantar los proyectos diseñados desde Europa, y eso generaba lo que en el ámbito de la cooperación se han llamado los elefantes blancos: grandes construcciones que luego no han servido para nada porque no responden a la mentalidad local y no se sabe cómo mantenerlas. Por el contrario, la cooperación española estuvo desde el principio más pegada al terreno, ha sido más respetuosa y se ha dado cuenta de que no se puede ir a imponer modelos de desarrollo.

Otro queja que se repite es la inestabilidad financiera a las que las somete el sistema de concurrencia competitiva.

Es uno de los elementos clave en la ley de Cooperación estatal (recién aprobada por el Congreso), pero tampoco se acaba de resolver. El dinero público está sujeto a determinadas normas y, aunque tenemos mecanismos para flexibilizar la gestión, la ley consagra como principio fundamental la concurrencia competitiva. De modo que no, en nuestro sistema jurídico no tenemos alternativas.

¿No está demasiado atomizado el sector en Navarra?

Sí, mucho. Es una de nuestras debilidades. Ojalá se avanzara en un futuro hacia una concentración de entidades. Creo que sería interesantísimo.

¿Algún otro punto flaco?

La descoordinación con otras cooperaciones, las del resto de las comunidades y la del ministerio. Hay muy buena relación pero eso no se materializa en acciones comunes. También creo que la cooperación tiene que ganar peso en la agenda política. El futuro de cualquier sociedad depende de la interacción, no podemos vivir en un mercado cerrado, y la cooperación es una de las mejores llaves de acceso a la internacionalización, una magnífica embajadora de Navarra en el exterior.

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¿Qué consencuencias ha tenido la pandemia en el mundo de la cooperación?

La pandemia nos ha traído aprendizajes, como el darnos cuenta de que el desarrollo tiene que ser más integral, más global. Pero después nos ha aparecido una guerra en el corazón de Europa, y todavía no sabemos a dónde nos va a llevar. Hace poco tuvimos un encuentro en Santander y vino el presidente de la Agencia de Seguridad Alimentaria de Naciones Unidas, que es español. Nos pintó un panorama terrible. Él hablaba de una triple crisis: de energía, de alimentos y de fertilizantes. Decía que esto iba a generar una situación casi de insostenibilidad en muchos países africanos y asiáticos y, de rebote, en el resto. Lo único que está claro es la gran incertidumbre que hay. La Cooperación al Desarrollo está pensada para un mundo estable y, ahora mismo, las relaciones internacionales caminan mucho más hacia el polo opuesto, hacia el conflicto. Creo que la pandemia y la guerra están haciendo tambalear los cimientos de la cooperación.

¿Y qué se puede hacer?

No pensar que vivimos en un proceso lineal de mejora, sino en un contexto mucho más cambiante. Eso tiene que traducirse en una manera de trabajar más flexible.

¿Cómo impacta este estado de ánimo colectivo en la valoración que hace el ciudadano de la Ayuda al Desarrollo?

Yo soy un poco pesimista. En las encuestas que se hacen, la cooperación se ve bien, la mayoría la apoya, pero eso no se traduce en nada, tampoco en las épocas de recortes. La sanidad pública o la escuela pública despiertan defensas encendidas; la cooperación, no.

¿Quiere decir que recortar en cooperación no quita votos?

Creo que no hemos sabido transmitir la importancia que pueden tener estos más de 300 millones de euros que hemos destinado a lo largo de estos 30 años. No hemos sabido contar la cantidad de mejoras en las vidas de muchas personas en las que hemos colaborado. Quizá hemos hablado mucho internamente, en un lenguaje muy técnico, pero no hemos llegado al ciudadano de a pie. Tenemos una deuda con la ciudadanía, y es devolverles todas esas historias fantásticas que hay detrás de esos proyectos que todos los navarros hemos financiado. No hemos resuelto los problemas del mundo, pero sí hemos colaborado en que mucha gente viva mejor.

¿Genera frustración comprometerse a llegar a un presupuesto y no cumplirlo?

Me hubiera encantado haber podido mantener el 0,7 durante todos estos años. Pero cuando tienes una visión amplia del departamento y del Gobierno, de todas las necesidades, a veces comprendes que las prioridades son muchas. Veo mil agujeros que nos gustaría cubrir y no podemos. ¿Frustración? Mucha, la tengo en este y en otros muchos frentes. Ahora estoy sataisfecho con llegar a los 18 millones el año que viene. Al menos hemos sido capaces de llegar a los mínimos a los que nos habíamos comprometido (se refiere a lo recogido en el III Plan Director, que revisó bastante a la baja lo suscrito en el Acuerdo Programático de este gobierno).

Corría el año 1992 cuando el Gobierno foral publicó su primera convocatoria oficial. Sin embargo, la Cooperación al Desarrollo navarra se hunde más profundo en el tiempo y se enraiza con el hospital de Nemba que promovía Medicus Mundi desde 1972, y

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