Pablo Lanaspa: "Somos una generación sobrecualificada, pero con contratos de becario"
De 20 años y estudiante de un doble grado de Ingeniería en la UPNA, acaba de ser elegido presidente del Consejo de la Juventud de Navarra tras haber sido tesorero y vicepresidente de un organismo que busca ser “un puente entre las asociaciones, la Administración y los jóvenes”
- Ainhoa Piudo
Su mirada sólo alcanza a ver los años que le restan para terminar la carrera; no quiere ir más allá, porque sólo hay incertidumbre. La descripción que hace Lanaspa de su horizonte vital bien podría ser la de toda una generación, esa a la que quieren dar voz desde el Consejo de la Juventud Navarra. Este organismo, creado en 1986, es un foro de participación de más de medio centenar de asociaciones y grupos de muy diversa procedencia. Pese a ello, la radiografía que hacen de los problemas que atraviesa la juventud hoy en día es común y precisa en boca de su presidente: “La precariedad laboral y la imposibilidad de acceder a una vivienda hacen imposible que los jóvenes tengan un proyecto de vida”.
¿Son ustedes una generación sumida en el desánimo?
No hablaría de desánimo. Seguimos ilusionados con el futuro, no nos hemos rendido, seguimos tomando iniciativas y luchando por nuestros derechos, pero el panorama que se nos presenta no es el mejor. No hay empleos dignos, no hay salarios dignos, no hay capacidad de emancipación. Sin embargo, creo que todo eso hace que la gente se involucre más, no que se desanime.
¿Lo tienen más complicado de lo que lo tuvieron sus padres?
Todas las generaciones han tenido sus problemas. Yo creo que la juventud tiene una dificultad estructural, que en unas épocas se manifiesta de una manera y en otras, de otra. Es cierto que, a nivel económico, tal vez antes era más fácil. Era más sencillo acceder a una vivienda y el sueldo de una persona permitía mantener una familia entera. En otros aspectos creo que estamos mejor, como en el tema de las relaciones interpersonales o la conciencia sobre el medio ambiente.
¿Sienten que les han vendido un mensaje falso, el de estudia para garantizarte un porvenir?
Es un hecho. Ahora todo el mundo tiene un grado, tres, cuatro o cinco másteres y acaba teniendo unas condiciones laborales que son pésimas. Que a la gente joven se le trate como mano de obra barata ha pasado siempre, pero antes aún daba para vivir. Ahora es que no llega ni siquiera para eso.
¿Qué medidas considera más urgentes en el ámbito de la vivienda?
Salarios dignos, bajar el precio de los alquileres y un parque público de vivienda accesible y extenso. Pero la clave de todo es el empleo, que se contrate gente joven en condiciones. Ya no solo por la dignidad de los jóvenes, sino porque necesitamos más gente joven trabajando para pagar las pensiones. La pirámide poblacional habla por sí sola.
Usted, ¿cómo de lejos ve tener un trabajo estable e independizarse?
Tengo 20 años. Incluso aunque las cosas fuesen muy bien, todavía me veo lejos. Podría compaginar estudios y trabajo y alquilar un piso entre varios, conocidos o no. Pero para vivir en mi misma ciudad, para eso me quedo en casa. También veo lejos conseguir un trabajo estable. Somos una generación sobrecualificada pero acabamos trabajando con contratos de becariado. Todavía existe esa percepción de que quien no va a la universidad es porque no vale, y que la Formación Profesional son para quien no puede hacer algo mejor. Creo que es un error. Son distintas formaciones para distintos tipos de trabajo.
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De tener hijos, ni hablamos.
Sin un salario digno no hay proyecto de vida propio, así que la natalidad queda muy lejos. Así no vamos a poder tener condiciones para criar.
Hay quien dice que los jóvenes de hoy son unos hedonistas incapaces de hacer sacrificios.
Me gustaría ver a esas personas cobrando los salarios que cobran los jóvenes, con toda la formación que tienen detrás. Me gustaría verles intentar subsistir, simplemente. Es muy fácil hablar desde fuera.
PANDEMIA Y BOTELLONES
Los jóvenes son uno de los colectivos en los que más impacto ha tenido la pandemia, especialmente en salud mental. ¿Tan profunda es la huella que les ha dejado?
A mí, personalmente, no me afectó mucho. Tengo suerte, en mi casa hay espacio y nunca me sentí del todo encarcelado. Pero sí he visto que ha tenido una repercusión posterior, sobre todo en el ámbito académico. Hay mucha gente que ya no es capaz de concentrarse como antes.
¿De verdad?
A mí generación, la EVAU (antigua Selectividad) nos tocó el año que estuvimos confinados. Fue un sálvese quien pueda y creo que eso rompió la dinámica de estudio, además de la social. Otra cosa que se ha quedado es el miedo a estar en espacios con mucha gente. Quizá no de forma generalizada, pero sí hay gente a la que le sigue costando. Y luego están los adolescentes, los de 14 o 15 años. A ellos les cortó justo el momento de comenzar a desarrollar su propia identidad. Hay algunos que todavía no se quiere quitar la mascarilla porque es su protección frente al mundo.
¿Entendieron los estallidos de violencia en los macrobotellones cuando se levantaron las restricciones?
Nos parece un poco un fallo de enfoque. Sí es verdad que se daban botellones, y que hay que condenar las actitudes violentas que se daban en esos espacios. Eso no representa a la juventud. Pero la duda es: ¿cuál l es la preocupación real? ¿Que se junte gente joven, que consuman alcohol? Porque los adultos hacen lo mismo pero en terrazas o en pisos particulares, y de eso no se habla tanto. La principal diferencia entre consumir alcohol en un botellón o hacerlo en una terraza es el precio.
¿Se han sentido criminalizados?
Sí, pero la criminalización de la juventud es algo que también es transversal en todas las generaciones. Siempre hemos sido los vagos que no hemos querido trabajar, lo que hemos estado más cómodos en casa, los violentos. Hay que ir un poco más allá siempre. ¿Por qué hay botellones? Para empezar, porque el modelo de ocio basado en el consumo de alcohol viene heredado. Y es algo socialmente aceptado. El problema es cuando no es en un establecimiento o en casa. Eso es una doble vara de medir.
Dígame qué le suscita el siguiente titular. “La mitad de universitarios hace un uso problemático del móvil”. ¿Hay un problema de adicción?
Sí, sí lo hay. No ha habido un proceso de educar, de hacer pedagogía, con el uso de las nuevas tecnologías. Se ha dejado a las familias vendidas. Luego hay otro factor, y es que ahora mismo el móvil es la herramienta universal. Sin el móvil no existes o estás inutilizado.
Otro dato. Sólo el 41% de los jóvenes navarros ha solicitado los 400 euros del bono cultural.
Eso es probablemente porque la gente no sabe ni que existe el bono cultural, o no sabe cómo pedirlo.
¿No es desinterés hacia la cultura?
No, ni de lejos. Igual no se lee El Quijote o La Divina Comedia, sino otras cosas, y no lo hacen en papel sino en digital. E igual no interesa la cultura más clásica, sino otros géneros, otros artistas jóvenes. Pero no es desinterés. Ya hemos visto que el tema burocrático tiene impacto en otras ayudas también, como en las de Emanzipa (un programa de ayudas al alquiler joven del Gobierno de Navarra), o con los descuentos del carné joven. Quizá habría que replantear un poco cómo se promocionan.
¿El Consejo de la Juventud de Navarra es un órgano poco conocido?
Sí, por desgracia, sobre todo para la población joven, que es la objetivo.
¿Cuáles son sus funciones?
Ser interlocutor entre la juventud y los poderes públicos; detectar reivindicaciones y situaciones de vulneración de derechos para tomar las acciones necesarias; fomentar el asociacionismo.
¿Por qué se reivindican como interlocutor legítimo de la administración? ¿No se sienten tenidos en cuenta?
Sí, la Administración sí nos tiene en cuenta. Tiene más que ver con esa percepción de que igual no se nos termina de conocer del todo, de recordar que somos el máximo representante de la juventud en Navarra.
Son una amalgama de entidades, de muy diversas procedencias: entidades, partidos políticos, sindicatos, etc. ¿Les resulta difícil encontrar hablar con una única voz?
Está claro que hay que llegar a consensos. En líneas generales no solemos tener muchos problemas, porque los problemas de la juventud son bastante patentes: vivienda, empleo, salud mental. El diagnóstico es común porque es innegable, y todos coincidimos en que a la gente joven se le trata como a una población de segunda.En lo que hay que dialogar un poco más es en las propuestas para atajar esos problemas.
Usted representa al SEI (Servicio Socioeducativo Intercultural). ¿Cómo llegó a esta entidad?
Hice el curso de monitor de tiempo libre, e hice las prácticas en el SEI. Es una asociación que trabaja un tema muy importante, el acompañamiento a personas en duelo migratorio. Coincidió una época en la que el tema de los menores extranjeros no acompañados estaba en pleno boom. Se les pone una siglas, menas, y se les deshumaniza completamente. En el SEI los rehumanizan, y no solo con ellos, sino también con personas en otro tipo de situaciones. Hacen una labor de integración social muy importante.
¿Esa experiencia le cambió la mirada sobre estas personas?
Ya de antes no me gustaba mucho cómo se trata a las personas migrantes, todo el discurso de odio que se genera. Pero esto me dio el trato directo con ellas. Son personas como nosotros, que tienen una necesidades. Y muchas veces los conflictos que surgen son porque esas necesidades no se cubren. Muchas veces no les consideramos ciudadanos. Un ejemplo: el SEI ha conseguido que estos jóvenes puedan jugar en equipos de fútbol pero, como por tema burocrático, no se pueden federar, solamente pueden entrenar, no jugar los partidos. Y así con muchas cosas.
¿Se considera un joven socialmente comprometido?
Me gusta pensar que sí, aunque suene poco humilde. En la medida de lo que puedo, intento cambiar las cosas. O al menos, darme cuenta de las cosas que podrían mejorar, empezando por mí.
¿Lo ha mamado en casa?
No sabemos de dónde viene, porque en mi casa la política no gusta, se habla bastante poco. Yo, en cambio, me recuerdo siguiendo las elecciones desde que tengo 13 o 14 años.
¿Es de los que se quedaba en la noche electoral a ver el recuento?
Tal cual, aunque al día siguiente hubiera clase. Me iba tardísimo a la cama para ver el escrutinio y los discursos de los partidos. Es un tema que siempre me ha interesado.
¿Es un bicho raro en su círculo de amigos y compañeros de clase?¿Es verdad eso de que son difíciles de movilizar?
Bueno, hay mucha gente que no se moviliza en la calle, como hace 40 años, pero en las redes hay mucho activismo. Creo que sí hay una inquietud política en la juventud y a veces eso se pasa por alto. Hay una parte de la juventud que no sigue la política a través de los medios convencionales, o que prefiere una política menos institucional, pero es consciente de los problemas. Desde la pandemia, se ha triplicado la creación de asociaciones y entidades juveniles, pero están más atomizadas, no son tan grandes como antes.
Pablo Lanaspa Orúe nació el 18 de agosto de 2002. Es hijo de Edurne y Roberto y tiene una hermana de 16 años. Estudió en el Sagrado Corazón y ahora mismo cursa 3º del doble grado en Ingeniería en Tecnologías de la Telecomunicación e Ingeniería Biomédica en la Universidad Pública de Navarra. Le gusta hacer deporte, leer, escribir y escuchar música, sobre todo electrónica y rock punk. Le gustaría encaminar su futuro laboral hacia el ámbito de las telecomunicaciones “con perspectiva social”. “Me gustaría adaptar las tecnologías para que sean más sostenibles y más accesibles”. Y, si es posible, hacerlo desde aquí, “porque Navarra tiene mucho potencial”.
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