VÍDEO | Las brujas de Pío Baroja
Desde su casa de Itzea, en el 'País del Bidasoa', conoció las tradiciones, la historia y las 'sorguiñas' del norte de Navarra y la zona vasco-francesa. En este enclave ubica 'La dama de Urtubi'
- Puy Portillo
“Me dijo en una ocasión Ortega y Gasset: «Pero, ¿para qué quiere usted una casa tan grande? ¿Para pasear por el salón?». Sorprendido, le respondí: «¿Y le parece eso poco?»”. Pío Baroja contaba esta anécdota sobre su casa de Vera Bidasoa (Bera), Itzea, que adquirió en 1912 y a la que tenía especial afecto. En uno de sus viajes, cuando recorría la zona vasco-francesa, se acercó a esta parte de Navarra. La neblina que recubría el paisaje durante el otoño le sedujo, y el anuncio de un viejo caserón semiderruido en Bera que rezaba «bueno para fábrica o para convento» le convenció para comprarlo.
A partir de entonces, el escritor guipuzcoano desarrolló buena parte de su obra en Itzea y localizó en este enclave, para él bucólico, algunas de sus historias. Es el caso de La dama de Urtubi, una novela corta, romántica, que publicó en 1916. Se desarrolla en el siglo XVII, cuando la caza de brujas llegó a Zugarramurdi y los alrededores.
<div class="footer_photo"> Casa de Itzea. ARCHIVO/GARZARON
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EL CASTILLO DE URTUBI
Leonor de Alzate era la sobrina huérfana del barón de Urtubi, poseedor del Château d'Urtubie, un castillo francés del siglo XIV entre Urruña y San Juan de Luz, hoy convertido en hotel. La historia de la familia que lo construyó inspiró a Baroja.
<div class="footer_photo">El castillo de Urtubi. | JOAQUÍN CIÁURRIZ</div> El ‘hombre malo de Itzea’, como lo apodaron los niños de Bera, poseía gran conocimiento de la historia, las leyendas populares y la gente de la franja del Bidasoa, que acuñó como el ‘País del Bidasoa’. “Le interesaba mucho la zona en su doble vertiente, tanto la española (Navarra y Guipúzcoa) como la francesa. En esa época, además, había mucha atracción por el mundo de fronteras, y muchos escritores, como su amigo Paul Schmidt y Pierre Loti, fueron a esas zonas fronterizas con una mirada hacia lo universal, hacia Europa”, explica Joaquín Ciáurriz Labiano, barojiano y editor de IPSO Ediciones, editorial con la que estos meses se encuentra publicando la colección Baroja & Yo.
“Para él, el ‘País del Bidasoa’ era algo idílico, un canon de belleza, un sentimiento romántico y melancólico”, señala Ciáurriz. Y en este libro, nombra muchos enclaves cercanos como Sara, Yanci, Ustaritz, Bayona, Ibardin, Bearn, Etxalar, Bera o Urdax, entre otros.
La compra de esa vivienda fue uno de los aspectos determinantes en su literatura. Le supuso un remanso de paz, un sitio donde pudo disfrutar de esos otoños y, al mismo tiempo, escaparse de la marabunta de Madrid. Y con ella, fue tomando forma una gran biblioteca que alimentó de libros de historia, de etnografía, de brujería… “Esa biblioteca —apunta el editor navarro— no se dejó de nutrir gracias a la siguiente generación de la familia Baroja, pues su sobrino Julio Caro, al que estuvo muy unido, fue el investigador que desarrolló de una manera académica muchos de los temas que ya a él se interesaban, como el de la brujería”.
<div class="footer_photo"> El barojiano y editor Joaquín Ciáurriz. | PUY PORTILLO.
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CONTRA LA IGLESIA
El barón de Urtubi envió a su sobrina a Urdax, donde vivía la reina de las sorguiñas, para que con procedimientos esotéricos la convenciera de su casamiento con el joven Saint-Pée, de un linaje históricamente enemigo al suyo. Quiso recurrir a la magia oscura con el fin de “contrarrestar la influencia monjil del convento” en el que Leonor estudió de niña. “Prefiero que seas una amazona atrevida y audaz que no una santa Nitouche”, le espetó su tío.
La literatura de Baroja cuenta con muchas referencias autobiográficas, y este anticlericalismo es una de ellas. “Lo basa en un susto que le dio un canónigo de la catedral de Pamplona, Tirso Larequi, cuando era niño”, cuenta Joaquín Ciáurriz. «Don Tirso, eres una mala bestia», dice en Juventud, egolatría. “Para él, la figura de este cura obeso era la imagen de la religión. Esa fobia al clero la mantuvo hasta el final de sus días. Por eso, su sobrino Julio Caro decidió que se le enterrase en el cementerio civil de Madrid, un auténtico hito en ese momento”, relata Ciáurriz.
Pero más allá de la anécdota infantil, su anticlericalismo se le atribuye a la vinculación del clero al nacionalismo —el bizkaitarrismo de esa época— y al carlismo. Manifestó una postura hostil hacia esas causas, pero siempre respetó el culto cristiano, como muestra la estrecha relación que mantenía con su madre, una mujer muy beata, lo habitual en su tiempo.
Baroja se definía como un 'dogmatófago'. “En torno a los 40 años de edad, fue un hombre tremendamente hostil con todos los dogmas, usos y costumbre establecidos en la época, aunque luego fue matizando muchos de ellos”, recuerda el editor de IPSO Ediciones.
'SORGUIÑAS' DE ZUGARRAMURDI
Como su sobrino, Pío leyó tratados de inquisidores y sortilegios que menciona en el prólogo, donde se advierte de la cueva de Zugarramurdi como el foco de los mayores aquelarres de la zona. “A la noche siguiente, la noche de San Juan, se celebraría el aquelarre, al cual iban a acudir Leonor y Saint-Pée. El punto de reunión de todos sería la cueva de Zugarramurdi”, reza un pasaje de La dama de Urtubi.
Julio Caro Baroja apunta en su libro Las brujas y su mundo el año 1466 como la primera fecha documentada sobre la brujería en el norte de Navarra, cuando “la provincia de Guipúzcoa dirigió una representación a Enrique IV de Castilla en la que exponía los muchos daños que causaban en ella las brujas, cuya destrucción consideraba imprescindible. Decía además en aquel documento que los alcaldes ordinarios no prestaban atención al problema o se mostraban muy indulgentes con las acusadas”. Estas sorguiñas alababan al diablo “en figura de macho cabrío, de mulo o de hombre que siempre ostentaba algún signo de maldad, como un cuerno en la cabeza o en la frente, o algunos dientes fuera de la boca”, dice Caro Baroja.
El término vascoakelarre significa 'prado del carbón' y, en el caso de Zugarramurdi, estos se celebraban en túneles subterráneos de grandes dimensiones, en las rocas que conformaban las cuevas, que hacían el papel de las paredes de una catedral.
Caro expone en esta obra que los aquelarres eran misas negras que imitaban el culto cristiano: “No solo reproduce una corte real, con reyes, coperos, despenseros y altos dignatarios, reproduce también una catedral, o una iglesia, en la que hay dignidades y donde se celebran funciones”. Y detalla que algunos sacerdotes y clérigos de la zona fueron acusados de brujos por oficiar o ser partícipes de estas misas satánicas.
“Sí, en toda la comarca ha habido brujas, y lo más curioso es que muchos centros de brujería estaban en las iglesias. La iglesia de Urdax, la de San Juan de Luz, la capilla del Espíritu Santo, del monte Larrún, y otros establecimientos religiosos eran focos de brujería”, cuenta en la novela barojiana el personaje de Duhalde d’Harismendy, abate de Sara.
Koro Irazoki Arburua, historiadora local y autora deLas brujas de Zugarramurdi, sostiene que, históricamente, parece que el desencadenante de la mayor caza de brujas del norte de Navarra fue una joven francesa, María de Ximildegui. Llegó a Zugarramurdi desde Ciboure, y contaba que había asistido a aquelarres en Francia, pero también en la localidad navarra, acusando de brujería a otras mujeres y hombres de la zona. En aquella época —siglo XVII— los problemas entre los vecinos se resolvían hablando en la iglesia, y algunos habitantes reconocieron tener alguna culpabilidad en el asunto, aunque parece que ellos solos llegaron a solucionarlo. Pero ya era tarde, porque alguien había llamado a la Inquisición.
Zugarramurdi y Urdax vivían bajo la jurisdicción eclesiástica del Real Monasterio de Urdax. Los reinos españoles y franceses buscaban comisarios inquisitoriales, y el abad de este cenobio, Fray León de Araníbar, era uno de esos confidentes. En 1609 se presentó en Zugarramurdi un comisario de la Inquisición venido de Logroño. En total fueron 31 las personas acusadas, además de adorar al diablo, de convertirse en animales, de volar, de hacer naufragar los barcos que llegaban al puerto, de rapto de niños con cuyos cuerpos realizaban sacrificios, y de necrofagia. Quienes confesaron como verdadero de aquello de lo que se les acusaba se salvaron. Quienes se mantuvieron firmes de sus convicciones acabaron en la hoguera.
<div class="footer_photo">Koro Irazoki, historiadora local de Zugarramurdi. | DAVID GARCÍA</div> LA MUJER, PROTAGONISTA
Leonor de Alzate se rebela contra su tío y su pretendiente Saint-Pée, uniéndose finalmente en matrimonio con Miguel Machain, el hombre al que amaba. De Pío Baroja se habla de una misoginia en su vida y en su literatura. Pero la figura de Leonor y otras mujeres de su obra echan por tierra ese falso tópico.
“La gente ha confundido su soltería con una actitud misógina. No es así. Él era un romántico en el fondo”, expone Ciáurriz. En sus Memorias, narra un pasaje de cuando se enamoró de una criada de Azkoitia en un tren de camino a Cestona. “Pero no encontró en la vida la mujer que a él le hubiese gustado. Se oponía al canon de la mujer sumisa que abundaba en la época. Era muy adelantado a su tiempo —reflexiona el editor pamplonés—. Defendía a la mujer trabajadora, responsable, leída, la que estaba a misma altura intelectual del hombre”. Soledad Puértolas y Ascensión Rivas han publicado recientemente en la colección Baroja & Yo sus planteamientos personales sobre este tema.
La figura de la mujer no convencional fue una constante en sus textos. Para muestra, la novela de Pío Baroja escrita en 1939, Laura o la soledad sin remedio, que ahora acaba de editar sin censura la editorial familiar Caro Raggio.
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“Me dijo en una ocasión Ortega y Gasset: «Pero, ¿para qué quiere usted una casa tan grande? ¿Para pasear por el salón?». Sorprendido, le respondí: «¿Y le parece eso poco?»”. Pío Baroja contaba esta anécdota sobre su casa de Vera Bidasoa (Bera), Itzea
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