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Opinión

En el primer aniversario de la guerra de Ucrania

Ariana Betalleluz

El año transcurrido desde la invasión rusa de Ucrania deja para Europa y el mundo varias lecciones de las que tomar nota, en los diferentes ámbitos del conflicto. No es novedad, así, señalar el replanteamiento geopolítico de la Unión, con un renovado interés por mejorar sus estructuras de seguridad y defensa comunes. No es tampoco nueva la cuestión de los desplazados ucranianos y la capacidad de acogida de los países receptores, o las preguntas sobre seguridad energética y dependencia de materias primas provenientes de Rusia. En cualquier caso, lo cierto es que en el inicio de la “operación militar especial” iniciada sobre Donetsk y Luhansk el pasado 24 de febrero se pusieron en evidencia las vulnerabilidades de la Unión Europea quien, torpe y tímida, empezaba a reaccionar ante la evidencia y magnitud de sus brechas de seguridad.

Los retos no han disminuido en número ni en dificultad. Si acaso, sucede al contrario: se plantean las dificultades diarias propias de un conflicto, añadidas a la decadencia en interés para la audiencia y en la vida política popular sobre la actualidad de los acontecimientos, sin ver avances importantes en el terreno. Estamos en un momento del enfrentamiento en el que corresponde pasar de los discursos a la realidad: la novedad del regreso de la guerra al Viejo Continente ya está superada, y ahora toca hacerle frente con renovada decisión. Algunas áreas todavía pendientes son el aumento del gasto en seguridad y defensa o la verdadera independencia energética respecto del gas ruso, por ejemplo. Si la Unión Europea quiere posicionarse como el referente mundial de democracia y Estado de Derecho, como modelo de sociedad justa, solidaria y sostenible, tiene que creerse realmente el proyecto y poner los medios para que se haga realidad, y asegurar así los cimientos sobre los que construir en una eventual posguerra.

En este mismo sentido, otra cuestión necesitada de solución es la que se refiere a la continuidad de la protección de los ucranianos bajo la Directiva de protección temporal, una vez que acabe su vigencia el próximo 4 de marzo. La decisión unánime del Consejo, requerida por la propia Directiva para poder ser activada, respondió en su momento a la necesidad humanitaria de tener un esquema de garantías mínimo para acoger a los potenciales refugiados. Fue un gesto tan humanitario como estratégico y práctico a efectos jurídicos. Ahora que esta solución provisional se va agotando en su vigencia, sin embargo, urge hacer permanente la solidaridad tanto con aquellos que se benefician de esta protección, como con aquellos que los reciben. El camino hacia la Europa resiliente y de la autonomía estratégica pasa, primero, por establecer procesos y mecanismos también resilientes, capaces de ser aplicados con proyección en el tiempo. Que nos preparen para hacer frente a la inmediatez de las emergencias, sí, pero también y, sobre todo, para mecanizar soluciones a problemas en el mediano y largo plazo.

El multilateralismo, las sanciones y los envíos de material militar, junto con otras medidas de apoyo que han generado mayor interés mediático, en sí mismos no serán suficientes para que Ucrania, y con ella Europa, se alcen victoriosos de esta contienda. Hacen falta capacidad de decisión, voluntad política y liderazgo fuerte (que no autoritario) para sostener la lucha hasta el final. Como bien se señalaba al inicio de la guerra, lo que estaba, está y seguirá estando en juego mientras dure el enfrentamiento es el futuro mismo de Europa y los valores que representa; aquellos ideales de paz y democracia de los que todos deberíamos sentirnos, cuando menos, herederos y responsables.

Ariana Betalleluz es socia de Equipo Europa Navarra

El año transcurrido desde la invasión rusa de Ucrania deja para Europa y el mundo varias lecciones de las que tomar nota, en los diferentes ámbitos del conflicto. No es novedad, así, señalar el replanteamiento geopolítico de la Unión, con un renovado

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