Mujeres navarras esenciales en el sector más esencial
El sector agroindustrial de la Comunidad foral da empleo a más de 28.000 personas, de las que casi un 70% son mujeres. La alimentación, algo tan fundamental y de primera necesidad, está en manos de miles de navarras.
- Diana de Miguel
- M. Carmen Garde
El perfil femeninopredomina en el sector agroindustrial de Navarra, el segundo motor económico y todo un seguro de vida contra el despoblamiento de los pueblos y el medio rural. Las mujeres ocupan casi siete de cada diez empleos y, aunque su representación en altos cargos, puestos técnicos e investigación, gana peso cada año que pasa, todavía su presencia sigue siendo minoritaria. Según el Instituto de Estadística de Navarra (Nastat) el sector agroalimentario emplea a poco más de 28.000 personas, de las que cerca de unas 18.000 son mujeres.
Desde el campo y la granja hasta las cerca de 600 empresas elaboradoras de alimentos, la mujer ha desempeñado tradicionalmente y desempeña un rol clave en su presente y, también, en su futuro. Por ejemplo, las mujeres son protagonistas de más del 50% del vino que se elabora en la Denominación de Origen Navarra, tal y como afirma su presidente, David Palacios. En el sector primario (agricultura y ganadería) existen en Navarra unas 12.700 personas físicas que son propietarias de explotaciones agropecuarias y, de ellas, 3.700 (casi un 30% ) son mujeres. Y en las empresas socias de Alinar unos 12.000 empleos son femeninos.
En este sector, donde prima el compromiso y el talento, cuenta entre sus mujeres con Juana María Aríztegui Oyaregui (ganadera de vacuno de leche de Arraitz), María José Arrondo Lahera (agricultora cerealista de Fustiñana), Joselin Naranjo Armijos (técnica de producción en la empresa Florette, de Milagro) y Elena Zaratiegui Santos (trabajadora en Embutidos Hortanco, de Tafalla). Con motivo del Día Internacional de la Mujer, las cuatro reflexionan sobre su experiencia laboral en el sector agroalimentario y sobre el papel de las mujeres.
Hija y nieta de ganaderos, Juana María Aríztegui Oyaregui tenía el destino escrito. Le costó porque empezó a los 14 años como dependienta en un comercio textil de Pamplona, pero su marido, Miguel Ángel Hernandorena, ya había montado en 1993 una granja de vacuno de leche en Arraitz y en 2002 decidió hacerse también ganadera. “Alimentar a las vacas para que den leche con la que alimentar a personas es una de las profesiones más bonitas del mundo”, afirma a sus 62 años. “Me he criado entre vacas y el mundo rural, aunque sacrificado, es de lo más auténtico que nos queda, nuestros orígenes y me preocupa que lo perdamos”, añade en su explotación, una sociedad junto a su marido con 115 vacas de ordeño. En 2008, junto a otros ganaderos, crearon Lacturale.
Juana Mari se considera una persona luchadora. “Mi generación ha sido la de la reivindicación. Ha ayudado a que ahora las mujeres sean más independientes. Antaño, ser ganadera no estaba bien visto. Ahora, en la Ulztama, hay unas diez ganaderas”. A su juicio, el papel de la mujer en la alimentación es fundamental. “Navarra ha sido siempre muy matriarcal. Las mujeres han tenido el mando a nivel familiar, pero no estaban visibilizadas en el mundo laboral”, afirma. “Muchas veces hace falta que las mujeres nos creamos que somos capaces de hacerlo, que creamos en nosotras mismas”, señala, al tiempo que reclama a las autoridades que quiten trabas a la actividad en el sector primario “porque si no no habrá futuro ni para las mujeres ni para los hombres”.
Juana Mari considera que en los órganos de dirección de las organizaciones o empresas es "importante que haya personas válidas", independientemente que sean hombres o mujeres, "pero que haya mujeres es positivo". La ganadera aprovecha para mandar un recado a los políticos. "Tienen que ayudar a que los que trabajamos en la agricultura y la ganadería tengamos unas empresas viables y podamos contribuir a alimentar a la ciudadanía, al mantenimiento del medio ambiente, la fijación de la población en los pueblos. ¡Ah! Y la leche no puede ser utilizada como producto reclamo".
Juana María Ariztegui Oyaregui, de 62 años, es de Lantz, está casada y es madre de 3 hijos. Su marido puso en 1993 una granja y ella, después de trabajar en una tienda, en 2002, se formó e instaló como ganadera. Pertenece al grupo Lacturale.
A los 14 años ya disfrutaba cuando le dejaban ir en ciclomotor a regar el invernadero donde su padre, José María, criaba planta de brócoli. Y antes de los 18 se puso por primera vez al frente del volante de un tractor. María José Arrondo Lahera, de 37 años y vecina de Fustiñana, es la pequeña de cinco hermanos y, en contra de los consejos paternos para que estudiara, decidió ser agricultora. Ahora, ella es madre de tres hijas y, confiesa, con un tímido “no sé” cuando se le pregunta si le gustaría que alguna se dedicase al campo. “Tengo amigas que van al trabajo, hacen sus horas y se van a casa. Yo, en cambio, tengo todo mi sueldo expuesto todo el año, con toda la preocupación e incertidumbre que conlleva. Al final, cada cosecha es una inversión que no sabes cómo saldrá. Además, con tanta normativa veo que aquí, con todo el potencial que tenemos, ponen mil trabas para cultivar. Es una pena, pero están dejando la producción de alimentos a terceros países”, comenta. Para esta agricultora, atrás han quedado las miradas extrañadas que descubría en hombres cuándo en su juventud la veían conduciendo el tractor. “Las mujeres han llevado siempre las cuentas de los campos. Su papel en la agricultura ha sido tan fundamental como incuestionable. Mi padre se limitaba a trabajar y mi madre sabía al detalle cuánto costaba cada cosa. Ahora, las mujeres hemos dado un paso adelante y ven tan normal que coja el tractor y aplique los abonos o lleve el remolque. Hemos dejado de estar de puertas adentro. Eso sí, cuando dices que eres agricultora en otros ambientes siempre alguien dice: ¡‘Mira qué valiente!’ Y yo no soy valiente. Lo que sí creo es que las mujeres, en todo, parece que siempre tenemos que demostrar un poco más que el hombre”, detalla.
A su juicio, la mujer “quizá es más reflexiva” que el hombre, pero María José huye del enfrentamiento o comparaciones de género. “El hombre y la mujer no somos iguales y no por eso uno es mejor o peor que el otro. Cada uno tiene sus cualidades”, apunta esta fustiñanera, que considera que la agricultura ha cambiado mucho de su padre a ella. “Mi padre sacó a 5 hijos adelante. Ahora, necesitas mucho dinero para dedicarte al campo. Antes, con un remolque de 15.000 kilos de trigo pagabas en mano un tractor. Hoy, necesitas endeudarte porque, como poco, cuesta 200.000 euros”.
María José Arrondo Lahera (Fustiñana, 13 de octubre de 1985) es cerealista en una sociedad con otros dos hermanos (Alberto y Ángel), en la que llevan unas 500 hectáreas, 400 en ecológico. Es madre de 3 hijas: Julia (7 años), lucía (5) y Claudia (2).
La tafallesa Elena Zaratiegui Sánchez, de 55 años, se reenganchó al mundo laboral justo un día después de cumplir los 50. La oportunidad le llegó cuando hacia la compra en su carnicería habitual de la plaza del Mercado de su localidad, la Hermanos Sarnago Recalde a la que durante años dio servicio la fábrica de Embutidos Hortanco, propiedad de la misma familia. “Me dijeron que necesitaban a una persona viernes y sábados y no me lo pensé”. Elena, que durante tres años había estado recogiendo espárragos, estaba dedicada al cuidado de sus padres y el trabajo no sólo le sirvió de desahogo vital sino que le terminó abriendo las puertas de la empresa familiar conocida hoy por su producto estrella, la txistorra, pero que comenzó su andadura en la década de los cuarenta del siglo pasado criando y vendiendo ganado en Tafalla y los pueblos de alrededor. El cierre de la carnicería en el verano de 2020 coincidió con el traslado de la fábrica de embutidos, en pleno crecimiento, a unas nuevas instalaciones en el polígono la Nava. En ellas, hoy a los mandos de la cuarta generación, Elena asegura sentirse una más de la familia. Sonríe cuando recuerda el primer día que sus jefes la ‘disfrazaron’ con el delantal y las botas y la pusieron a hacer salchichas, uno de los productos en tripa natural y sin aditivos ni colorantes que elaboran en la fábrica. “Que nada más llegar me dejaran a cargo de la elaboración de uno de sus productos demuestra su confianza en mí. Me siento una privilegiada por el ambiente laboral que tengo; son muy familiares y así te hacen sentir”, confiesa orgullosa de haber ido superando retos y consciente de que no en todas las empresas del sector la situación laboral de la mujer es tan óptima. Trabaja de martes a viernes y además de la elaboración de las salchichas dos días a la semana ayuda con el envasado y la preparación de pedidos tanto para el mercado nacional como internacional. “Espero jubilarme aquí”, espeta mientras completa un pedido para un cliente belga. Su mayor deseo es que la empresa siga creciendo “para que me amplíen el contrato y trabajar más horas”. Ilusión e ideas no le faltan. Ya les ha propuesto incluir la butifarra en el catálogo de productos de la empresa en honor a su madre. “Ella era catalana”, se justifica.
Elena Zaratiegui Sánchez, tafallesa de 55 años, empezó trabajando en la carnicería de los Hermanos Sarnago Recalde y en el verano de 2020, tras la jubilación de sus propietarios, dio el salto al otro negocio de la familia, la fábrica Embutidos Hortanco.
No sabía si en congelados, conservas o vegetales, pero la peraltesa Joselin NaranjoArmijos, de 28 años, sí tenía claro que quería trabajar en la industria agroalimentaria. Lo supo en Bachiller, para alegría de su padre -hijo de agricultores-, cuando le llevaron de excursión a la UPNA. “Me gustaba el campo por la libertad que ofrece”, cuenta. Tras graduarse en Ingeniería Agrónoma y hacer el máster, las prácticas de un curso de gestión de personas y emociones le terminaron llevando hasta Florette. “Nada más terminar me contrataron”, remarca agradecida por la oportunidad que le brindaron. Hoy es una de las pocas ingenieras que se ven en el campo, reflejo dice, de una titulación en la que, como ocurre en otras ingenierías, la presencia de mujeres sigue siendo muy reducida. Entre otras responsabilidades, gestiona las entradas y salidas del personal y los camiones del Vacumm, una instalación que Florette tiene junto a sus campos de cultivo y en la que se enfrían los vegetales recolectados para su traslado al centro de producción. Se vanagloria de que ningún día sea igual, con trabajo de oficina y seguimiento a cultivos y fincas de brotes tiernos. Trata con colegas de profesión, agricultores y trabajadores de la industria. Escucha y da órdenes y su opinión, señala, cuenta como una más. “Se dice que el campo es machista, pero yo no he tenido nunca un problema”.
La peraltesa Joselin Naranjo Armijo cumplirá en mayo su primer año como técnica de producción de Florette. Tras graduarse como ingeniera agrónoma en la UPNA y realizar unas prácticas en la empresa, le ofrecieron quedarse.
El perfil femenino predomina en el sector agroindustrial de Navarra, el segundo motor económico y todo un seguro de vida contra el despoblamiento de los pueblos y el medio rural. Las mujeres ocupan casi siete de cada diez empleos y, aunque su repr
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