Momotxorros, al rojo vivo en Alsasua
La metamorfosis obrada con la imposición de la sangre sobre su rostro e indumentaria blanca ahuyentó la fina lluvia que amenazó con afear la salida de los Momotxorros en Alsasua. Medio millar de figurantes participó en su carnaval rural
- Natxo Gutiérrez
Las Navidades regalan a menores de Alsasua el vestuario del Momotxorro. Es un obsequio que se convierte en deseo por el efecto hipnotizador que ejerce la simbiosis humana y res vacuna desde temprana edad. Martín Ciriza Carrero, de 6 años, vistió el vestuario, rematado en cornamenta, heredado de su tío, Jesús Camero Muñoz, en una muestra de la transmisión entre generaciones del apego a la cultura local. Ambos, tío y sobrino, esperaron al despliegue del Momotxorro y el resto de los figurantes del Carnaval rural por el centro urbano. Lo hicieron en el frontón Zelandi, reconvertido en vestuario de los últimos retoques antes de enfilar el improvisado acotado, habilitado en su exterior, para tomar parte en el ritual de la sangre.
El ambiente atávico, anunciado en los prolegómenos con la música de rock and roll en unos habitáculos anexos y acentuado con el ritmo continuo de la txalaparta, predispuso a la metamorfosis de cuerpo y alma de los disfrazados. Como si fuera un rito de introducción a un acto prohibido, con seis antorchas encendidas y vestigios de la última nevada en la sierra de Urbasa, los alienados fueron impregnando brazos, rostro, camisa o sábana blanca con sangre.
Con el poder de un conjuro, la fina lluvia que había amenazado media hora antes con empañar el desfile, esperado durante un año, desapareció para solaz de una nutrida concurrencia de mimetizados y curiosos.
Ohian Valdivieso Clemente, que acudió a la cita con tiempo de antelación, dio razón de la misión del personaje más carismático. Al Momotxorro - dijo- le corresponde “asustar a la gente”. “Con los años -añadió- se va aprendiendo” los pasos de la danza que lleva su nombre. Se inició con 6 quien estudia ahora en el instituto con 12.
El poder cautivador del conjunto de figurantes tuvo un efecto hipnotizador en una presencia notoria de menores. “Hay cantera”, se le escuchó decir a Iñaki Argüelles Iriarte, de la Comisión Pro-Carnaval, en el intervalo entre la salida principal y el itinerario que, a media tarde, completaron los más pequeños. La versión rural de la fiesta del disfraz “tiene que ser generacional”, añadió en un deseo, compartido por la mayoría en la villa, de contagiar a las generaciones más jóvenes del sentir de conservación y promoción de un evento que ofrece motivos de orgullo local.
No faltó la música de fanfarria, trikitrixa y txistularis cuando los disfrazados más nerviosos se arremolinaron, hacia las siete y media de la tarde, en la entrada del colegio público Zelandi. El estallido de un cohete, amplificado con el sonido del cuerno, alivió su ímpetu contenido con una estampida que supuso una liberación y, a la vez, la extensión de sus intenciones intimidatorias.
Recuperado el año pasado tras la pandemia, la recreación festiva despertó gran interés, con presencia notable de visitantes de distintos rincones de Navarra y las vecinas Guipúzcoa y Álava principalmente. En su noche encantada, el Momotxorro amplió sus dominios, al igual que lo hiciera en 1982 cuando fue recuperado a partir de la iniciativa que una década antes llevó a cabo el grupo de dantzas Andra Mari, de Galdakao (Vizcaya), con la introducción en su repertorio de piezas originarias de Alsasua. Ahí tomó cuerpo la suerte de minotauro que, con solo verlo, da miedo.
Las Navidades regalan a menores de Alsasua el vestuario del Momotxorro. Es un obsequio que se convierte en deseo por el efecto hipnotizador que ejerce la simbiosis humana y res vacuna desde temprana edad. Martín Ciriza Carrero, de 6 años, vistió el
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