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Iniciativa social 

En Arantza, el menú se sirve a la puerta del caserío

Un servicio a domicilio, instaurado por su asociación de jubilados, procura la alimentación a personas mayores o solas en casas y caseríos de Arantza desde hace 15 años

Asunción Macicior recibe en su casa el termo con la comida del día, de manos de Arantza Larretxea EDUARDO BUXENS

No seas tonta. ¡Apúntante!”. Asunción Macicior -“las dos con ‘c’ de casa”- Iturbide se ha convertido en el último mes en difusora de las bondades que proporciona el servicio de comidas a domicilio en Arantza, donde reside. “Estoy muy contenta”, reconoce y, como tal, anima a vecinas suyas a seguir su ejemplo como destinataria de la prestación. A diario, salvo ocasiones de encuentro familiar, recibe a eso de la una de la tarde, a la entrada de casa, un termo con dos platos calientes - “abundante”-, enfatiza. Motxenea, que así se llama el inmueble situado en el casco urbano, figura en la ruta de reparto que la familia Larretxea Apezetxea realiza desde el restaurante Pablonenea. Hoy día, el itinerario se circunscribe al área residencial del municipio de Cinco Villas, habitado por poco más de 600 personas. Seis escalas jalonan el recorrido. “Pero hasta hace poco -aclara Ana, hija del matrimonio regente del establecimiento hostelero-, mi hermano, Javi, que es panadero, llevaba la comida hasta los caseríos”. El mapa local diferencia el casco urbano del más de centenar de caseríos que salpican las laderas escarpadas, coloreadas estos días con un verdor intenso en mañanas y tardes soleadas de bendición.

“Hay caseríos vacíos o que igual viven una o dos personas”, aprecia Martín Legarra Sarrasín, de 77 años de edad. Es el párroco de Arantza e Igantzi y alma mater de la iniciativa de carácter social, instaurada en 2007 por la asociación de jubilados Zahar-Txokoa, con sede en los locales parroquiales.

Como en tantas necesidades que bastan con agudizar la vista y afinar el oído en amenas conversaciones, el sacerdote reparó en vecinos “que andaban mal para preparar la comida”. Eso y que “toda buena alimentación es necesaria para la salud”, convirtió su intuición inicial en un proyecto consistente. Salvando las formas y las distancias, más allá de las kilométricas, la experiencia halla similitud en las comidas que asegura hoy día en domicilios el Ayuntamiento de Pamplona a través de sus Servicios Sociales.

Desde su propia orografía e idiosincrasia de acento rural, Arantza difiere de una ciudad en tamaño y recursos. Compensa las carencias de una gran urbe con la buena voluntad de sus gentes. Realizado el diagnóstico, como en cualquier circunstancia que precise respuesta, fue cuestión de poner medios para satisfacer la inquietud del sacerdote y con ella la necesidad de vecinos, en su mayoría de más de 70 años de edad, con limitaciones para preparar la comida. “En el pueblo hay restaurantes que pueden elaborarla”. Hasta ahí, todo claro. El desafío era cómo hacerla llegar hasta los puntos más alejados.

Martín Legarra pensó en la familia Larretxea y en aprovechar los desplazamientos del hijo panadero como vía de transporte hasta los caseríos. “Junto con el pan, podía dejar la comida”. Montada la infraestructura, el siguiente escollo fue de orden monetario. Lejos de gravar unas economías domésticas, en algunos casos sostenidas por pensiones bajas por la actividad agraria desempeñada de forma autónoma durante la vida laboral, se decidió fijar un precio módico y acudir a la Caja de Ahorros de Navarra como fuente de apoyo. Quince años después, la hoy Fundación la Caixa mantiene su compromiso, a decir de las partes promotora y benefactora.

“Al mes se cobra a cada uno, a través de su número de cuenta. Durante muchos años, el precio ha sido de 4,5 euros. A primeros de éste nos han subido uno y es normal teniendo en cuenta el aumento de los precios. En la actualidad pagamos 5,5, a los que se suma uno de subvención. En total, 6,5, que es lo que cobra Pabloenea. Es una cantidad muy pequeña por una comida que se puede equiparar a cualquier menú del día que se sirve en un restaurante. Por esto estoy muy agradecido, también a la familia de Pabloenea, que está realizando un trabajo social magnífico. Pienso que están haciendo un buen servicio a personas que lo necesitan más que por un interés económico”. Martín Legarra practica con el ejemplo. El menú llega a su casa. “Antes comía en una casa. Pero la mujer que preparaba la comida fue haciéndose mayor. Pensé entonces: ‘¿Por qué no puedo recibirla como los demás’?”.

No hay trámite alguno para inscribirse más allá de la notificación verbalal propio sacerdote. Eso sí, una vez realizada, es imprescindible dotarse de dos unidades de un modelo de termo. “Las personas pagan uno de ellos. Cuesta unos 17 euros. El segundo lo pone la asociación”, observa el presbítero. La disponibilidad de dos recipientes responde al mecanismo de funcionamiento. “Cada día, a la entrada, nos dejan la comida en uno de ellos y se llevan limpio el segundo”. El sistema es tan sencillo como funcional, basado en la confianza entre vecinos que se ayudan en los pueblos para acercar hasta cualquier artículo de necesidad.

UNA FAMILIA IMPLICADA

En tal menester, la familia Larretxea está sumamente implicada, con roles diferenciados. La madre, Marian Apezetxea Lukanbio, da fe de su habilidad en los fogones, cultivada a lo largo de 50 de sus 70 años de edad. El padre, Patxi Larretxea Agara, que recibió el legado en la atención hostelera de su padre en Pabloenea, realiza el reparto en el núcleo urbano en una tarea compartida con su hija, Ana. Si la distancia a recorrer precisa vehículo para adentrarse por caminos y pistas, ahí está Javier, el panadero. “Hemos llegado a tener hasta 15 personas y servido también a vecinos de Igantzi”, apunta la hija, sin respiro en la preparación de los termos. Humeante, el puré de verdura condensa la parte más honda del recipiente en un menú -el de este jueves pasado- que incluyó alas de pollo guisadas.

No hay inconveniente para adaptar los platos a las necesidades de cada destinatario. “Que no hay que echar sal, no pasa nada”. Existe una doble ventaja que proporciona, a decir de sus beneficiarios, el modelo de servicio adaptado a las condiciones de un pueblo donde la gastronomía adquiere rango de valor supremo: cantidad y variedad. Lo dicen tanto Asunción Macicior como Martín Legarra. “Me gusta todo”, admite la primera. “Los platos son abundantes. Hay variedad. A mí lo que me encanta es el potaje”, tercia el segundo.

Además del aporte nutritivo, el servicio ofrece, a sus ojos y por los comentarios que escuchan, un gran beneficio. Como dice Legarra, “proporciona tranquilidad a los jubilados porque saben que, aunque en un momento dado puedan valerse por sí mismos, en un futuro pueden sentirse necesitados. Y el servicio va a estar ahí, a su disposición”.

Lo está desde hace un mes para Asunción Macicior, a la que la edad ha debilitado la energía que derrochaba en la atención del hogar, con seis hijos, y en labores del caserío tanto en Arantza como en el lado opuesto de la frontera. “Con 14 años pasábamos a Francia para ir a trabajar al caserío del tío. Entonces, no había pasaporte”. El monte trazaba las sendas de comunicación entre vertientes, lejos de los puntos de vigilancia.

La mujer, viuda de Juan Bereau Larretxea, siente el cuidado de su familia y agradece el suministro de comida por la autonomía que le proporciona en su vivienda de Motxenea.

El alma mater del programa extiende el capítulo de agradecimientos a la Fundación la Caixa por el apoyo recibido que en sus albores, en el año 2007, obtuvo una “acogida unánime” por parte de los socios de Zahar-Txokoa. Hoy soy 92 los que integran la asociación. “Hemos estado más”, destaca el sacerdote, promotor de su constitución en el año 1991.

Como miembro de la asociación Arkupeak, recibió la visita del entonces alcalde, Josu Larretxea, con el deseo expresado por el Ayuntamiento de habilitar una dotación para las personas mayores. La voluntad se topaba con un obstáculo. “No encontraban un lugar aparente en el pueblo”. “Coincidió -rememora- que hasta ese año venían al centro de la parroquia los niños de la escuela a realizar algunas actividades. Al construirse un local más amplio en la propia escuela, dejaron de venir. El entendimiento entre parroquia y Ayuntamiento fue fácil. Yo siempre he considerado que los locales parroquiales deben estar al servicio de todo el pueblo. Así han estado siempre los de las parroquias de Arantza e Igantzi”.

Aquella coincidencia de intereses municipales y posibilidades parroquiales alumbró Zahar-Txokoa, que, en sus primeros años, despuntó por su prolífica actividad: “Hicimos muchas excursiones de un día con dos autobuses llenos. Coincidimos para comer en el local hasta 80 personas. Los jubilados participaron mucho en las actividades de Arkupeak”.

En ese ambiente cordial, que aviva la llama de la buena vecindad, se forjó la idea del servicio de comidas a domicilio en la localidad de Cinco Villas. Quince años después, sigue siendo objeto de aprobación y admiración de otros pueblos. “Más de una persona ya me ha llamado. ‘Martín, ¿cómo funciona esto?’. Yo les cuento pero no sé si lo habrán copiado en otros sitios”.

Pero lo que es verdad es que hace un bien a personas que se siguen valiendo por sí mismas y acogen con alivio tener resuelto el dilema de pensar y preparar la comida de cada día. “Allí no tenemos eso”, dice Asunción que escucha de vecinos de otros pueblos. Ella, a lo suyo. Feliz y contenta.

No seas tonta. ¡Apúntante!”. Asunción Macicior -“las dos con ‘c’ de casa”- Iturbide se ha convertido en el último mes en difusora de las bondades que proporciona el servicio de comidas a domicilio en Arantza, donde reside. “Estoy muy contenta”, reco

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