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Zugarramurdi, del aquelarre al zikiro

800 personas asistieron ayer al ‘zikiro-jate’, una tradición traída desde Argentina que se celebra el último día de las fiestas patronales en Zugarramurdi. Dentro de las cuevas, decenas de vecinos cocinaron desde las ocho de la mañana 50 corderos

Fotos del zikiro celebrado en Zugarramurdi Eduardo Buxens

Las fiestas patronales de Zugarramurdi no podían acabar en otro espacio mas que en sus cuevas, lugar de mitos, leyendas y rodajes de cine. Dónde en su día se escondían brujas y se celebraban aquelarres, el domingo, con el fuego todavía como mejor aliado, se asaban corderos. Así, se celebró uno de los eventos más importantes del pueblo, el ritual del zikiro-jate. Una jornada a la que acudieron más de 800 comensales con la única intención de disfrutar del cordero, el vino y la piperrada.


Desde las ocho de la mañana, al rededor de 100 personas se reunieron en las cuevas para cocinar hasta 800 kilos de cordero. En un marco natural envidiable, rodeado de árboles y leyendas, y a la orilla del conocido Infernuko erreka (arroyo del infierno), se llevó a cabo este ritual casi centenario traído desde Argentina por algunos antiguos vecinos en su día obligados a emigrar.


Desde entonces se ha ido forjando esta tradición en la que participa todo el mundo. Con 62 años Kote Aguerre, vecino del pueblo, se encarga de la piperrada. Un plato a base de aceite de oliva y de girasol, cebollas, ajos, tomates y pimientos, al que le añaden 200 kilos de morcillo de ternera. Algo que antes preparaba con su padre, y la tradición ha seguido con él: “Desde que era pequeño y me dejaron entrar he venido a cocinar aquí. Ahora vienen más chavales jóvenes a ayudar”.


Sin embargo, hace unos años este festejo era bastante limitado y en él solo podían participar los hombres. Pero como explica Kote, aquello ocurría cuando él era muy pequeño y ahora puede verse a todo el pueblo participar por igual, no importa si es cocinando el cordero, vigilando el tráfico del pueblo o limpiando las cuevas al terminar.


Este último supone uno no de los puntos vitales en las jornadas. Otro de los vecinos, Miguel Arburua, afirmaba que la cueva tenía “que quedar perfecta”, porque incluso con el zikiro las visitas turísticas continúan y deben cuidar “este entorno maravilloso” del que disponen.


Tarea muy difícil, sobre todo por la gran masa de comensales ansiosos, que una semana antes habían agotado todos los bonos en tan solo media hora. Y aunque es una jornada muy conocida en Navarra, la gran mayoría de los asistentes venían desde Francia, hacia una zona en la que el idioma no les era un problema. De hecho, mientras se cocinaban los corderos, no era extraño escuchar conversaciones que viajaban entre el castellano, el euskera y el francés con sorprendente facilidad.


Así, tras más de cuatro horas con la carne junto al fuego, y todo puesto a punto para la comida, dieron las 14.30 y se abrieron las puertas a las cuevas. Poco a poco fueron entrando grandes masas de gente que recibían a la entrada un plato, un vaso y una cuchara, la único necesario para esa jornada. Cada grupo elegía donde sentarse y la tranquilidad con la que iban a disfrutar del día.


Justo abajo, esperaban unos pocos voluntarios preparados para servir las primeras rondas de piperrada. Mientras dos niños permanecían en el arroyo e iban pasando las botellas de sidra y vino que reposaban en el río. Primer y segundo plato parecían no acabarse nunca, pero todo el mundo coincidía en dos cosas: su sabor “excepcional”, y el marco “tan interesante y original” en el que se realizó el zikiro-jate.


Algo que destacó Idoia Pérez. “Aunque nunca había estado en el zikiro de Zugarramurdi, sí que había participado en otros, pero nunca en un lugar cómo este”, afirmó la joven de Pamplona. Como ella, su padre Juan Ramón valoró esta celebración de “fantástica”, y explicó que él había participado ya en siete ocasiones y cada año trataba de enseñársela a alguien nuevo.


En este caso, además de sus hijas y otra familia, les había acompañado Antonio Remírez, un amigo suyo de Granada, que por estas fechas se encontraba en Pamplona. Hasta el domingo completamente ajeno a qué era el zikiro, Remírez se sorprendió especialmente por el ambiente, la disponibilidad de todo el mundo, y sobre todo por el sabor de la piperrada. “El año que viene me gustaría volver y traer a algunos amigos”, expresó.

Las fiestas patronales de Zugarramurdi no podían acabar en otro espacio mas que en sus cuevas, lugar de mitos, leyendas y rodajes de cine. Dónde en su día se escondían brujas y se celebraban aquelarres, el domingo, con el fuego todavía como mejo

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