El carnaval de Lantz, bajo la máscara
En una semana, Lantz mudará de estampa para recrear la leyenda del ladrón de ‘Mil maravedíes’ y la oportuna intervención de ‘ziripot’ en su detención. Los personajes del carnaval revivirán con el compromiso del vecindario de estirar una tradición apegada a su vida e historia.
- Natxo Gutiérrez
<div class="tit_blue">Ziripot | Ibai Musquiz: "El carnaval se lleva por dentro"</div> Hasta el año pasado en que dio el salto a la comitiva adulta, Ibai Musquiz Zafra fue Ziripot en su réplica infantil. En cuestión de una semana, engordará 30 kilos por la magia que envuelve la fiesta del disfraz y el sobrepeso de sacos de hierba y helecho asidos a su cuerpo. Encarnará al orondo personaje de la bondad, que, según la leyenda, tuvo arrestos suficientes para señalar a Miel Otxin como autor de las fechorías que habían amedentrado a la población. “Ziripot es uno de los personajes del pueblo. Los mayores nos dijeron el año pasado a los jóvenes si estábamos dispuestos a dar el salto. Nos presentamos algunos de voluntarios. Me alegra ser Ziripot”. En su rol sabe de la dificultad de avanzar entre una multitud expectante, que flanquea sus pasos vacilantes y testimonia el incordio continuo del Zaldiko. El encorsamiento de sacos limita sus movimientos: “No puedes doblar las articulaciones. Tienes que ir como si fueses una tabla”. Por el remolino de atracción que se forma a su alrededor, no oculta la sensación de “agobio” que siente, más allá de su indumentaria ajustada. Ibai, estudiante de 18 años de edad de electro-mecánica en el instituto de Donapea, sigue los pasos de su padre, Iñaki, quien en “alguna ocasión” desapareció bajo la misma estampa que hoy le toca representar. “Hasta que crezcan los txikitos estaré en la piel de Ziripot”, promete. “El carnaval -asegura- se transmite de padres a hijos. Se vive como si te viniera de dentro. Es algo que se lleva dentro”.
<div class="tit_blue">Zaldiko | Iñaki Ariztegi: "Detrás del disfraz hay otra historia"</div>
Como la mayoría, sino todos, Iñaki Ariztegi Calzado forjó su vínculo con la fiesta por antonomasia en Lantz en el vivero que es el Carnaval Txiki. “Empecé con 15 o 16 años. Tuve un par de años que lo dejé. Ahora, desde hace más de 15 años, me turno con Luis Mariñelarena en el papel de Zaldiko”. Empleado de la empresa Kybse, de Orobia, de 35 años de edad, se sintió atrapado por el símbolo del caballo de Miel Otxin, que salta en una carrera desenfrenada e intenta frenar el avance de Ziripot. “Es importante salir un poco caliente. Si sales frío, te puedes hacer cualquier cosa”, advierte como explicación a los ejercicios previos a la salida de la posada. “El Zaldiko -dice- no para en todo el recorrido”.
No oculta la atracción y la preferencia que siente en su representación: “Siempre me ha gustado. No hay una razón específica. La verdad es que he probado el resto de personajes: Herrero, Txatxu... En una ocasión hice de Ziripot. Me encanta todo el carnaval. Estoy metido en todas las salsas “.
Aunque admite que el protagonismo recae en Miel Otxin y Ziripot, el Zaldiko tiene también su encanto y es objeto de atracción en la obtención de instantéas. Según dice, cuando su rostro desaparece bajo su apariencia, es demandado por interesados en inmortalizar su figura de ficción. “Es -señala con orgullo sano- un personaje bonito y reclamado para las fotos”.
Desde su dilatada experiencia en la participación, aprecia una diferencia de hondo calado en la contemplación y la vivencia del carnaval: “Cada uno vive el carnaval a su manera. Para mí ha dos visiones del carnaval: una la que la gente ve y otra la que no ve”. De esta última son los encuentros gastronómicos y de vecindad que intercalan las apariciones en público.
Concede valor a las citas “en torno a una mesa con gente que igual no la ves de año en año. Somos un pueblos pequeño. Cada uno tiene su vida. Detrás del disfraz hay otra historia”.
<div class="tit_blue">Herrero | Goio Urteaga Espinal: “Soy muy discreto, pero hago ruido”</div> Tienen cierto aire de guasa las palabras de Goio Urteaga Espinal. El código que utiliza es un ingrediente básico en la fiesta del disfraz donde la ficción se impone a la realidad y el humor afloja rigideces. “Que, ¿cuántos años tengo? Eso no se me pregunta a mí”, responde a su interlocutor, interesado en recomponer la biografía de uno de los Arotzak o Herreros del carnaval. A sus 54 años de edad, este conductor de camión -como define el empleo que desempeña-, nunca ha probado meterse en la piel de otras figuras que colorean las calles de Lantz en los días previos a la imposición del rigor cuaresmal.
“Desde que me dejan salgo de Herrero. No sé cuantos años llevo. Menos de diez, por ahí andará”, observa. Nacido en Iraizotz, ha sido fiel al grupo de figurantes, enfundados en sacos y con cadenas, que con sus sardas y un caldero humeante intimidan a la concurrencia. “Siempre Herrero, desde el primer día y nada más. No me va eso de ir chillando”.
Tiene un primer reparo en desvelar su identidad, en buena lógica por la propia dinámica del carnaval que hace a todos igual. “Me gusta mantener el anonimato. Soy muy discreto, pero hago ruido”, aduce. Tal condición se mantiene salvaguardada cuando el séquito desemboca en el frontón y el zortziko pone fin a la escenificación. Para entonces se pierde el rastro de los Herreros. “Andas tranquilo y nadie te reconoce, ni te pregunta nada”. La fiesta de los próximos días se resume en “almorzar, bailar y discutir, ja, ja , ja”.
Más allá del sentido figurado de sus palabras, que no dejan de estar ribeteadas con ironía dentro del ambiente cordial que aúna a una población de 155 habitantes, es consciente del doble papel que asumen los Herreros en la representación al aire libre. Son los encargados de herrar al Zaldiko y tienen a bien abrir hueco entre la algarabía formada alrededor del séquito principal.
Goio Urteaga aparca su sentido del humor y descubre su parte más reflexiva cuando recibe por interpelación una pregunta directa: “¿Qué supone para usted el Carnaval?” “Parece una pregunta filosófica”, responde en un primer momento. Luego, más pausado, ofrece su parecer, alimentado con el arraigo de las tradiciones. El carnaval -dice- “es una cosa que lo han mantenido los más viejos y nos toca a nosotros ahora seguir manteniéndolo. Es algo que cojo y lo dejo para que los que vengan sigan haciéndolo igual”. Sus palabras condensan el sentir unánime de la población, segura de custodiar un legado que excede de su aspecto cultural y refuerza el vínculo de comunión de sus integrantes.
<div class="tit_blue">Txatxu | Ohiana Oiz Olagüe: “Salimos a darlo todo”</div> Antes de que el índice de natalidad convirtiese a Lantz en el pueblo con más niños en proporción a su censo demográfico de todo el país, Ohiana Oiz Olagüe compaginaba su rol de Txatxu en las versiones adultas e infantil de la mascarada. “Hasta los 18 años sólo se podía participar en el infantil. Cuando se cumplía la mayoría de edad se podía estar en las dos, porque había pocos niños en el pueblo. No había relevo”, afirma.
Auxiliar de enfermería de 39 años de edad, Ohiana siempre fue Txatxu y nunca encontró reparo para desempeñar tal papel en medio del alborozo que, con saltos, golpes de escoba o saco sobre el suelo y alaridos, componen los distinguidos con colores vivos y sombrero en punta. “La mujer no ha tenido nunca inconveniente. Participa en el carnaval. Mi madre empezó a vestirse de Txatxu cuando tenía 28 o 30 años. Serían los años 80. Aquí, hombre y mujer son por igual”.
La condición de género, en este caso femenino, no es impedimento para interpretar otros personajes, más allá de Txatxu. “Yo hice de Herrero en el carnaval infantil algún año”.
Con el potencial que asegura el índice de natalidad de los últimos años, y la “cantera” que, como dice, es el recorrido de los más jóvenes, el futuro de la principal fiesta en el pueblo está asegurado.
La educación desde corta edad en la conservación de la tradición y el ejemplo que encuentran los pequeños en el modelo que son sus mayores abonan la ilusión de encarnar los símbolos de la fiesta del disfraz. Años atrás, cuando Ohiana era pequeña y pasaban los días de la mudanza de apariencias, los niños alargaban el Carnaval “hasta junio” como si fuera un juego.
Entonces como hoy y “como siempre”, el pueblo vive “con mucha ilusión” la resurrección de Miel Otxin y sus acompañantes. “Vivimos estos días -dice- con mucha ilusión. El pueblo vive la fiesta unido y con ganas de celebrarla a tope. Se aprecia en los preparativos”.
Todos, también ella, han de preocuparse por tener a punto el vestuario, ante el mínimo deterioro que pueda haber sufrido de año en año. “El gorro puede estropearse. Los papeles que lleva se van estropeando y, si llueve, igual hay que renovarlos”. A la hora de componer el resto de la indumentaria, sirve cualquier complemento vistoso. En su caso particular, se recubre con una capa que heredó de su madre. En realidad, “es una sobrecama antigua. La blusa me la he hecho hace un par de años”. Todo sea por conseguir una estética llamativa en la salida anárquica de cuantos Txatxus escoltan a Miel Otxin, Ziripot y Zaldiko. Como dice, “aunque intimidan más los Herreros, los Txatxus salimos a darlo todo”.
<div class="tit_blue">Ziripot | Ibai Musquiz: "El carnaval se lleva por dentro"</div> Hasta el año pasado en que dio el salto a la comitiva adulta, Ibai Musquiz Zafra fue Ziripot en su réplica infantil. En cuestión de una semana, eng
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