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La afrenta de Miel Otxin, en el Carnaval de Lantz

El ladrón de los ‘mil maravedíes’ cuenta las horas tras su osadía de ayer de mostrar su porte altivo y desafiante en Lantz. Señalado por el orondo ‘Ziripot’, que ayer revivió en un nuevo cuerpo, caerá esta noche consumido por el fuego de la justicia

Celebración del Carnaval rural en la localidad navarra. José Carlos Cordovilla

Cuando a eso de la una y veinte de la tarde se apagaron los ecos del primer zortziko, se encendió la vida de Ziripot en el desván de la posada. La bondad encarnada en su alma de hierba y helecho hinchó el cuerpo de Ander Esain Olagüe hasta alcanzar los 100 kilos de peso. La metaformosis de su apariencia contó con la bendición de su padre, Jesús María Esain Iratxo, y el beneplácito de su antecesor, Joseba Ariztegi Juanena.

Hubo novedad en el ritual de la reencarnación, que se desarrolló ante un peregrinar controlado de curiosos en la bajocubierta surcada de haces de luz y sombras. Ander Esain, ganadero de 25 años de profesión y con experiencia en la representación infantil del icono de la bondad, desapareció entre sacos, cosidos por sus padre biológico y su mentor simbólico. Las punzadas, -dadas también por Luis Mariñelarena Saralegi que con Iñaki Ariztegi Calzado se alternan en la ficción del Zaldiko-, acabaron por armar el cuerpo orondo. Enfrente, apoyado en un crucero de madera, el porte altivo y estilizado de un sosegadoMiel Otxinse erguía desafiante a cualquier atrevimiento que osase importunar sus dominios de forajido de leyenda. Este lunes logró retener su poderío y amedentrar a Lantz, como lo hizo en la historia conservada en la memoria colectiva que no olvida sus fechorías en los aledaños de Belate como tampoco que una vez hurtó mil maravedíes. Buscado ayer, hoy le espera la hoguera. El fuego de la justicia consumirá esta noche su afrenta.

Hasta entonces conservará la sonrisa cínica de quien celebra la frustración de ver caer una y otra vez a su contrincante.

Antes de sudar y de perder el equilibrio en el recorrido por el entramado urbano, Ander Esain confesó depositar su vitalidad en el entusiasmo y la emoción de verse embutido en la piel de aquel que tuvo el arresto de señalar las maldades del ladrón. Ziripot -dice- “sólo hay uno”.

En su caso, más allá de la ayuda recibida de su padre y del testigo de su antecesor, experimentó el cosquilleo de las emociones únicas que son especialmente sentidas cuando se reconocen en el ejemplo de su familia. “Lo hemos vivido desde pequeño. Mi tío fue también Ziripot”.

Como metáfora de la propia vida, su andar entorpecido por el incordio incesante del Zaldiko, se resumió en un caer y a levantarse una y otra vez.

“No es difícil andar”, admitía. “Lo importante es caer bien y no mal”. A las 14.29 horas, cayó por última vez a la altura del número 31 de la calle Santa Cruz, donde se alza la posada.

El otrora edificio de acogida a viajeros se convierte estos días en epicentro de la fiesta del disfraz, donde las salidas y entradas de enmascarados está sujeta al horario anárquico de la satisfacción del estómago. No se entiende de otra manera la celebración popular en Lantz y en otros términos enmarcados en el lienzo de tintes rurales, sin en el encuentro en torno a una mesa rica en vituallas y conversaciones amenas que distraen el pesar de la rutina.

El reloj del día sin horas, que hoy tendrá una réplica en el ocaso del Carnaval, marcó a la una y dos minutos el inicio de la mascarada. Los sones del txistu, tamboril y atabal de Fermín Garaikoetxea y Fermín Salaberri despertaron a los varones del sopor de la sobremesa. A las primeras notas del zortziko, la primera planta de la posada se transformó en un improvisado escenario. Desnudos de apariencia disfrazada, los comensales fueron tejiendo un rosario de danzantes a un ritmo cada vez más intenso de la melodía.

LOS SUSTOS DE LOS 'TXATXUS'

La subida al desván descubrió el misterio de Ziripot y la identidad encubierta del Zaldiko, que regeneró con una benévola sensación de orgullo Iñaki Ariztegi. Como Ziripot, el caballo de Miel Otxin “es también único”.

En un rincón del improvisado vestuario en que se convirtió la bajocubierta, Oier Olagüe Larralde e Iker Ziga Lesaka, de 11 años, esperaron a cubrirse su rostro y a mezclarse en el anonimato de los txatxus, que simbolizan al pueblo en Lantz. Escoba en mano, daban alguna pincelada del rol que esperaban representar por primer vez en el séquito de los mayores. “Los txatxus dan miedo”. Con un gesto de mano simbolizaban el movimiento intimidatorio de la escoba que luego, en la calle, reprodujeron con alegría y respeto.

La mezcla de luz y sombra contrastó con el crisol de colores que forjó el vestuario de los txatxus. Cuando a las dos y cinco se abrió la puerta de la posada, la calle, atestada de gentío, se convirtió en una manifestación de alaridos en una carrera desenfrenada de los enmascarados de color. Su cometido dejó expedito el camino a Miel Otxin y a su caballo, que no cesó en su empeño de detener el avance parsimonioso de aquel que se atrevió a señalar a su amo.

Para entonces, los herreros se habían colocado, con sus calderos humeantes, en los extremos de la calle Santa Cruz, a la espera de herrar al Zaldiko, preso del desenfreno y de una obsesión por poner freno al avance de la bondad.

Cuando la comitiva llegó a la altura de Matxikonea, Margarita Ciga Irurita y su cuñada,Vitoria Eugui Larramendi contemplaban, asomadas al balcón, el paso del forajido animado por su leyenda. Las manos de las dos mujeres ayudaron a trenzar la hilera de tirabuzones que colmaban su gorro cónico de forma escalonada.

El séquito fue caminando hasta completar la vuelta al pueblo y desembocar en el frontón. Los sones del zortziko volvieron a fluir y, como si de un resorte anclado a la capa más profunda de sus sentimientos se tratase, los mayores se unieron al grupo de danzantes. En tal guisa se encontró el que fuera alcalde, Txomin Sarasibar Iraizoz, y Jesús María Esain Iratxo.

La música guió sus pasos por la estela de la historia, aquella que entretejen los pueblos que asientan su presente sobre los valores del pasado.

Miel Otxin, que la leyenda rescata como un ladrón de caminos en los alrededores de Belate, resucita cada año de las cenizas a las que es condenado por quebrar la paz armoniosa del pueblo con mayor índice de natalidad de España. Los niños que hoy testimonien sus últimas carreras podrán conciliar el sueño. Será hasta el año que viene, cuando regrese.

Cuando a eso de la una y veinte de la tarde se apagaron los ecos del primer zortziko, se encendió la vida de Ziripot en el desván de la posada. La bondad encarnada en su alma de hierba y helecho hinchó el cuerpo de Ander Esain Olagüe hasta alcanzar l

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