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entrevista

Así es mi pueblo: Aranarache con Manolo Iparaguirre Echazarra

  • Es una localidad de Améscoa Alta que tiene unos 60 habitantes a diario, 82 según el censo oficial de 2013

Así es mi pueblo: Aranarache con Manolo Iparaguirre Echazarra montxo a. g.

El penúltimo pueblo de Améscoa fue construido en un enclave protegido por los "muros" de la sierra de Urbasa, lo más al abrigo posible de las inclemencias de una tierra conocida por un clima áspero, con frecuencia frío y lluvioso. Es el más protegido del valle, por lo que en primavera brilla con todo el esplendor de su nombre, Aranarache, "valle hermoso", según explica un orgulloso Manolo Iparaguirre, el vecino que hoy nos guía por sus calles. Son unas cuantas las casas que hay con arquitectura recia y solariega, la mayoría restauradas para adaptarlas al confort moderno e incluso un palacio cabo de armería, el de los Albizu.


Arquitectura tradicional. Carácter en las calles.


Aunque no tiene patrimonio artístico de relevancia fuera de lo común, es la armonía de la arquitectura rústica la que imprime carácter a las calles de Aranarache. A la izquierda de la travesía, Iparaguirre nos conduce a un rincón donde se abre una de las sorpresas inesperadas. "En Aranarache tenemos probablemente la única casa que se ha arreglado manteniendo toda la estructura típica de la zona sin cambiar un ápice, incluso con el tipo de fachada de antaño, que es uno de los elementos que normalmente más se ha renovado. Es la vivienda de Satur Ruiz Ulibarri, que ha puesto todo su esfuerzo en preservar el sabor tradicional. Hay, sin embargo otro edificio que Manolo Iparaguirre destaca por su importancia, un gran caserón también de tipo tradicional que se rehabilitó como casa rural en 2008 y que está regentado por una pareja de la zona, José Ignacio García Ruiz y Nerea García Guzmán. Muy pronto la familia UIibarri abrirá otra casa rural en una vivienda recién arreglada.


Un manantial propio. Lavadero y fuentes.


Como los otros tres pueblos de Améscoa Alta, Aranarache está alejado del río. Pero tenía asegurado el suministro necesario para la vida diaria por el manantial de Arnotegui, que baja directamente desde la sierra hasta el abrevadero y el lavadero, que se conserva tal como eran. "Fue uno de los espacios fundamentales del pueblo, claro, en una época en que no había otra forma de lavar. Las mujeres se reunían aquí todos los días para hacer las coladas". Desde esta fuente, el manantial continúa por el subsuelo de Aranarache para resurgir en otra pequeña fuente que no tienen nombre, rematada por un adorno de piedra piramidal. Posteriormente fluye en otra zona en el exterior del pueblo.


El frontón y la iglesia. Juego y vida social.


Cómo no, la pelota ha tenido un papel privilegiado en la vida social de Aranarache. "Cuánto se ha jugado aquí. Antes de la construcción del ayuntamiento nuevo hace 50 años, en esta margen de la carretera crecía un nogal precioso que permitía a los espectadores disfrutar en verano de la sombra mientras se veían los partidos".


Nuestro guía ha disfrutado mucho el juego de la pelota, como delantero en su juventud. Bajo la iglesia de la Asunción, el frontón remozado es el espacio céntrico más grande del pueblo. "Tiene una curiosidad y es que es un frontón de pared derecha, poco habitual, aunque no se porque se construyó así", apunta.


Las queserías. El trabajo por naturaleza.


"Aquí la gente no ha hecho más que trabajar. Desde niños, desde los doce o catorce años a lo sumo y de sol a sol. Nos decían, 'si viene un hombre con corbata y las manos finas, malo. La gente de fiar tiene las manos rudas y curtidas de trabajar'. Aquí nunca ha habido un funcionario y muy pocos por esta zona", asegura. Estos ejemplos exponen una idiosincrasia palpable en los negocios que tiene hoy el pueblo. El que no podía faltar, las queserías.


Quedan dos, la de los hermanos Aguirre y la de Rufino Pérez de Albéniz. La primera familia es ciertamente singular, porque con 8 hermanos siete de ellos son queseros cuatro en Aranarache y tres en Eulate . En el año 2012 invirtieron en las modernas instalaciones que tienen en el centro del pueblo y donde trabajan cinco de ellos, bien en el pastoreo o en la elaboración: Pedro Mari, Margari, Antonio y Luis Mari Aguirre Íñiguez. "Hay que ser muy especial para ser pastor", comenta Iparaguirre. Otra curiosidad que cuenta Iparaguirre. "Fue mi abuelo que procedía de Idiazábal quien introdujo las ovejas latxas en Améscoa, porque aquí sólo había churras. Sin embargo, la tradición del queso no ha continuado en la familia". Iparaguirre ha sido agricultor, otra de las actividades de la zona, donde se cultiva sobre todo cereal como base de la ganadería y patatas de siembra.


La madera de la sierra. Fuente de negocios.


Aún hay varios negocios más en Aranarache, uno de los más tradicionales, la carpintería de Javier Irurzun, que trabaja una de las materias primas que genera la sierra, la madera. "Antes era ebanista porque se hacía mucho mueble macizo de encargo, pero con la crisis las cosas han cambiado mucho, ahora sólo hay peticiones de carpintería o muebles modulares". En los últimos años también otro vecino, Alfonso Ulibarri, ha abierto un taller mecánico.

El penúltimo pueblo de Améscoa fue construido en un enclave protegido por los "muros" de la sierra de Urbasa, lo más al abrigo posible de las inclemencias de una tierra conocida por un clima áspero, con frecuencia frío y lluvioso. Es el más protegido

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