Tres casas calcinadas y perdido el campo en Legarda
La voracidad del fuego cubrió con un manto negro parcelas de cereal y monte y obligó a desalojar al poco más de centenar de vecinos del pueblo
- Natxo Gutiérrez
El paisaje que ofrecía este sábado por la tarde Legarda era desolador. Cubiertos por completo de un manto negro, sus terrenos de cultivo y monte estaban reducidos a cenizas. “Lo que ha pasado no lo quiero ni a mi peor enemigo”. Lo decía su alcalde, Silvestre Belzunegi, con un extintor en la mano y una impotencia sostenida por la satisfacción de haber hecho todo lo posible para evitar mayores daños. “Se han quemado tres casas deshabitadas, una de ellas en la plaza del pueblo”, repasaba el balance de la desgracia. “Hemos intentado defender el pueblo. Hemos hecho todo lo que se ha podido”, agregaba. Legarda recibió la ayuda de Artazu en el aprovisionamiento de mangueras.
Cuando la rabia enfurecida del fuego llegó a las puertas de Legarda, la Policía Foral informó de la necesidad de desalojo. Abandonaron sus casas parte del más de centenar de censados, rumbo a Puente La Reina. Otros, como el agricultor Alberto Artajona, dedicaron su esfuerzo por domar la furia de las llamas. En el núcleo urbano quedaban pequeñas huellas de su paso, como pequeñas islas ennegrecidas.
Las horas pasadas no lograron calmar el sofoco emocional de Antonio Larumbe Ansóain, que a final de mes cumplirá los 80 años, y que ayer perdió dos viviendas familiares. Encaramado en el tejado de una de ellas, en el número 11 de la plaza, Pedro Erdozáin rociaba con una manguera su interior.
TRES PERROS SALVADOS
Emocionado, Antonio Larumbe sentía una satisfacción por haber salvado tres perros y una gata de la amenaza de las llamas, que cercaron el pueblo.
A eso de las dos de la tarde, cuando avistó a lo lejos las primeras llamas no presagiaba un mal tan dañino como el sufrido. “Nunca había visto un desastre así”, confesaba con una ligera calma entrecortada con la emoción por las horas tan intensas vividas y el temor a que sucediese lo peor.
La situación de Legarda fue tan preocupante que llegaron a quemarse ventanas de la parroquia, erigida en uno de los puntos más elevados. La tarde fue infernal.
El paisaje que ofrecía este sábado por la tarde Legarda era desolador. Cubiertos por completo de un manto negro, sus terrenos de cultivo y monte estaban reducidos a cenizas. “Lo que ha pasado no lo quiero ni a mi peor enemigo”. Lo decía su alcalde, S
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