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Historias encadenadas

Ingeniera y cestera en una ecoaldea de Artieda

Leona Berengo, alemana de 26 años graduada en Ingeniería Industrial, recaló justo antes de la pandemia en la ecoaldea Arterra-Bizimodu de Artieda, donde apuesta por una vida alejada de los estándares y donde se inició en la senda de la artesanía

Leona Berengo en el salón de su apartamento en la ecoaldea de Artieda P.F.L.

Leona creció en Hamburgo, ciudad portuaria al norte de Alemania camino de los dos millones de habitantes. Justo antes de la pandemia recaló en Artieda, en el valle de Urraúl Bajo, donde apenas duermen cien personas rodeadas de campo de cereal. El calor enseña los dientes cuando junio tiene una semana, es mediodía y solo los pájaros se atreven a cantar. Graduada en Ingeniería Industrial, 26 años, Leona Berengo eligió una forma de vida en comunidad, alejada de los estándares, en la ecoaldea Arterra-Bizimodu. El suyo es, en fin, un testimonio de que otro mundo “no solo es posible sino necesario” y repara en las manos, “en conectar y crear con ellas, en una tarea física después de un proceso teórico”. La rama de un sauce le hizo cestera.

Leona recibe en su apartamento dentro de la ecoaldea, un lugar habitado por unas 40 personas en una veintena de núcleos familiares, cada una con su propio espacio. Ella dispone del suyo. Cruzar el umbral de la puerta es un viaje a otra época, en una estancia austera y acogedora al tiempo: ramitas de distintas plantas y árboles cuelgan del techo mientras se secan, dos troncos son mesitas de salón y uno soporta un pequeño candelabro con una vela que alumbra la oscuridad. “Es mejor adaptarse al ritmo de la luz y dormir de noche”, sostiene y procura prescindir de la electricidad. En la ventana, unas placas solares portátiles y una batería, con ellas logra energía para su ordenador y el teléfono que le conectan con el resto del mundo, con su familia en Alemania y en Venecia, con el trabajo, los amigos, con una novela o un periódico.

Al terminar el bachiller Leona eligió ese grado de Ingeniería porque le gusta “entender cómo funcionan las cosas y ahí podía con las matemáticas y la física y la parte práctica, y a su vez obtener conocimientos de economía y los idiomas”. Quiso moverse por Europa con Erasmus. Estudió en Turín y más tarde en Málaga, donde vivió un tiempo con su pareja. Proyectaron residir en comunidad y contactaron con la Red Europea de Ecoaldeas. Leona inició un voluntariado y así llegó a Artieda. “Primero fue trabajo de oficina, pero estaba con ganas de hacer cosas con las manos, desde niña me atrajo, después no me había tomado tiempo. Un día cayó una rama de un árbol. Era de un sauce. Probé y con ella hice mi primera cesta”, describe aquel episodio hace ahora dos años que le situó en la senda de la artesanía. A esa cesta siguieron otras de diferentes tamaños y materiales, también en miniatura y joyería, piezas elaboradas con junco, enea, rosa canina, hiedra, zarza, o el esparto y el palmito que trae de Málaga.

Leona habla alemán, inglés, italiano y castellano que aprendió desde el bachillerato y tras sus estancias en Málaga. Y ahora avanza con el euskera, en Aoiz. No tiene coche, de modo que se desplaza en bicicleta, quince kilómetros. Tarda una hora de ida y entre 10 y 15 minutos menos de vuelta, por la pendiente y en función del viento.

Compaginó durante un tiempo la artesanía con otros trabajos. Ahora enseña inglés a dos niños del pueblo, se prepara para ser monitora de ocio y tiempo libre y piensa en diseñar talleres con el fin de enseñar a otras personas a trabajar con las manos. Considera que “es muy difícil vender el producto a un precio justo para el productor y asequible al comprador”. “Nos hemos acostumbrado a precios que solo son posibles con la explotación y la destrucción de ecosistemas enteros o de personas. Nos toca reflexionar: ¿Estoy pagando el precio entero cuando compro un producto o servicio?”, plantea.

Se detiene en la importancia de “atreverse otra vez a probar y a explorar y tomarse tiempo para la creatividad”. 

En la ecoaldea hay días de puertas abiertas, donde muestran su proyecto y su modo y medios de vida: hay hortelanas, personas que trabajan online, otras que se desplazan... Organizan cursos y talleres, estancias temporales. Habitualmente comen juntas a mediodía y les toca cocinar una vez al mes. Los desayunos y las cenas son privadas.

La casa fue colegio y después hotel rural con balneario, se cerró y se recuperó en 2014 como ecoaldea en este rincón de Urraúl Bajo, valle que forman los concejos de Rípodas, San Vicente y Tabar, los lugares habitados de Aldunate, Nardués, Grez y Sansoain y el despoblado de Apardués. “Estaré unos años por aquí”, se despide con una sonrisa.

Leona creció en Hamburgo, ciudad portuaria al norte de Alemania camino de los dos millones de habitantes. Justo antes de la pandemia recaló en Artieda, en el valle de Urraúl Bajo, donde apenas duermen cien personas rodeadas de campo de cereal. El ca

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