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Me quedo en el pueblo

Carmen Lorente, una veterinaria de Tarazona en Ezcároz

Tiene 28 años, quiso ser veterinaria desde niña y en 2019 llegó a Salazar, donde el ganado pasta libre y ella se siente arropada entre pocos como si fueran muchos. Se quedó en el valle

Carmen Lorente, una veterinaria de Tarazona en Ezcároz José Antonio Goñi

"Saludar cuando te cruzas con alguien por la calle. Eso me da gusto, en la ciudad ves mucha gente cabizbaja”. Carmen no conocía Ezcároz, había pasado en una ocasión, una excursión fugaz por el Pirineo. Veterinaria de Tarazona, estudió en Zaragoza y supo de una plaza libre en Salazar. Hizo la maleta y se presentó. Hace de eso cerca de dos años; al poco irrumpió la pandemia y los pueblos y los días mudaron al gris. A pesar de todo no tiene duda de su decisión y sonríe una vida entre pocos habitantes, el trato cercano con los ganaderos y con sus vacas, las ovejas y yeguas. La conversación con las mujeres y los hombres del Pirineo dan calor a los días más fríos, atemperan el rostro serio del invierno.

Carmen Lorente Gracia, 28 años, quiso ser veterinaria desde niña. “Pero en realidad, no sabes lo que es”, recreaba ella un mundo imaginario de caballos blancos. Acabó la carrera hace cuatro años y quiso ir de prácticas con una beca a Sudamérica. “Tenía como una obsesión con las vacas” y marchó a Uruguay, tres millones de habitantes y nueve de vacas, su estancia le reafirmó en cuidar la salud de los rumiantes. A la vuelta sacó el carné y pronto condujo a su primer destino, a pocos kilómetros de la muga con el Pirineo navarro, en Hecho y Ansó. Era una baja por maternidad, siete meses y luego Ezcároz, uno entre los catorce de Salazar, 742 metros de altitud, surcó Carmen el recorrido inverso de los almadieros, aguas arriba. Explica que son dos veterinarios, y que José Berrot, un leonés con 22 años de andadura en Navarra, le ayuda y le enseña cada día. Cubren el valle de Salazar, parte de Roncal, algo de Aezkoa, Navascués y de Romanzado. Es ganadería extensiva, lo que ella buscaba atender. No quería una macrogranja o una gran industria. “De modo que tiras al mundo rural o es complicado”, ilustra. Y allá que tiró. Y extensivo se traduce en kilómetros, de pastos, de granjas diseminadas, de volante por carreteras que son una sorpresa, “de pronto cruza un corzo o ves una ardilla”. “Me da como esa paz no tener tráfico”, reflexiona, aunque reconoce que el tiempo de pandemia ha traído mucho, al menos de autocaravanas y de motos.

Atienden también el pequeño consultorio para perros, gatos, animales de compañía. “Poner vacunas, microchips... El trabajo se concentra por la mañana, y luego lo que venga. Ahora, la época de partos”. Y, siempre, las urgencias. Carmen sabía a dónde llegaba. “Tampoco es que quisiera vivir aislada, pero no lo estás, es muy social esto, en una gran ciudad puedes estar más solo tal vez, aquí con cualquiera paras, conversas y te tomas un café. No sé, te sientes arropado, que no estás sola y si te aburres seguro que te encuentras con alguien y te has apañado la tarde”, reflexiona la primera mujer veterinaria en Salazar. “Estoy muy contenta con mis ganaderos, siento el afecto y el cariño”, resuelve.

El cierre perimetral le impide ir a Tarazona a visitar a su familia y amigos, así que se queda en Ezcároz, donde siempre sale un plan y, si no, vas al monte... Valora los servicios que hay en el pueblo, el centro médico, farmacia, tiendas, bares.... y actividades como el yoga, la talla o la escuela de música, donde está matriculada y estudia guitarra. Se había iniciado en el conservatorio de Tarazona, con el piano y la percusión. ¿Qué echa en falta? “Vivienda para jóvenes que se quieran quedar. Y que hay que salir para comprar según qué cosas, a no ser que te pongas como loco a pedir por internet, que tampoco es plan. Bueno y que la intimidad queda algo limitada”, concede en el coqueto parque de mesas de madera y árboles como recién peinados, en ese pasillo donde la arquitectura elegante del Pirineo desfila a uno y otro lado del río Salazar, y algunas chimeneas humean a media tarde, cuando abril ha gastado 22 días y las nubes se empeñan en zurcir retales blancos y grises en el contundente azul.

En Ezcároz hay escuela infantil. “Creo que unos doce alumnos, y eso es algo grande, el colegio ya lo tienen salvado unos años”, subraya que es la única forma de mantener vivos los pueblos. Escuelas abiertas, niños correteando, estudiando música, bailes o jugando a pelota en el frontón.

“Y que los ciudadanos valoren lo que se produce. Kilómetro 0 del que tanto se habla ahora es esto, el invierno es duro, la nieve..., pero luego las reses pasan siete meses en el monte, libres, felices, ni se les quita el ternero. ¿Por qué no se apuesta por esto? Que compren cordero de aquí y naranjas de Valencia. Si no, el sector primario se muere, los pastos ya no se cortarían , el bosque se cerraría”, y se difuminaría el paisaje de postal.

“¿El carácter del Pirineo? En cuanto te abren la puerta es gente maravillosa, buena gente”.

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