Pastor y bibliotecaria desde Urricelqui
Muchos lo situarán en el mapa por ser epicentro de los últimos terremotos, en Lizoáin-Arriasgoiti. Con él vuelve la serie que acerca las historias de los pueblos más pequeños, como la de Roberto y Marimar, que dejaron la vida en la ciudad
- Pilar Fernández Larrea
Gregorio Urrutia Aincioa fue el último pastor de Pamplona, en el barrio de la Txantrea, con las ovejas en Ezkaba. Murió hace 22 años. Su hijo Roberto contaba 17 cuando el padre dejó el rebaño. “Entonces yo tenía otras prioridades, no quería saber nada del ganado”, cuenta ahora, con 43 años, instalado con su pareja en Urricelqui, un pueblo con siete habitantes en el valle de Lizoáin-Arriasgoiti. Es pastor. Empezó hace seis años. De cero, sin tierras y sin rebaño. Es la suya una historia de amores que no se olvidan.
Roberto Urrutia Atienza, Educador Social, ha viajado por México y Guatemala como cooperante y hace veinte años emprendió una vida lejos de la ciudad, con su compañera, Marimar Agós Díaz. Hace una década compraron dos pajares en Urricelqui, un pueblo en una ladera sobre el río Erro, un cruce de caminos entre Arriasgoiti, Esteribar, Arce y Erro. Allí levantaron su casa, aún no acaban las obras. “Vamos poco a poco”, relata Roberto que durante años se desplazó a trabajar a Pamplona hasta que hace seis consiguió alquilar tierras y un corral en Artaiz, valle de Unciti, a un cuarto de hora de casa. No lo pensó, compró 300 ovejas latxas de cara negra y se embarcó en un sueño. No fue fácil, sobre todo por el farragoso papeleo. “A la vuelta de los años echaba de menos las ovejas”, reconoce al raso en Zaldaiz, el primer día de octubre, a las pocas horas del último temblor de tierra, el enésimo en el valle en estos meses.
Ordeña las ovejas y vende la leche a productores de Roncal. Hace dos años dio un paso más y comenzó a elaborar queso. Montó el pequeño obrador en la bajera de su madre en la Txantrea y comercializa como ‘El pastor de Ezkaba. Ezkabako Artzaia” en homenaje a su padre. Es una forma también de aunar su oficio con sus orígenes. “No son más de dos toneladas, pero me piden lo mismo que para una fábrica de 300”, incide en que “al txikito le exigen al nivel de la industria”. Vende directamente, sobre todo en ferias, tan mermadas este año. “La semana próxima, del 9 al 12 estaré en el Mercado Local de Pamplona”, subraya una de las pocas citas de este año. Le acompañará a buen seguro Marimar. Ella es bibliotecaria en Espinal, a veinte minutos de casa. Su padre, Jesús, fue maestro rural y la familia vivió en distintos pueblos, desde Arguedas a Donamaría. “Cuando empezamos en el instituto ya nos quedamos en Pamplona, en la Rochapea”, explica ella y Roberto dice que antes de recalar en Espinal estuvo en Roncal o en Bera, todos los días hasta Urricelqui. Está contenta con su biblioteca móvil, con el reparto, con el contacto con vecinos de tantos pueblos, aunque el covid lo ha limitado todo.
SIETE EN TRES CASAS
En Urricelqui son siete en tres viviendas, las únicas abiertas todo el año. “Nosotros dos, en otra un mocé solo y en la tercera un matrimonio con la hija y el tío, Eulogio, que es el mayor del pueblo, con 87 años. Fue pastor en América tres décadas y luego regresó. La sobrina nieta, Marina Laguardia Lizarraga, 15 años, es la más joven. Fue el último nacimiento en el lugar y el anterior, el de su madre, Marta. “¿Las fiestas?, cuando nos da la gana, cuando nos ponemos de acuerdo. No es difícil, somos pocos”, sonríe la pregunta Roberto. Ya no hay misa los domingos en la iglesia, pero hasta hace tres años acudía el cura y celebraba en la cocina de los vecinos. La vida en el pueblo es tal vez más anárquica, no hay tantas normas ni horarios, “aunque al final estás pendiente de lo que te marcan los grandes”, vienen a decir Marimar y Roberto. Acaban de crear la asociación Pueblos Vivos, con la que vecinos del entorno tratan de defender idiosincrasía de estos enclaves y sus formas de vida. No comparten la creación del parque eólico que se proyecta en el valle y en Esteribar. “Aquí situarían los aerogeneradores en Lakarri, en la conocida como Peña de la Moza, son molinos de 200 metros de altitud, tres veces más que los del Perdón, que tienen 75”, apunta Roberto. “Cada uno es como un edificio de 49 plantas, más que la Torre Eiffel”, describe Marimar.
Lamenta Roberto que solo se acuerden de los pueblos cuando hay algún proyecto así, apuesta por las energías limpias, pero en formatos más pequeños. “Tanto se habla de la España vaciada, pero luego nada. Ahora mismo ni siquiera tenemos cobertura apenas aquí. Internet ni soñar”, desglosa y echa mano de un ejemplo claro: “Ahora las guías del ganado, las fichas, hay que hacerlas de manera telemática, se supone que para mejorar y adelantar, pues para mí es todo lo contrario, mucho más complicado porque no tengo acceso y han reducido el horario de las oficinas de Ganadería”, explica.
Otro ejemplo. Marina estudia en Aoiz el último curso de Secundaria. El próximo año iniciará Bachillerato, ya en Pamplona, pero no tendrá derecho a transporte. Como ella, tantos jóvenes en entornos rurales. “Y por aquí no pasa ningún autobús”.
Gregorio Urrutia Aincioa fue el último pastor de Pamplona, en el barrio de la Txantrea, con las ovejas en Ezkaba. Murió hace 22 años. Su hijo Roberto contaba 17 cuando el padre dejó el rebaño. “Entonces yo tenía otras prioridades, no quería sabe
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