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Pamplona

Así vigila la Policía Municipal el ocio nocturno en Pamplona

Madrugada del sábado. Cuatro patrullas de la Policía Municipal y dos agentes de paisano vigilaron el ocio nocturno en los locales y si se celebraba botellón en la calle. Una periodista de Diario de Navarra les acompañó

Todas las fotos del dispositivo de vigilancia de la Policía Nacional durante la noche del viernes, 24 de julio, en Pamplona José Antonio Goñi

La madrugada del sábado cuatro patrullas y dos agentes de paisano de la Policía Municipal de Pamplona vigilan en el Casco Viejo de Pamplona que todos los bares cierren a las 02.00. Objetivo: que nadie estuviese más tarde de esa hora bebiendo en la vía pública, que los bares estuviesen cerrados y que se utilizase correctamente la mascarilla.

Un furgón con las luces azules encendidas sale a las 23.30 de la calle Monasterio de Irache. Un subinspector y un policía se dirigen a la zona vieja de Pamplona. El ‘walkie talkie’ que llevan en el hombro no deja de sonar. Se están organizando. Cada uno tiene ya su trabajo dividido y saben hacia dónde tienen que ir.

A parte de todas las llamadas que se produzcan durante la noche, el objetivo principal de este dispositivo es cumplir esta nueva orden foral.

Pasando por la Plaza Príncipe de Viana reflexionan sobre qué se van a encontrar esta noche. El subinspector dice que cree que se están respetando las normas. Llegan a las 23.40 a la Plaza del Castillo, por la entrada de Pablo Sarasate, y lo primero es dar ‘una vuelta al ruedo’, sugiere el policía. Mete primera y rodea la plaza con las ventanillas bajadas. Miran a todas las personas, que no son pocas, que se encuentran en las terrazas de los bares. Hace buena noche y los camareros parecen no dar abasto.

Conforme pasan la estatua de Carlos III se acerca un compañero a la ventanilla. “Buenas noches, voy a realizar el control a pie para ver también que los interiores están cumpliendo”.

El furgón abandona la Plaza del Castillo y se dirige a la calle Comedias. Son las 23.50 y se produce el primer aviso de la noche. Dos chicas están sentadas en el suelo delante de un bar que permanece abierto. A pesar de que no están consumiendo nada no llevan puesta la mascarilla. El subinspector baja todavía más la ventanilla y les advierte: “Buenas noches, ¿saben que tienen que llevar la mascarilla puesta si no están consumiendo?”. Ellas contestan al aviso: “¿Aunque seamos pareja?”. Él les explica que, aunque dos personas convivan, deben llevar la mascarilla en la vía pública si no están consumiendo nada.

Continúan por la calle de Pozo blanco y se dirigen hacia la plaza del Ayuntamiento. Ni siquiera hay más de cinco personas. Deciden pasar a comprobar la zona de Navarrería y Calderería.

El vehículo enfila la calle Curia y gira hacia Navarrería. Comienza a vislumbrarse el ambiente pamplonés. Como si de una carrera de obstáculos se tratase, el furgón tiene que reducir la velocidad y sortear a las cuadrillas que hay sentadas en el suelo. Se ve cómo algunas personas, a la vista de las luces azules, se suben rápidamente la mascarilla. Continúan el recorrido improvisando en ocasiones las calles por las que vigilar hasta llegar a Estafeta. Un joven de camisa azul y pantalones blancos se mete de manera apresurada a un bar que hay en el principio de la calle en cuanto les ve. No lleva la mascarilla. El furgón se detiene para hablar con él, pero se la ha colocado en el interior. Paran en el exterior del bar: “A ese chico por ejemplo si lo volvemos a ver luego así, lo denunciaremos. No la llevaba puesta, nos ha visto y se la ha colocado. Eso quiere decir que conoce la norma”, sentencia el subinspector.

Tres minutos pasan de la medianoche y en la esquina que hacen la calle Mercaderes y la calle Chapitela se encuentran con dos compañeros. Están multando a dos hombres. Ambos sin mascarilla puesta y tampoco tienen en las dos mochilas que llevan. Siguen la ruta y al principio de la calle Estafeta un chico en un portal no lleva la mascarilla. Defiende que es una propiedad privada, a lo que el subinspector responde que un portal es de uso común.

Afirma que tiene la denominada declaración responsable por tener asma. Se trata del documento que exime del uso de la mascarilla. Le toman los datos para comprobar que eso es cierto y en unos días, si no lo es, le llegará una multa a casa. De ahí el furgón se dirige a Mendillorri. La noche está tranquila. No se ve movimiento. Los parques están precintados. Solo circula el camión de la basura. La patrulla ve que una chica se monta en un coche y no lleva la mascarilla en la vía pública. Le advierten y continúan con su ronda. Por radio avisan a la patrulla que regrese al centro.

La llamada tiene que ver con un grupo de amigos que están bebiendo y consumiendo otras sustancias en la Plaza del Castillo. Entre ellos, el chico que un rato antes justificó la falta de mascarilla en que era asmático y que decía irse a casa, se ve envuelto treinta minutos más tarde del suceso en un cacheo colectivo. Todo queda en 15 actas de aprehensión, una denuncia e incautación de sustancias. Suenan por la emisora unas palabras en clave, solo se distinguen palabras sueltas como Alfa y Charly.

A la altura de Navarrería, a las 01:35, el furgón observa un bar con mucha gente en el interior. Algunos no llevan la mascarilla. Se requiere a los policías de paisano para que vayan primero, pero están lejos del bar. Es el procedimiento habitual. Pasan el subinspector y el policía. Piden refuerzos y aparecen otros tres compañeros. Todos se acercan a la entrada del bar y la gente, rápidamente, se coloca las mascarillas aunque en la mano lleven un vaso.

LLEGA LA HORA DE CIERRE

En el interior del bar un policía municipal se encarga de avisar sobre la norma que entra en vigor y salen. La gente estaba concentrada junto a la puerta del bar y parecían más, mejor prevenir. Llegan las 02.00. La mayoría de bares ya han cerrado, todo parece en orden. El mismo bar al que antes han acudido parece cerrado. Un grupo de personas se ha concentrado en el exterior. En la mano llevan cervezas.

El subinspector, ventanilla bajada, se encarga de recordarles que ya no se puede beber. A lo que uno de ellos responde: “Me lo estoy llevando a casa señor agente”. Otro de sus amigos le da un codazo para que tire el vaso y así zanjar el incidente. Al bajar por la calle, en la esquina que conecta la calle Curia y Navarrería, un grupo de personas lleva litronas en la mano. Uno de ellos, al ver el furgón, grita que no lleva la mascarilla porque está bebiendo. “Ya no puede beber en la vía pública, debe ponerse la mascarilla”, le contesta el policía que conduce. “Tranquilo, esta es la última y nos vamos”, contesta una de las chicas del grupo. La Policía insiste en que deben deshacerse del alcohol ya que no está permitido. Ellos acceden, lo tiran a una papelera y se colocan la mascarilla.

El furgón avanza y se encuentra a una persona de pelo largo tambaleándose. “¡Caballero!”, le llama el policía. Se gira y no lleva mascarilla. Balbucea palabras en euskera que quizá le hayan enseñado hoy. Le explican que debe llevar mascarilla. Ni siquiera puede colocarse las gomas sobre las orejas. Tras lograrlo, más o menos, dice con seguridad: “¡Bye bye, gabon!”, se gira y continúa su trayecto haciendo eses.

Los bares cierran y la gente se concentra en la calle. Son las 02.10 y vuelven a Navarrería. En la fuente hay un grupo de personas, uno de ellos grita tres veces: “¡La mascarilla!”. Otro tira una cerveza tras la advertencia del policía y mientras lo hace se lamenta: “Mi gozo en un pozo”. La radio suena. Las demás patrullas que supervisan el Casco Viejo y las otras tres zonas de Pamplona afirman que ya está todo desalojado. Tras dar parte, vuelven a comisaría para realizar un descanso de media hora. Luego volverán al centro y multarán a aquellos que hayan avisado y sigan incumpliendo la ley.

La madrugada del sábado cuatro patrullas y dos agentes de paisano de la Policía Municipal de Pamplona vigilan en el Casco Viejo de Pamplona que todos los bares cierren a las 02.00. Objetivo: que nadie estuviese más tarde de esa hora bebiendo en

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