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Acude a la universidad para que dejen de hacer ruido unas estudiantes en Pamplona

Indefenso en su propia casa. Así se lleva sintiendo meses un vecino de la avenida Sancho el Fuerte desde que unas estudiantes llegaron de alquiler al piso inferior a su vivienda. Tiene anotado cada ruido, golpe o intervención policial

Acude a la universidad para que dejen de hacer ruido unas estudiantes en Pamplona José Carlos Cordovilla

Sabe perfectamente de lo que habla. Raúl López tiene anotadas una a una las molestias que ha sufrido en su domicilio desde que un grupo de tres estudiantes de la Universidad de Navarra se instaló en el piso inferior a su vivienda.

Alquiladas por un propietario que no vive en el edificio (calle Sancho el Fuerte, número 25), las estudiantes, o eso es lo que alega este vecino, les han hecho pasar, a él y a su familia, un “auténtico calvario”. Todo comenzó el pasado 1 de septiembre, coincidiendo con el arranque del curso universitario. Ese sábado, y así lo detallan las anotaciones de Raúl, los ruidos y las molestias se prolongaron hasta la 1.30 horas de la madrugada. El bullicio regresó a las 5.30 horas.

Entendiendo la juventud de las inquilinas y dado que era la primera toma de contacto, el afectado esperó hasta la hora de comer para bajar al séptimo y hablar cara a cara con las estudiantes. “Tuvimos una conversación cordial y llegaron a pedirme perdón. Las creí”, admite. Error. Basta un vistazo a sus exhaustivos apuntes para descubrir que las interrupciones del sueño no cesaron con aquel aviso.

Día tras día, Raúl va desgranando las sucesivas incidencias: madrugada del 4 al 5 de septiembre, “golpes sordos con la puerta a las 2.45 horas; del 6 al 7, voces elevadas; del 7 al 8, volumen de la radio desmedido, nuevos golpes..”. y un extenso etcétera que se prolonga prácticamente todas las noches de septiembre, octubre, noviembre, diciembre, enero... Bien es verdad, y así lo certifican los escritos de este vecino, que en periodo de exámenes (previa a Navidad) los ruidos nocturnos fueron “más llevaderos”.

GOLPES A INTERVALOS

Sin embargo, el cansancio de tener que soportar semejante vivencia, así como la carencia de sueño, llevaron a la familia a tener que plantear salir fuera de casa a dormir. “Fíjate en qué punto estaban las cosas”, recuerda con alarma. Eso sin contar con los restos de suciedad visibles en las inmediaciones del rellano. “Uno de los días que bajé a hablar con ellas se me pegaban los pies al suelo de la mezcla de cerveza y coca cola”, insiste Raúl.

Fueron pasando las semanas y dado que la situación seguía sin resolverse, el afectado llegó al límite. Tras realizar una sonometría la Policía Municipal (los agentes se han personado en este edificio en varias ocasiones), Raúl pudo interponer su primera denuncia contra las estudiantes. “No lo buscaba, pero no me quedó más remedio”, dice.

A partir de ese momento, expone, las chicas cambiaron de estrategia. “Se dedicaban a dar golpes fuertes cada un determinado tiempo, como para provocar”, sostiene convencido. Incluso llegaron a ‘cruzarse’ una serie de papeles pegados en el portal entre las estudiantes y él tras derramarse una botella de detergente líquido por el suelo y no limpiarlo nadie.

TERCERAS PERSONAS

En este punto, el periplo de Raúl prosiguió por varias reuniones con la comunidad de vecinos, llamadas al propietario de la vivienda arrendada, y sendas visitas a las dependencias de Policía Municipal y Medio Ambiente en busca de una solución que seguía sin llegar. Incluso llegó a ponerse en contacto tanto con la madre de unas de las alumnas, así como con la vicerrectora de la Facultad de Derecho de la Universidad de Navarra. “Quería una reunión en la que pudiéramos estar presentes ellas, un profesor y yo. Una mediación para llegar a un acuerdo”, describe.

Así como guarda buen recuerdo del trato recibido por parte de la UN (conserva una serie de correos electrónicos al respecto), en el caso de la progenitora no obtuvo la respuesta que buscaba. “Me remitió al propietario y me habló de mi sensibilidad para los ruidos y de la presión que sentían las chicas”, resume Raúl, quien también guarda una transcripción de la conversación.

Bien es verdad que ahora, tras haber advertido al propietario del piso en alquiler de una posible denuncia sobre su persona por ser el último responsable, los ruidos han cesado. “Llevamos un mes tranquilos y ojalá sigamos así”, ruega. Y deja claro que en los 14 años que el piso lleva siendo alquilado, jamás había sucedido nada como lo de este curso.

<div class="footer_photo">Anotaciones tomadas en septiembre</div>

<div class="footer_photo">Anotaciones tomadas en noviembre</div>

<div class="footer_photo">Anotaciones tomadas en diciembre</div>

Sabe perfectamente de lo que habla. Raúl López tiene anotadas una a una las molestias que ha sufrido en su domicilio desde que un grupo de tres estudiantes de la Universidad de Navarra se instaló en el piso inferior a su vivienda.

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