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Día Internacional contra la pobreza

Crónica de siete días bajo un puente de Pamplona

Así es la vida en la calle de varios hombres de entre 20 y 68 años que comparten mantas, colchón, soledad y olvido

Diez de la noche del martes 11 de octubre. La lluvia ha anegado parte del puente donde duermen Ilyas (20 años), Abderramán (57) y Ahmed (68) Iván Benítez

Antes de echarse a dormir, Mikel prepara un táper con comida para ahuyentar a las ratas. Lo coloca frente al cauce del río Arga, que el miércoles 5 de octubre desciende casi seco, se envuelve en la única manta que no le han robado, y se deja caer en el colchón roído y sucio que ha obtenido junto a un contenedor de basura. Entonces, sus pensamientos vuelan, impactando contra la estructura de hierro bajo la que sobrevive desde hace meses en Pamplona. Un momento, el mejor del día, en el que se ve viajando con su hija de tres años. Canadá es su sueño.

Ha anochecido y la humedad penetra en unos cuerpos agotados. Mikel lleva tres días sin fuerzas. Ha comido y dormido muy poco y le supone esfuerzo despegarse de la manta. Este miércoles, sin embargo, no queda otra opción que activarse. La Policía Municipal lleva tiempo avisando a los inquilinos del puente. Deben recoger y marcharse. Junto a Mikel también duermen Abderramán y Ahmed, marroquíes de 57 y 68 años, y otra mucha gente que va y viene a cualquier hora del día y de la noche, en busca de un refugio “seguro”. Todos comparten mantas, colchones, desesperanza...

El 26 de septiembre, la Red Navarra de Lucha contra la Pobreza alertaba de que alrededor de 95.000 personas viven en riesgo de pobreza en esta comunidad. Es decir, el 14,7% de la población. Y la situación empeora. El 10% no puede pagar los gastos de vivienda y el 20% no puede enfrentar imprevistos. Es decir, al límite de sus posibilidades. Los datos muestran una acentuación del nuevo perfil de la pobreza con un incremento de las personas pobres con empleo y con estudios medios y universitarios. Estadísticas que, sin embargo, obvian una realidad con vetas aún más profundas y ocultas. Un extracto social que subsiste en la oscuridad. “En el margen de los márgenes”, describe Myriam Gómez, vicepresidenta de esta red contra la pobreza y gerente de la Fundación Gizakia Herritar-París 365. “Porque una cosa es la situación de pobreza y otra es la de calle”, afirma contundente. “Nosotros en el comedor París 365, supongo que como en otras entidades, estamos atendiendo a personas que no tienen acceso a ningún recurso público. Gente que ni siquiera puede pagar el euro al día de la comida. No tienen acceso al padrón, cuando el padrón es la llave al circuito de seguridad”. Respecto al número de personas que duermen hoy en la calle, admite que no maneja una cifra oficial. “Pero creo que nunca ha habido tantas en situación de calle”, avisa. “Y estamos detectando que se está dando un repunte de consumos. Estamos viendo una realidad que ya se da en grandes ciudades. Y no estamos preparados para ello”, continúa pormenorizando. “¿Hacia dónde vamos? Navarra no tiene capacidad de respuesta. Ahora mismo no hay recursos. Y nos viene mucha gente a la que no podemos dar salida. Y la gente solo aspira a vivir...”. Suenan palabras de impotencia. “¿Hacia dónde vamos? Poco se puede hacer si no se ponen de acuerdo las instituciones y desarrollan un plan de acción coordinado. No hay que olvidar que estas personas que sobreviven en la calle son las más vulnerables. Ellos son los que realmente pasan miedo. Hay que preparar ya un diseño de políticas basadas en la realidad, en lo real, no en lo virtual. Es muy triste que en esta sociedad solo aspiremos a una habitación para poder vivir y encima se esté haciendo negocio con el padrón”. Hasta 400 euros por empadronarse en una habitación, revelan los protagonistas de este reportaje.

Abderramán, en la silla, Ilyas y Ahmed (a la derecha). “Por la noche estás siempre en alerta, no duermes”, explican. “Tengo 68 años, no debería estar en la calle”, lamenta Ahmed iván benítez

A veces los puentes hablan. Solo hay que acercarse a ellos, detenerse y escuchar. Esta es la crónica de siete días en el margen de la pobreza, bajo uno de los brazos de hierro que abrazan y separan Pamplona. “La dignidad para todos en la práctica” es el tema del Día Internacional para la Erradicación de la Pobreza que se celebra hoy.

MIÉRCOLES (10.30 HORAS)

“¡Te ha gustado la trampa que ponemos para que no nos roben!”, profiere Mikel riendo al descubrir a un extraño merodeando bajo el puente. Mikel desciende por el sendero que rodea los corralillos y tira de las mantas dejando al descubierto una almohada. El periodista sonríe. Acto seguido, el joven pamplonés se acerca a la orilla y comprueba los recipientes que dejó la noche anterior con comida para las ratas. El precario mobiliario parece incluso ordenado: dos carritos de la compra cargados con enseres personales, una mesita de madera con un bote de mermelada, dos colchones, mantas, sábanas blancas de hospital, un perrito de peluche, maletas con ruedas, también se distinguen juegos de mesa, un patinete y una bolsa de basura colgada de una rama. “Hoy nos echan”, deja caer Mikel que tiene 26 años. “Tenemos que buscarnos otro lugar. No nos quieren en ningún lado y no nos ayudan a salir de aquí. Llevo cinco meses esperando la renta básica...”. Se escuchan los patos y el revoloteo de las palomas. “¿Sabes lo que me ayudaría ese dinero? Podría alquilar una habitación y recibir a mi hija en un lugar seguro. Podría trabajar y dejar definitivamente las drogas, incluso practicar deporte y prepararme unos huevos fritos. Pero la ayuda no llega...”. El silencio administrativo del que habla Sara Mesa en su libro toma forma en las palabras que articula este joven pamplonés, divorciado y padre de una niña de tres años. Mikel también admite que el consumo de drogas desde muy joven le han terminado llevando hasta esta cuneta. “Empiezas de crío, con un coma etílico, y quieres más y más. Acabas probando la marihuana, el ‘crack’…”. Asegura que desde hace dos semanas no prueba nada, pero es consciente de que si no sale de la calle puede recaer. “Lo voy a conseguir por mi hija”. También tiene sus trabajos puntuales de fontanería, peón de obra... Encargos sin asegurar y con un salario que le impide iniciar una vida digna, según señala. “Así que voy del trabajo al puente”.

Mikel abre los ojos al amanecer. Se desentumece y busca el camino de las rutinas: desayuna en un centro social, lava la ropa, se ducha, carga el móvil. A veces, si no consigue dinero para comer, abre las tapas de los contenedores y recoge productos caducados. Invita al periodista a probar unos bollos y unas galletas. “Siento ofrecerte comida de la basura”, sonríe , mostrando una dentadura bien cuidada. “A que no parezco que vivo en la calle”. De un par de bolsas de plástico extrae la poca ropa que sacó de casa de sus padres cuando se marchó, la desdobla para volver a doblarla y la organiza en un maletón con ruedas. Le ha venido a buscar para ayudarle con la mudanza su nuevo compañero de soledad, Tomi, un joven donostiarra que aparenta bastantes más años de los que dice tener. La calle lo arruina todo.

Kassou (44) duerme en una nave y por las mañanas visita a los inquilinos del puente iván benítez

Antes de abandonar el puente, Mikel se sienta en el colchón que atraerá nuevos buscadores de refugio.

-¿Qué siente un joven de 26 años en estas condiciones?

-Rabia, cada vez más derrumbado, más vendido, no te ayuda nadie. Y las pocas ayudas que recibes las vas quemando porque no consigues salir. Te sientes solo, abandonado. Piensas que la sociedad te quiere como una rata. Y te quedas como una rata.

-¿Qué ayudas reclama?

-Es mi segundo invierno. Solicité la renta básica hace cinco meses... Solo pido un albergue, una habitación, conseguir una estabilidad. Un hogar donde poder ducharme, cocinar, poder hacer todo. Aquí tienes que buscarte la vida y se pierde mucho tiempo.

(Mientras conversa con el periodista se aferra a los juguetes de su hija).

-¿Contará a su hija lo vivido?

-Le contaré la verdad. Que las malas decisiones que tomé en su día me han llevado hasta aquí. Pero pienso salir de todo esto. Lo que ves aquí lo he conseguido en la calle. De casa de mis padres solo salí con una mochila. Allí no puedo volver. Me equivoqué con mis decisiones y ahora tengo que afrontarlo. Y ahora que soy padre comprendo lo que se sufre por un hijo.

--¿Ha trabajado alguna vez?

-Sí, he sido fontanero, albañil, he trabajado en el campo, he sido carretillero, tengo carnés… Llevo trabajando toda la vida.

-¿Se puede dejar la droga bajo un puente?

-Muy complicado. Hay días que no tienes para comer. No ves cómo salir de aquí.

-¿Cómo empezó con las drogas?

-Muy de crío, con un coma etílico. Yo controlo yo controlo me decía. Y ahora me controlan ellas a mí. Por la droga he terminado debajo de un puente. Lo pierdes todo.

-Segundo invierno…

-Los inviernos son duros. Hay veces que terminas en el hospital. Lo pasas con muchas mantas y ropa. Lo peor es la lluvia, que entra de lado y empapa.

-¿Cómo son las jornadas?

Me levanto, desayuno en el centro San Miguel de Cáritas y salgo a la calle a mendigar. Y por la tarde a buscarse la vida. Ahora me han ofrecido tres meses de albañil en una obra, pero sin contrato. De mañana y de tarde. El primer mes lo utilizaré para pagar una habitación, si la encuentro, y cubrir la manutención de mi hija.

-¿Qué otras cosas hará?

-Activar rutinas. Volver a correr. Hacer deporte, la sencillez de la vida. Una cama en condiciones, limpia. Y no estar pendiente de que te peguen o te roben mientras duermes.

JUEVES (12 HORAS)

Unos vienen y otros se van. El periodista regresa al puente. La misma manta que abrigaba al pamplonés cubre hoy a un chico marroquí de 21 años. En el otro colchón hay sentados dos jóvenes de 27. “No me quiero levantar, no me encuentro bien de ánimo”, se queja Abderramán. “No tengo dinero para comer y no me permiten acceder al comedor social. Me sorprendieron sacando comida”. Su única distracción al cabo del día es desmigar pan y echárselo a los patos. “Te sientes mal, muy mal. Solo esperas que la asistenta te apruebe la ayuda. Nunca he hecho daño a nadie, nunca. Y después de diez años en España, no puedo regresar a Marruecos. Ni siquiera tengo dinero para poder volver a mi país y aquí no encuentro trabajo de soldador ni de encofrador”. El problema, sigue explicando, es que no le renovaron los papeles el 28 de octubre. A esto se suma que le robaron su mochila con las únicas pertenencias que le quedaban. “Ay, qué vida, madre mía. No tengo nada. Estoy en la calle, buscando una solución. Y no sé si hay solución. Nos piden hasta 400 euros por empadronarnos por habitación. Esto no es vida”.

A su lado, Nabil, 27 años, calado con una gorra de béisbol, escucha atentamente. “Llevo dos meses y medio en Pamplona, en la calle”. Se quita la gorra y muestra una cicatriz en la cabeza. “Sufrí un accidente en fiestas de San Adrián y al salir del hospital perdí el trabajo y la habitación donde vivía. He trabajado en el campo y como peón”, esboza. “¿Cómo es vivir bajo un puente? En la calle sientes frío y miedo. Te despiertas pensando que alguien se acerca. Y me duele mucho la cabeza. Pero sin empadronamiento no hay tarjeta sanitaria”. Nabil llegó a España hace dos años en patera desde Marruecos por la que pagó 4.000 euros. “En Ceuta trabajaba en la frontera pasando comida de contrabando a Marruecos”.

Locales y extranjeros comparte la calle. Mikel, con el patín de su hija, es de Pamplona iván benítez

Bajo las mantas se distingue el cabello ondulado y negro de otro chico. Parece muy joven. Se estira. “Buenos días”, sonríe, frotándose los ojos y luego mirando a Abderramán. “Me llamo Ilyas, tengo 20 años, llevo en la calle dos meses”. Habla un castellano perfecto. “Estaba cobrando una ayuda de emergencia y me la han parado. Y ahora estoy esperando a que me hagan un ingreso el mes que viene. Entonces buscaré una habitación”, asiente, mostrando cierto alivio. “Vivir en la calle es muy jodido, la verdad. Te despiertas a una hora y no encuentras comida ni nada. Y llevas con la misma ropa tres semanas. Somos muchos, muchísimos”. Ilyas está pendiente de la renovación de sus papeles. “Pero necesito estar dado de alta en algún momento para que no me los quiten. Me he formado en fontanería, jardinería, pintura y soldadura”.

Ilyas lleva en España siete años. Escapó de Marruecos colgado en los bajos de un autobús de turistas que visitaban su país, “metido en una caja encima de las ruedas”, detalla. “Estuve una noche y un día entero: Chefchauen, Tetuán, Ceuta, Algeciras y Sevilla. Fue muy duro. ¿Por qué lo hice? Mis padres se separaron cuando tenía dos años y mi madrastra me empezó a maltratar al cumplir 14. Entonces decidí marcharme”. Su padre no conoce la situación de su hijo. “Cómo le voy a contar. ¿Tú lo harías?”. A las 14 horas se presenta bajo el puente un vecino del barrio con un par de pollos y unas patatas. Abderramán coloca una caja de cartón a modo de mesa. Lo agradecen. No tenían pensado comer.

Por la tarde, a las 18 horas, el periodista telefonea a Mikel, el pamplonés de 26 años que el día anterior abandonó el puente. Su voz se escucha débil. No para de toser. “Estoy muy resfriado. Al final nos hemos ido a una casa abandonada, pero no tenemos mantas. Hace mucho frío”.

VIERNES (13 Y 20 HORAS)

13 horas. Abderramán sigue en la misma posición del día anterior, bajo la manta. “Sí me he movido”, ríe. “He ido a dar un paseo por la Taconera y esta tarde daremos otro”. Sobre la mesita de cartón hay un plato de plástico con restos de tortilla de patata que trajo la noche anterior algún vecino. Un perro suelto se desvía del paseo y da buena cuenta de lo que queda. “Tiene hambre, como nosotros”. Se escucha el canto de los pájaros y el juego de niños del patio de un centro deportivo próximo. Aparece el rostro cansado de un hombre muy delgado con perilla blanca. Se llama Ahmed, tiene 68 años y lleva la mitad de su vida en Pamplona. Ahmed cuenta que recibe de una ayuda de algo más de 600 euros que le administran semanalmente. Unos 50 euros a la semana. “Y con este dinero no se puede ni comer. ¿Qué puedo hacer?”.

Abderramán se sienta en la única silla y sigue conversando. “Antes teníamos los colchones en el otro lado, pero se nos veía y la gente llamaba a la policía. No nos quieren ni debajo de los puentes”. A sus 57 años, solo desea regresar a Marruecos. “En la mochila que me robaron llevaba dinero, móvil, gafas, el carné de conducir”, repite como un mantra. “Y en la policía me dicen que el Número de Identidad de Extranjero (NIE) lo tengo que renovar en Zaragoza, porque allí fue donde me lo hicieron”. Por suerte el pasaporte lo conserva.

Los brazos de Ilyas se alargan, bosteza, sonríe. “Ayer vine tarde al puente porque me quedé hasta los dos de la madrugada con unos amigos. Ellos están en habitaciones, pero cuesta mucho conseguir una. Así que no sé qué podré hacer cuando reciba la ayuda”. Fue hace cinco días cuando habló por última vez con su padre. “Me preguntó cómo estaba. Le dije que estoy bien, buscando trabajo y piso. Mejor así”. Al preguntarle qué plan tiene hoy, vuelve a sonreír. “Soy como una hoja que lleva el viento”.

19.30 horas. En cierto modo, bajo el puente siempre es de noche. Un foco que apunta a la pasarela ilumina desde lo alto. Es viernes y se escucha la algarabía de la antesala de la fiesta. Juega Osasuna. Se escuchan sirenas y campanadas. Mientras esto sucede allí arriba, sobre el puente, Abderramán se envuelve en la manta. Está solo y no ha comido nada desde que tomó café con galletas en San Miguel. “Nabil me ha traído un poco de pan del comedor social, solo eso”, indica, sin darle mayor importancia. “Esto no es vida, lo sé, pero no sé qué puedo hacer. Estoy todo el día solo, a veces paseo, siempre solo. Siempre pensando en una solución”.

20.30 horas. Aparece Nabil con dos nuevas adquisiciones para compartir el puente. Son marroquíes y apenas superan los 25 años. El más joven, Mohamed, lleva dos meses en Pamplona y hace cinco llegó a la costa andaluza en patera. “El otro día se lo tuvieron que llevar en ambulancia por el frío”, dice Nabil, que empieza a sangrar por la nariz. “Siempre me pasa por la operación de la cabeza. Pero como no tengo tarjeta sanitaria ni estoy empadronado...”.

Luna llena. Sopla cierzo. Humedad. “Somos muchos en los puentes, la mayoría jóvenes”, esgrime Nabil. “Pero nos tenemos que esconder para que la gente no nos vea durmiendo”. ¿Esconder? “Sí, nos ocultamos en cualquier recoveco. Sabemos que es peligroso, pero en la calle hace mucho frío y tenemos miedo. Miedo a la policía, al frío, a la lluvia, a los animales, a que nos roben... Sientes miedo por todo. Miedo a recibir una ayuda y a no encontrar habitación en un futuro”.

SÁBADO (10 HORAS)

“Buenos días”. Entre las sábanas aparecen las cabezas de Ahmed y Abderramán. “Los jóvenes han pasado la noche fuera del puente. Son jóvenes, ya sabes. Nosotros nos hemos quedado hablando hasta las cinco de la madrugada de nuestras cosas. ¿Qué cosas? Cosas de la vida. Hemos hablado sobre si nos quedamos o nos vamos a otro sitio y sobre la familia. Ahmed tiene hijos en Marruecos y Abderramán solo estuvo casado. En cualquier caso, ahora lo que importa es sobrevivir al presente. “No sé qué haremos hoy, incluso si comeremos”, comentan. La falta de alimentos diarios ha dejado de ser una obsesión. Los estómagos han dejado de quejarse. Miradas, gestos, silencios, restos de una hoguera cerca de los colchones. Mientras el tiempo sigue parado bajo el puente, la vida continúa allá arriba. Se celebran varias carreras solidarias y Osasuna pierde contra el Valencia

DOMINGO (11 HORAS)

“Tememos a lo que pueda venir a partir de ahora”. Este es el titular de Diario de Navarra el domingo 9 de octubre en un reportaje sobre el alza de los precios que obliga a personas con empleo a recurrir al Banco de Alimentos.

A las diez de la mañana, Abderramán duerme profundamente. Levanta la cabeza porque intuye que ha llegado alguien. Pero le cuesta saludar. “Buenos días”, asiente. Y sigue durmiendo. Se escuchan timbres de bicicletas, conversaciones cruzadas de corredores, planes de domingo primaveral. La silla está hecha pedazos. “Ha sido una noche difícil. Ayer hubo una pelea”. Ilyas y Nabil no están. “Han pasado el fin de semana fuera”, tranquiliza Abderramán al periodista. Han sido dos chicos nuevos que se han encontrado bajo el puente y arrastraban cuentas pendientes. Aparece un hombre alto de semblante serio, vestido con camisa a cuadros, chaleco azul con bolsillos, una chaqueta por encima y una mochila pequeña a la espalda. “Me llamo Kassou Abdelal”, se presenta. Kassou trabajaba como conductor de un camión frigorífico en Marruecos y viajaba todos los meses a Europa. Pero el trabajo falló y siendo padre de tres hijos (1 año, 12 y 16) no le quedó otra opción que intentar llegar a España. Lo hizo en la cabina de otro camión, acompañando a un conductor. Se quedó en Madrid dos meses buscando trabajo y continuó en autobús a Pamplona. En la actualidad, sin papeles, sin padrón, sin dinero, sobrevive en una nave derruida. Un lugar donde los cascotes del tejado se desprenden. “Duele más el frío y la inseguridad”, ríe, dibujando hoyuelos en el rostro. Abderramán se disculpa. “Tengo mucho sueño. No he dormido hasta las seis de la mañana por la pelea. Es muy complicado dormir de noche”. Y no dormir por la noche significa que cuesta levantarse incluso para comer. El que fuera conductor de camiones frigoríficos relata que tiene que salir muy temprano de la nave donde duerme y que no puede regresar hasta las doce de la noche. Cena en un comedor social y no suele regresar hasta las doce. Mientras, espera en un parque. También dice que no ha conseguido hablar con su familia desde hace días porque no tiene saldo en la tarjeta.

21 horas. No hay nadie bajo el puente. O sí. Se escucha un intenso quejido bajo la manta. “¡No, no, no!”, grita. Sus piernas se mueven. Espasmos violentos. Se tranquiliza. Se queda dormido.

LUNES (9.30 HORAS)

Ni Abderramán ni Ahmed se encuentran esta mañana de lunes en los colchones. ¿Habrán pasado la noche en el puente? ¿Les habrán echado? ¿Dónde han ido? Bajo la manta se asoman unos intensos ojos azules. “Soy amigo de unos chicos que vivían aquí y como no quería seguir en el albergue más tiempo vine anoche por voluntad propia”, habla, desconfiado. En realidad, los chicos a los que se refiere es solo uno, Mikel, el pamplonés que dejó el puente hace unos días. “Yo soy de Pamplona, sí, tengo 40 años. Me van a ingresar en una clínica de salud mental”. Sus ojos se cierran.

Abderramán trata de volver al comedor, pero le han prohibido la entrada. La trabajadora social le recuerda que sacó comida durante varios días, faltando las normas de manera reiterada, le dicen. A partir de ahora debe gestionar una nueva cita y tratar de contactar con su trabajador social, en Orkoien, al estar empadronado en Ororbia. Y, claro, sin dinero, sin móvil, sin ganas de nada y con un castellano muy limitado, cuesta comenzar el itinerario de cero. Abderramán abandona el local con el estómago vacío desde el día anterior. Una vez en la calle se anima a acercarse a la comisaría de la Policía Nacional para solicitar una copia de la denuncia del robo de su mochila. Sin embargo, no lleva el pasaporte y es necesario identificarse. En este contexto, sin papeles, sin móvil, sin dormir, sin comer, recibe una nueva estocada. El periodista se encuentra a su lado cuando la recibe. En esta ocasión, se la propina el policía que le atiende. Le recrimina que después de muchos años en España no hable el idioma. Y eso termina de humillar a este hombre de 57 que lleva más de siete meses sobreviviendo bajo un puente. Así se siente, reconoce. “Nunca había vivido antes en la calle, ¿por qué me ha tratado así?”. Son sus únicas palabras. Abderramán regresa a la orilla de la pobreza y se refugia bajo la manta. “Solo quiero recuperar mis papeles y trabajar. No quiero ayudas. Solo trabajar y poder vivir en una habitación”.

MARTES (22 HORAS)

Este martes, 11 de octubre, han caído en Pamplona y comarca 26 l/m2 en una hora, casi lo mismo que en todo el verano. El segundo día más lluvioso del año. El cauce del río Arga baja con fuerza. La lluvia se ha colado bajo el ojo de hormigón empapando uno de los colchones. Ahmed ha decidido buscar un nuevo refugio pero Ilyas y Abderramán siguen ahí, bajo las mantas. Él, como un padre, vigilante, atento a la crecida del río, con la capucha puesta. Los dos llevan los zapatos puestos por si tienen que salir corriendo. Pero el frío es insoportable. Hay que abandonar el puente. Al menos para tomar un café caliente.

Minutos más tarde, más templados, Ilyas confiesa que siente preocupación por Abderramán. “¿Qué va a ser de él si el mes que viene me conceden la renta básica y consigo una habitación? Hace dos meses no sabía dónde ir y él me ayudó. Me ha ido cuidando como un padre. ¿Sabes?, le echaron del comedor por sacar comida para mí. Ahora no puedo dejarle solo en la calle. Pero, ¿qué puedo hacer con 600 euros?

Antes de echarse a dormir, Mikel prepara un táper con comida para ahuyentar a las ratas. Lo coloca frente al cauce del río Arga, que el miércoles 5 de octubre desciende casi seco, se envuelve en la única manta que no le han robado, y se deja caer e

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