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La otra mirada

Ana Murillo (El Retrogusto): “La historia de la cerveza ha estado muy ligada a los obreros”

Ingeniera agrónoma, abandonó un trabajo estable en la Administración por el Retrogusto es mío, un local con personalidad de Sarriguren, conocido por sus vinos y cervezas. Pero la pasión por su trabajo y la pandemia crearon un cóctel fatal –ya superado– que casi le anula como persona.

Ana Murillo, rodeada de vinos y cerveza del Retrogusto, el local que dirige en Sarriguren Jesús Caso

¿Cuál sería la esencia del Retrogusto?

El Retrogusto nació como un sitio para beber a gusto, vino y cerveza de buena calidad, y que la comida quedase en un segundo plano. Sería un poco lo contrario de lo que hemos vivido en la hostelería y la restauración hasta ahora. Empezamos en diciembre de 2016. Justo ahora hemos hecho cinco años.

Cinco años muy marcados y paralizados por la pandemia.

Sí. Cuando ya vimos que esto era algo estable, que funcionaba, que nos permitía vivir tranquilamente era en febrero de 2020.

Un par de semanas antes del inicio de la pandemia.

Más o menos. Y habíamos tomado algunas decisiones en ese momento que tuvimos que paralizar en marzo.

¿Decisiones drásticas?

Para mí, sí. Yo, por entonces, aún compaginaba El Retrogusto con un trabajo en la administración pública. Soy ingeniera agrícola y trabaja en Desarrollo Rural. Era muy bonito, me gustaba y mis compañeros eran fantásticos, pero no podía seguir compaginando los dos trabajos.

¿Funcionaria?

No tenía la plaza, pero sí un trabajo de largo recorrido.

¿Se arrepiente?

No. Ha mejorado mucho mi vida.

¿En qué?

No solo he podido sacar el negocio de esta vorágine, sino que además ahora tengo más tiempo para mí, para cuidarme. Eso se me había olvidado. Cuando abres un negocio, de repente ya no existes. Solo existe el negocio. Llegó un día en que me preguntaron mi número de teléfono y no me acordaba. Solo sabía dar el del trabajo.

Y se dijo, “aquí pasa algo”...

Sí. Me dije, “esto no es normal. ¿Cuál es mi número?”. Había tenido siempre el mismo. En ese momento me di cuenta de que yo había desaparecido. Solo existía el negocio.

¿Pidió ayuda profesional?

Sí. Me costó salir adelante. Se me juntó el haber dejado mi trabajo con la pandemia y con el hecho de no poder abrir el bar.

Ahora, se ha empezado a visibilizar las afecciones de salud mental.

Sí. De hecho, creo que gracias a esta visibilización, me animé a llamar a una persona que no conocía de nada para decirle, “estoy muy mal, no sé qué hacer”. Pero es que no era capaz de decir nada más. Todo era como un bloqueo mental del que no podía salir.

¿Estrés, ansiedad?

Sí. Estrés, exceso de trabajo mezclado con la pérdida de la individualidad, de la independencia.

¿El mejor consejo que recibió en esa situación? Habrá personas que estarán pasando por lo mismo ahora.

Hay que hablar y comunicarse mucho más de lo que lo hacemos. Ese sería el principal. Y después, que no hay que dejar de pensar en uno mismo. Yo pensaba mucho en mi equipo, en mi negocio, en los demás... Pero hay que buscar espacios para seguir pensando en una misma. Eso ahora me lo tomo a rajatabla.

¿Cuál sería su perfil de cliente?

Mi cliente es muy joven porque la gente que vive en Sarriguren tiene entre 30 y 50 años. Casi todos tienen o van a tener hijos. Son personas mucho más abiertas, se dejan aconsejar y se atreven a probar cosas diferentes. Mi clientela es casi 100% así.

¿Una recomendación de cerveza?

Pues recomendaría las nuestras. Es casi el único punto de venta. Tenemos algo en otra tienda, en Madrid... La marca es Maiku y la empezamos a hacer con la inauguración del Retrogusto. Tenemos tres. Son más fuertes, más lupuladas. Una de 5,5°, otra de 6,5° y una de 8°. Tenemos seis tiradores y pinchamos cervezas nuestras con otras. Siempre tratamos que sean de cercanía. Queremos fortalecer nuestra red local.

Hace poco leí que a los egipcios que levantaron las pirámides les daban cuatro litros de cerveza al día.

Puede ser. La historia del vino y de la cerveza está muy ligada a los trabajadores, a los obreros. Sobre todo, la cerveza. Y en el mundo agrícola, siempre se trabajaba con vino. Y no en pocas cantidades.

Y usted es jueza de cerveza certificada.

Sí. Es por una entidad americana. El título lo saqué antes de abrir El Retrogusto. Fue un poco por aprender otros estilos. Yo bebía cerveza, pero no variedades. Así que me propuse aprender las variedades, los estilos, las zonas de producción... Lo estudié por necesidad, pero he terminado yendo a concursos como jueza.

¿Se considera heterodoxa?

Quizás más incomprendida que heterodoxa. Siempre he querido defender a productores que están empezando con buenos productos pero que no tienen mucha capacidad de llegar a un gran público. Así que los meto en barra y los intento enseñar. Y sé que hay gente que no entiende esto, que quiere lo habitual en otros bares.

Eso en la concepción de su negocio. ¿Y en lo personal?

No, no. Soy muy normal. Pero ya digo que he tenido problemas para diferenciar dónde estaba yo y dónde el negocio. Cuando vuelcas en un negocio nuevo todas tus ganas y todo lo que eres para mostrárselo a la gente, se pierde la línea entre el negocio y la persona.

CUESTIONARIO PROUST
​Una cerveza
Maiku
Un vino
Cualquiera de Luis Moya
Un momento del día
El desayuno
Un libro
Revancha, de Kiko Amat
Música
Juárez
Una serie
The office (versión EEUU)
Un momento de su vida
Ahora
Un plato
Queso
Un/a heterodoxo/a
Cristina Aranguren

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DNI
​Ana Murillo Martín (Pamplona, 1982) es Ingeniera Técnica Agrícola (UPNA) y cursó el primer ciclo de Biología. Está formada en vino y es jueza de cerveza. En 2016 abrió con otro socio en Sarriguren El Retrogusto es mío, que también vende a domicilio vino y cerveza.

¿Cuál sería la esencia del Retrogusto?

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