¿Cuál es el sistema sanitario que deseamos?
El experto en gestión sanitaria Francisco Errasti analiza la situación actual de la salud en la Comunidad foral
- Francisco Errasti
Quedan lejos los días - aunque no han pasado tantos años- en los que se valoraba muy bien el Sistema Nacional de Salud de nuestro país y, en concreto, el Sistema Navarro de Salud-Osasunbidea formaba parte de un sano orgullo para los navarros. Esto ya no es así y todos añoramos un retorno a los buenos tiempos, aunque tratándose precisamente de la asistencia sanitaria cualquier medida que se quiera adoptar requiere previamente un diagnóstico acertado, porque los males que le aquejan son múltiples y variados y los remedios han de estar en consonancia con su gravedad.
Todo comenzó con la crisis del 2008 que ha sido apuntalada con la más reciente del covid, provocando un vendaval que ha cuestionado los cimientos del propio sistema, siendo como es uno de los pilares más importantes de nuestro Estado de Bienestar.
Existe una clara percepción del deterioro de la sanidad pública que tiene manifestaciones evidentes para cualquiera que se asome para requerir sus servicios.
Durante algunos años de la crisis el gasto sanitario se redujo de manera significativa. Las listas de espera quirúrgicas y para ser citado en consulta con un especialista -cuyos registros comenzaron en el 2003- son crecientes.
Las últimas huelgas de médicos y personal sanitario en distintas comunidades autónomas es un síntoma inequívoco del malestar profesional que ha venido incubándose todos estos años. Es notorio, por ejemplo y por centrarnos solamente en los médicos, el bajo nivel retributivo que tienen y la necesidad de recurrir a las guardias para mejorarlo, mientras su nivel de exigencia y estrés en el trabajo ha aumentado. La precariedad laboral que existe en las instituciones sanitarias -algo que el gobierno fustiga cuando se trata de la empresa privada- es endémica y no favorece la necesaria estabilidad que requiere cualquier profesional y, con más motivo si cabe, para quienes tratan con pacientes.
La obsolescencia de equipos de tecnología médica es una consecuencia de la infrafinanciación del sistema que tiene consecuencias que no pueden ignorarse: se priva a los pacientes de muchas de las ventajas de los nuevos equipos, como la reducción de dosis, seguridad y calidad en el diagnóstico además del ahorro de tiempo puesto que son más rápidos.
Aunque sea menos perceptible por parte de los usuarios del sistema sanitario, la desigual calidad de los servicios es manifiesta sin que exista la transparencia necesaria como un elemento de mejora entre comparaciones de distintos centros.
Hay muchas cosas más que no es posible enumerar en un simple artículo de opinión. Pero, ¿donde está la solución adecuada a la magnitud de este problema?. Se pueden enumerar algunas -porque no existe una sola- que, además, han sido formuladas por detenidos y enjundiosos estudios que se han publicado regularmente (véase por ej. las publicaciones de VP&R ).
La sociedad en la que vivimos no es aquella para la que se aprobó la Ley de Sanidad en 1986 (han pasado cerca de cuarenta y siete años) y las necesidades tampoco lo son: nos encontramos con una sociedad más envejecida y con más enfermedades crónicas, el coste sanitario es mucho mayor por la evolución de las tecnologías y los nuevos tratamientos, la propia demanda social ha cambiado y es más exigente. Todo ello requiere una financiación acorde con la realidad social y la sanidad pública necesita un porcentaje mayor del PIB, aunque no todo se resuelve con dinero.
Desde hace mucho tiempo se ha hablado de distinguir el papel del proveedor de la asistencia sanitaria (no tiene por qué ser público) y la financiación (que sí ha de serlo). Existen suficientes evidencias para afirmar que la eficiencia va ligada al régimen laboral y que el centro tenga personalidad jurídica propia. El sistema “dual” con el que se rigen -la plaza en propiedad y, por tanto funcionarios- y el resto eventual o interino, ha demostrado su ineficacia. Se deben favorecer los centros con la suficiente autonomía y personalidad jurídica con un órgano de gobierno profesional e independiente de las jerarquías políticas. Solo así se puede mejorar la gestión clínica.
La Atención Primaria debe ser el eje de todo el sistema: porque disminuyen las hospitalizaciones innecesarias, favorece la igualdad y tiene menores costes sanitarios, pero, a su vez no puede funcionar como un mundo separado de la Atención Especializada sino que han de colaborar en torno a los procesos asistenciales. El paciente, sobre todo los enfermos crónicos , son el centro de una atención coordinada. Los propios hospitales han de funcionar en torno a los procesos asistenciales con equipos multidisciplinares en lugar de estarlo en base a especialidades. Todo esto requiere un cambio de cultura y de modos de trabajar.
Algo que en nuestro entorno no ha adquirido la importancia que requiere -y tiene mucha- es el papel de las enfermeras que no se les ofrece la posibilidad de asumir tareas para las que están perfectamente capacitadas, pudiendo asumir actividades que actualmente cargan sobre los médicos.
Finalmente está demostrado que las políticas sanitarias públicas de carácter universal y gratuito que combinan la libre elección y la competencia son las más satisfactorias.
En España hay cerca de diez millones de personas atendidas por seguros privados entre los que se incluyen las distintas mutualidades públicas. No es posible ni sensato prescindir de la sanidad privada que puede y debe ser un complemento necesario para todos. Y, con frecuencia, menos costoso.
Francisco Errasti es economista, experto en gestión hospitalaria
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