Mateo Aguirre, misionero: "Para que nosotros vivamos este bienestar, hay otros en la miseria"
Vasco de nacimiento, africano de corazón, este misionero jesuita ha trabajado durante décadas con refugiados y pone rostro a la Campaña de Manos Unidas contra el Hambre, que el domingo celebra su colecta en las parroquias
- Ainhoa Piudo
Nacido en Elvillar (Álava) hace 77 años y criado en Vitoria, Mateo Aguirre García-Esteller ha pasado casi 50 años en África. Formó parte del equipo directivo de Alboan hasta hace un par de años, cuando dio un paso atrás y se retiró a vivir en San Sebastián, “disponible pero en plan más tranquilo”. Se siente “en deuda” con Manos Unidas, entidad “hermana” que financió algunos de los proyectos en los que él estuvo involucrado. “Recuerdo la construcción de un orfanato para niños rescatados de la guerra de Ruanda. Manos Unidas nos dio un paquete muy importante de dinero y construimos una granja de cerdos, una granja de vacas y un gallinero, y cultivamos 6 ó 7 hectáreas de tierra. Lo más importante es que se crearon puestos de trabajo y se le dio autonomía financiera. Hoy todo eso sigue ahí”, explica. Aun así, mira más allá de lo financiero: “Manos Unidas es mucho más que dinero. Lo bonito es la sensibilidad que las anima”.
¿Cuánto tiempo lleva fuera de África?
Fuera, desde 2008. Pero nunca he cortado del todo. Desde 2008 hasta 2020 he estado en el equipo de dirección de Alboan y he viajado por razones de servicio, sobre todo a África, dos veces al año.
¿Se consigue regresar mentalmente de allí después de tantos años?
Allí lo tienes todo, forjé relaciones muy estrechas, de mucha fraternidad. Llega el 3 de mayo, mi cumpleaños, y tengo a gente del Congo que me felicita. En España, parte de mi familia y los compañeros de comunidad, ni se acuerdan (ríe).
Ha estado en dos grandes zonas del continente...
Hasta el año 94, fundamentalmente en el Congo. Con la explosión del drama ruandés me pidieron que me implicase en el Servicio Jesuita para Refugiados (JRS). No tenía ni idea, pero era una prioridad de los Jesuitas, así que allá nos fuimos. Estuve trabajando en la región de los Grandes Lagos: el Congo, Ruanda, Burundi. Después de un tiempo de descanso, me pidieron hacer lo mismo en otra región, en África del Oeste:Liberia, Costa de Marfil, Guinea, Chad. Más tarde me solicitaron colaborar en la formación de voluntarios en la Oficina Internacional de Servicio Jesuita a Refugiados, en Roma.
Ahora hablamos mucho de refugiados porque los vemos aquí, pero refugiados ha habido siempre, muchas veces en países fronterizos al de origen.
Claro. Los de Ruanda, en Congo o Burundi. Los de Liberia, en Guinea. Y luego hay otra realidad, que es la de los desplazados que se quedan en el propio país. En Costa de Marfil, por ejemplo, el país estaba dividido en dos en un momento dado. Una parte, en manos del ejército oficial y la otra, la del norte, en manos rebeldes. Te encontrabas desplazados por unos en un lado y por otros, en el otro. Un sinsentido de humanidad.
¿Se endurece uno con el paso del tiempo ante esas realidades?
Son situaciones que vives con tristeza, pero lo que más impacta es el porqué de todo eso. Triste es lo que está ocurriendo en Turquia y Siria, pero este tipo de realidades a las que me refiero las provoca el hombre. Se sostienen en el tiempo por intereses, muchas veces muy rastreros. Esto es lo que yo llevo dentro como una herida sin cicatrizar, aunque, por otra parte, espero que no cicatrice nunca.
¿No genera mucha impotencia escarbar en esos porqués?
Crea un doble sentimiento. Uno es la impotencia, pero el otro son las ganas de seguir. En Ruanda, por ejemplo, lo que se nos había vendido como una lucha étnica entre hutus y tutsis estaba sirviendo de pantalla para otro tipo de intereses, geopolíticos y de explotación de recursos. Allí veías americanos, kalashnikov, diamantes, coltan, cobalto. Después, cuando marché a la zona oeste, me encontré con lo mismo:los mismos americanos, los mismos kalashnikov, lps mismos diamantes. Te das cuenta de que, al margen de los gobiernos, hay un fantasma sin rostro que es el que está organizando el mundo. Ese es el poder real.
¿Nos acordamos poco de África, de todos esos conflictos enquistados?
Poquísimo, porque no interesa. Lo mismo que me ha extrañado la poca cobertura que se le ha dado al viaje del Papa a África. Tiene un discurso muy crudo, el mismo que tengo yo, de señalar los quiénes y los porqués de las situaciones. Y eso da miedo.
¿Por qué?
Porque estamos todos implicados de alguna manera. Por eso animaría a la gente a tener la valentía de ser conscientes de todo esto, a abrirse a este tipo de realidades y a pasar menos tiempo en tik tok, tok tik y tuk y tuk. Salgamos de nuestra burbuja.
En ese sentido va el lema de la campaña, Frenar la desigualdad está en tus manos. ¿Somos todos responsables?
Claro. No nos damos cuenta, vivimos con nuestros móviles y yendo a Zara a comprar cada semana un trapito. Pero para que nosotros vivamos en ese estado de bienestar, hay otros que están pagando un impuesto muy caro, que viven en la miseria y el sufrimiento. Yo eso lo he visto, por poner solo un ejemplo, en la zona del lago Kivu, en el Congo, un sitio de una belleza difícil de imaginar y con recursos naturales para vivir mil veces mejor que aquí. Pero hay quienes se aprovechan de esos recursos para generar un estado de bienestar lejos de allí, en otros lugares.
A una persona que ha trabajado tantos años con refugiados, ¿le sorprenden las facilidades que se les han dado a los ucranianos? ¿Hay refugiados a una doble velocidad?
Sí, eso está claro. Ya se vio también con el conflicto de los Balcanes.
¿Son nuestros refugiados?
Los ucranianos han sido acogidos en casas, con familias. No hemos montado un campo y lo digo con muchísimo gozo. Ha habido una reacción muy fuerte y muy positiva.
¿Acogeríamos igual a ruandeses o congoleños?
(Se encoge de hombros). Si ya tenemos dificultad para acoger a los inmigrantes... Aunque creo que en esto también se ha ido cambiando mucho.
Ha trabajado también con refugiadas víctimas de violencia sexual.
Es algo muy fuerte. En el este del Congo la violencia sexual contra las mujeres, desde la bebé hasta la de 70 años, es un arma de guerra. No es una cuestión de lujuria, sino de romperlas, de destrozarlas. Y el desgarro no es sólo físico, sino que son mujeres que se quedan excluidas, desahuciadas.
Web: manosunidas.org
Bizum: 33439
La delegación en Navarra: 948210318; pamplona@manosunidas.org
Balance de su labor: Manos Unidas impulsó en 2021 un total de 474 proyectos en 51 países por valor de 33.449.399 euros.
Nacido en Elvillar (Álava) hace 77 años y criado en Vitoria, Mateo Aguirre García-Esteller ha pasado casi 50 años en África. Formó parte del equipo directivo de Alboan hasta hace un par de años, cuando dio un paso atrás y se retiró a vivir en San Seb
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