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Jesús García Rivera, empresario de la construcción

Jesús García Rivera CEDIDA

Cuando el viernes día 3 su ya viuda María José nos comunicó el fallecimiento, lo primero que nos dijimos fue la verdad de la cultura popular: “Como se vive, se muere”. Con ella expresábamos el sentimiento y, a la vez, constatábamos que Jesús lo había hecho con la discreción, mesura y amabilidad que le había caracterizado. Un accidente vascular le llevó en pocos días a la vida eterna en la que creía, con paz y sin dolor aparente. Como sabemos tan poco de la muerte, hemos de pensar que tuvo el dolor de la separación de su esposa, hijos Javier, Marijose y Ana Jesús, yernos y nietos Ander, Mario y Leyre.

Jesús García Rivera había nacido en Alfaro el 23 de diciembre de 1933 en una familia en la que aprendió de sus padres el esfuerzo del trabajo, las dificultades de la vida y el amor y apoyo mutuo para sacar adelante a los siete hijos. Desde su infancia trabajó con su padre y hermanos, y algunos de ellos vinieron a Pamplona a trabajar en la construcción hasta convertirse en una pequeña empresa familiar, que progresó por su buen hacer y profesionalidad.

Su vida fue la del trabajador infatigable, la persona esforzada para superar las dificultades, el afán de superación en todos los órdenes personales y profesionales, serio y amable, responsable y ordenado, noble, generoso y amigo de los innumerables que tuvimos la suerte de conocerle. Su preocupación fue siempre la “obra bien hecha” en la que ponía su conocimiento y amor al oficio. Por su carácter equilibrado y sereno sabía y practicaba el equilibrio, la moderación y la medida: “Es mejor de los buenos / quien sabe que en esta vida / todo es cuestión de medida: / un poco más, algo menos…”.

Aunque hizo su vida en Pamplona, conoció en Alfaro a una chica muy joven y encantadora de Eriete, de la cendea de Cizur, oriunda de Elía, del valle de Egüés y de la Rochapea de Pamplona, que sería su esposa abnegada, amorosa, eficaz colaboradora y madre de sus hijos, María José Larrea Olagüe. Tal para cual, una de esas parejas que, si al principio se parecen, terminan siendo semejantes, formando una gran familia. Hoy reza con el poeta su serena esperanza: “Señor, ya me arrancaste lo que yo más quería. / Oye, otra vez, Dios mío, mi corazón clamar. / Tu voluntad se hizo, Señor, contra la mía”.

Era, además, un buen cantor de jotas y con su amigo el azagrés Félix formaron un dúo notable por sus voces, estilo y afinación. Sin abandonar la música festiva pasaron a la religiosa siendo las voces graves del coro de la parroquia de San Nicolás. Hoy falta Jesús y el compañero se ha quedado como el Valcarce de Machado: “Cantar no puedo; se ha dormido la voz en mi garganta, / y tiene el corazón un salmo quedo. / Ya sólo reza el corazón, no canta”.

Formó parte de las “buenas gentes que viven, / laboran, pasan y sueñan, / y en un día como tantos, / descansan bajo la tierra”. Deja muchas buenas obras, familiares y profesionales, que tendréis siempre presentes, en las que puso todo su empeño y oficio en viviéndolas familiarmente, especialmente en Elía. Él estará con vosotros, porque ahora su fe ya no es un sueño de creyente: “Que era Dios lo que tenía / dentro de mi corazón”. Descanse en paz.

Juan Cruz Alli y Loli Turrillas son amigos del fallecido

Cuando el viernes día 3 su ya viuda María José nos comunicó el fallecimiento, lo primero que nos dijimos fue la verdad de la cultura popular: “Como se vive, se muere”. Con ella expresábamos el sentimiento y, a la vez, constatábamos que Jesús lo había

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