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Nuevo curso escolar

Dos generaciones de profesores ante el inicio de curso: "Aprendemos todos"

La innovación de tecnologías y métodos de educación ha revolucionado el aula, donde la convivencia de docentes de distinta generación es un estímulo recíproco

Sergio Naturana Bolea y Teresa Boleas Osés, del colegio público de Funes  alberto galdona 

Para cuando abrieron sus puertas y regresaron los abrazos en los colegios de Navarra, el centro público Francisco Javier Saénz de Oiza ya había inaugurado el curso. Lo hizo el martes, con el ajuste de la agenda a una sola hora de clase. El anuncio de las fiestas ese mismo día en Cáseda acotó la dinámica a un protocolo de presentación hasta la vuelta definitiva de mañana. Adolfo Otano Martínez, que adivina a sus 63 años de edad el horizonte de la jubilación al final del nuevo ciclo académico, sintió rejuvenecerse. “Llegar al patio y recibir un abrazo de los alumnos fue -dice- lo mejor”. Fue una acogida afectuosa, brindada con la espontaneidad de la inocencia a alguien que fue reconocido en su regreso a Cáseda por la huella dejada en una etapa anterior. Adolfo “era y es de tiza”, aunque, claro está, en el desempeño de su especialidad de profesor de euskera en un centro del Modelo A se apoya en las posibilidades de las nuevas tecnologías. “En la escuela de mi pueblo, en Ardanaz de Izagaondoa, escribíamos a tiza en una pizarra pequeña, en el pizarrín”, rememora. Empuñó el primer bolígrafo cuando dio el salto al instituto.

Medio siglo después, su alumnado es hábil en el manejo de dispositivos avanzados. “Siempre hay que aprender de ellos”, apunta Cristina Amor Manjón, cuarto curso en la docencia y novel en el plantel de profesorado de Cáseda. Tutora de quinto y sexto curso, es la encargada de nuevas tecnologías. “Afortunadamente tenemos gente joven que nos ayuda”, aprecia el veterano maestro. De los educados en la experiencia de la vida y el aula, su compañera, de 26 años de edad, ha aprendido a separar la vida personal de los entresijos de la escuela, con el runrún que sigue golpeando las conciencias de los docentes cuando suena el timbre del final de la jornada. “Igual soy demasiado joven y no sé diferenciar”, admite. La evolución en la educación, como la distancia de generaciones de quienes la ejercitan, no merma el interés común de poner en el centro al alumno y a sus familias. “Lo peor que he podido sentir es la frustración de no haber podido llegar a algunos alumnos”, dice él. “Hay veces con tantos frentes abiertos que no se sabe si se puede llegar a todo”, se lamenta ella.

Adolfo quiso estudiar Filosofía pero los avatares propios de la época, con límites económicos para acceder a una carrera de cinco años, le empujó a dirigir sus pies a la Escuela de Magisterio, junto a la Catedral de Pamplona. “Desde pequeña” en Sangüesa, en un aula imaginario “entre muñecas, puzzles y una pizarra”, fue avivando la vocación en Cristina. “Poco a poco me di cuenta que me gustaba enseñar”.

También a Ainhoa Basurto Berrueta, tudelana de 28 años de edad, le gustó el oficio -como dice- desde temprana edad. Se inclinó por la especialidad de Pedagogía Terapéutica y Audición y Lenguaje por ser sensible a una necesidad observada en su hogar: “Mi padre es tartamudo. Siempre ha tenido dificultades a la hora de expresarse. Siempre me ha gustado escucharle y ayudarle”. De la mano de su padre, Alex Basurto, aprendió una primera lección para la vida.

Cristina Amor Manjón, de 26 años de edad, y Adolfo Otano Martínez, de 63, en el colegio de Cáseda Irati Aizpurua

"MUCHO POR APRENDER"

El miércoles fue su primer día de clase en el colegio público Griseras, de Tudela. “Creo que voy a aprender mucho este año. Se ha creado una Unidad de Transición”. La máxima de Quien se atreve a enseñar nunca debe dejar de aprender, acuñada por John Cotton Dana, rige su conciencia y voluntad. “Tengo mucho que aprender, por ejemplo, cómo llevar un aula. Los profesores más mayores tienen mucho recorrido y a mí me queda mucho”.

Sus palabras animan a Pedro Pablo Garijo Cruz, con 25 de sus 55 años de edad adscrito al plantel de profesorado de Griseras, a advertir que la tarea del aprendizaje es recíproca. “Aquí aprendemos todos. Personalmente estoy ansioso por ver nuevas cosas que van saliendo. Tengo una sobrina que es profesora de música, como yo. De ella cojo muchas cosas nuevas”.

De su implicación y empeño personal por contagiar a su alumnado el gusto por la música fue la creación del coro de Griseras, al que el período irregular de la pandemia acabó por cortar su admirada trayectoria. “Llegamos a tener más de 100 chavales. Los había incluso que abandonaban el colegio para pasar a Secundaria y venían a cantar. Vamos retomando el proyecto con aspiraciones sencillas. Empezaremos con nuevos”.

Su propuesta irá dirigida a algunos de los 440 alumnos del colegio que son aleccionados en el intelecto y en los valores humanos por 40 docentes. El consejo del profesor de música para quienes siguen sus pasos en la enseñanza es que se ejerciten “con mucha ilusión”. La experiencia es siempre un grado y más en una profesión de implicación humana. “Para mí una satisfacción personal, y así se lo transmito a principio de curso a las familias, es que los alumnos acaben amando la música. Cuando me para algún exalumno en la calle y me dice que está estudiando en el conservatorio gracias a lo que aprendió en la escuela, siento una gran alegría. No aspiro a tanto, con tal de que cualquier persona pueda disfrutar de la música, aunque sea como asistente a un concierto, me conformo”.

Hace 28 años, cuando Mamen Marzo Encina asumió por primera vez el rol de educadora se encontró con una clase poblada de estudiantes. Era otra época. “Las clases eran magistrales. No había las metodologías activas de ahora, ni se trabajaba por proyectos centralizados en los alumnos. Era todo más pizarra”. La cantinela de la letra con la sangre entra se entonaba con frecuencia y poca alegría de sus oyentes.

A sus 55 años de edad, esta profesora de inglés, que es tutora de segundo de Bachillerato en el colegio FEC Vedruna, de Pamplona, acata con gusto y convicción el desafío de ponerse al día con las novedades pedagógicas que surgen. “En nuestra profesión debemos formarnos constantemente. No te puedes quedar con lo que aprende en la carrera. El que no quiera aprender va mal”, subraya.

Hay mucho de dedicación, con el correspondiente esfuerzo fuera del horario académico, en una labor “de mucha vocación”. Al año de iniciar la suya, nació María Lizarraga San Emeterio, hoy tutora de sexto curso de Primaria y docente también en quinto en un centro de 813 alumnos y 62 profesionales. “La mía -recuerda- fue una vocación tardía. Dos semanas antes de elegir la carrera me decidí a hacerla. Siempre he estado rodeada de niños”. Tras vacilar en segundo curso de Magisterio, la confirmación de su elección postrera llegó al pisar el primer aula. De aquello hace ocho años. Hoy asegura sentirse segura y conforme.

En un diálogo improvisado en un aula de Infantil, recibe de su acompañante el halago de servir de espejo en el que mirarse en su fase de adaptación a los nuevos tiempos. “Los jóvenes, como María, te hacen ver que los alumnos son de otra manera a lo que les percibía antes”. En ese cambio de perspectiva, Mamen Marzo agradece también su condición de madre. “Es posible -razona- que los alumnos de antes eran hijos de unos padres que se habían esforzado mucho para que estudiasen. Los de ahora nacen con muchas cosas”. El colegio no hace la función central de una época anterior ante una realidad de ofertas diversa y plural. La más joven en edad de las dos profesoras admira “la capacidad plástica” de las mayores “para adaptarse al gran cambio” obrado en la enseñanza. “En una sociedad tan cambiante -dice- los alumnos llegan a nuestros maestros” en el manejo de las últimas tecnologías. El cumplido de la adaptación encuentra eco en un consejo nacido de la experiencia. “A María no le tengo quedar muchos. Lo único que sea generosa con su tiempo. Somos y sentimos el carisma Vedruna”, del que se desprende la consigna de “no dejar nunca a un niño que se vaya triste a casa”.

Delante del colegio público Griseras, de Tudela, Pedro Pablo Garijo Cruz sostiene un cuaderno de pentagrama de papel ante Ainhoa Basurto Berrueta, con un ordenador Blanca Aldanondo

“LOS ALUMNOS SON DIAMANTES”

En diferente nivel, las dos tienen el privilegio de acompañar a sus alumnos en un cambio de etapa vital. María Lizarraga lo hace en el salto de Primaria a Secundaria, cuando se obra el milagro del paso “de niño a una primera fase de adultez”. Mamen Marzo “despide en segundo de Bachillerato a quienes han estado aprendiendo durante quince años en el colegio”. “Siempre pienso que los alumnos son como diamantes, a los que hay moldear, incluso lo más brutos”. El recuerdo de los encuentros en la calle con adultos que pasaron por su aula le emociona. “El cariño con el que me recuerdan...”. Su voz se apaga un instante.

Sergio Naturana Bolea, de 28 años de edad, es funcionario en prácticas en el CPEIP Elías Terés, de Funes. Como le sucede a Cristina Amor en Sangüesa, su familia de Marcilla descubrió en él maneras precoces de enseñanza. “Mis padres siempre me han dicho que ponía peluches y les pedía la lección”. Lo que la imaginación infantil pudo hacer acabó por convertirse en respuestas escuchadas en destinatarios de carne y hueso. Como especialista de Pedagogía Terapéutica participa “de la apuesta del colegio por la inclusión”. La “diversidad de capacidad, socio-cultural y económica” se convierte, con su implicación y la de sus 27 compañeros, en valor.

Aprecia “la experiencia” de los que van por delante: “Llevan tantos años que saben cómo manejar a los alumnos. Igual son tradicionales a la hora de dar clases pero están abiertos a aprender y eso es muy bueno”.

Desde su aporte especializado coincide con Teresa Boleas Osés, que encara el último curso con 35 años de servicio, de ellos 18 en Funes, donde reside. Es -se presenta- “tutora de Lengua castellana, Matemáticas y Conocimiento del Medio”. Ahora está en Segundo de Primaria, “encantada” por tener la oportunidad de enseñar a “leer y a escribir”.

Los cambios observados en su dilatada trayectoria profesional “han sido a mejor y no tan a mejor”. La dicotomía de la sentencia tiene su explicación. “Vamos descubriendo métodos y recursos nuevos pero no hay que destacar los antiguos. En clase tenemos pizarra digital pero también una pizarra verde con tiza. Y yo la utilizo. Me gusto mucho que los críos escriban con tiza. Ahora no saben casi escribir en papel. Escriben todo con teclas. La esencia de la enseñanza es el lápiz y el papel. Los niños han de familiarizarse con las letras, con los giros de cada una de ellas. Las letras son dibujos y han de asociar cada una de ellas a un fonema”.

Resuelto el principio básico sobre el que se asienta la apertura de mentes, Teresa Boleas concede valor a las novedades de la tecnología. Las tablets, por ejemplo, “facilitan mucho el trabajo, ya sea con vídeos o con actividades interactivas”. Pero no todo son ventajas, a su parecer. “Hay textos en los móviles que aparecen con faltas de ortografías. Así perdemos la esencia”, señala con juicio crítico.

En un colegio de 260 alumnos, “más de la mitad del profesorado es nuevo. Cuesta conocerse y ponerse al día del funcionamiento y del conocimiento del alumnado”. Ahí, la sabiduría de la experiencia suaviza el impacto de lo desconocido para quienes se incorporan por primera vez. “Los que llevamos años, los definitivos, estamos también para ayudar. Lo que interesa es que tanto el centro como el alumnado caminen hacia adelante”.

En cuestión de recomendaciones para las nuevas generaciones, la principal es “derrochar mucho cariño y amor a los niños. No sabemos cómo viven. No sabemos los entresijos de cada familia. Cuando llegan a clase no sabemos las emociones que viven. Si les abrimos el corazón, con todo el cariño del mundo, hay un camino hecho para que puedan aprender. Lo interesante es que encuentren en la escuela un espacio en el que se sientan queridos”.

“Todo lo demás, incluidos los nuevos recursos, es algo importante”, añade. Pero lo más valioso es, en su opinión, “preparar el corazón de los alumnos para que aprendan”. Toda una lección.   

Mamen Marzo Encina es profesora de inglés en la ESO y Bachillerato y María Lizarraga San Emeterio, tutora de sexto de Primaria en el colegio FEC Vedruna, de Pamplona Jesús Caso

Para cuando abrieron sus puertas y regresaron los abrazos en los colegios de Navarra, el centro público Francisco Javier Saénz de Oiza ya había inaugurado el curso. Lo hizo el martes, con el ajuste de la agenda a una sola hora de clase. El anuncio de

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