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Tiempo de vendimia

Racimo en mano: la vendimia en Navarra, a 30 grados de temperatura

Con el calor, la vendimia viene adelantada y el sudor abunda en quienes doblan el espinazo a 30 grados de temperatura en la recogida tradicional. Este domingo es la fiesta en Olite

Timofte Gheorghe carga con una barquilla de uvas en la Finca de la Cantera, de Murchant Blanca Aldanondo

Tomás no firma etiquetas de botella, pero, dice, tiene callo. Es su manera de dejar impreso su sello de autor en la elaboración de vinos. Cuando calienta la tierra, como ahora, se agacha para recoger el fruto de un año de maduración y espera. Si el Moncayo sopla viento gélido, en inviernos de niebla espesa y temperatura tiritante, se afana en la poda. Tomás Santos Irujo, nacido hace 43 años en Pamplona, y su mujer, Silvia Peña Hernández, barcelonesa de 46, comparten tres hijos y una tierra, a la que cuidan con mimo, haga sol o cunda el frío. “Algún día de invierno, hemos estado bajo cero”, confiesa ella. El contraste es evidente en época de vendimia, no sólo por el cambio de decorado que, a la luz de primeras horas de la tarde, cubre El monte de las viñas, también llamado La cantera de Santa Ana, de un tapiz verde intenso.

La Finca de la Cantera se extiende sobre 14 hectáreas, a dos kilómetros aproximadamente del centro urbano de Murchante. “El cierzo del Moncayo”, cuya silueta al fondo remarca una estampa de postal, y “el suelo de Murchante” abonan la viña. En ella, una cuadrilla de nueve braceros, de origen rumano, corta con tijeras los racimos y acarrea barquillas en una práctica artesanal, que es menor en número frente a modalidades introducidas en el campo con maquinaria. “Vendimiar es cansado. Bueno, el campo es cansado, pero también bonito y necesario”, observa el viticultor pamplonés, queriendo hacer ver la conveniencia de cuidar el medio rural para el bien común del presente y, sobre todo, del futuro.

“Aguantar todo el día” tiene altas dosis de exigencia, tercia su mujer. Y más estos días, tras un verano no especialmente halagüeño en términos meteorológicos, que aconseja evitar esfuerzos añadidos bajo riesgo de sudar sin descanso. Al menos en Murchante, el cierzo extiende una cortina de aire fresco, que es agradecida.

Timofte Gheorghe, de 27 años, está al frente de una partida de nueve personas, originarias, como él, de Rumanía. “¿Es fácil o duro el trabajo?”, atiende por interrogante. “Depende de la persona”, responde sin despejar la incógnita. “Hay algunos que están más acostumbrados” a una técnica de dos movimientos sincronizados: de pie y encorvado. “No nos matamos”, asegura. “Cuando acabamos, tenemos tiempo para salir a tomar una copa”. “Y, ¿el calor?”, insiste su interlocutor. “Estamos acostumbrados. En Rumanía es más duro. Aquí la vida es mejor, el trabajo es mejor. Venimos a trabajar con alegría”. Todo es relativo, según el punto de vista de la realidad. Cuando la necesidad aprieta, como ocurrió con generaciones de españoles que encontraron en la emigración un modo en el que asegurarse su porvenir, todo se torna oportuno. La queja enmudece. “Aquí nos tratan bien. La tierra, la vida, la gente...”. Timofte Gheorghe, quien responde al nombre de Jorge en una adaptación a su tierra de acogida, se mantiene activo todo el año con tareas del campo de distinto signo y exigencia. Talpalaru Vasile, de 23 años, responde, al contrario, al perfil de temporero. Acudió, junto a otros compatriotas, atraídos por la ocasión de asegurarse un sustento en la vendimia. A su conclusión, no hay unanimidad en la decisión de regresar a Rumanía. A la mínima nueva oportunidad de trabajo, el retorno puede alargarse.

Abunda, por lo general, la mano de obra extranjera, de personas de origen rumano o magrebí, en las tareas pesadas del campo. Pero, como en toda regla, siempre hay excepciones.

A 90 kilómetros de distancia aproximadamente, en Dicastillo, la bodega Emilio Valerio recurre a un plantel de braceros autóctono. Es una opción dentro de una filosofía que se extiende al modelo de elaboración de vino, ecológico, y a la conservación del terreno. Un ejemplo: “tenemos apalabrado con un pastor que, antes de que eche brote la vid, lleve a pastar a sus ovejas”. Al paso del rebaño, “la hierba queda como un campo de fútbol”. El detalle es desvelado por el encargado de la bodega, el pamplonés de 37 años de edad Carlos Arrondo Villar, sobre una alfombra de vides de garnacha blanca que desemboca a los pies de la Cervecería La Vasconia. El cuidado del campo con técnicas artesanales se aprecia en un segundo aspecto. “Este año no se puede hacer, pero queremos recuperar la labranza con caballos en un viña que está en pendiente, donde es imposible meter un tractor”.

Tiempo habrá de preparar la tierra, que estos días da su fruto. “Por la tarde pega el sol, pero si hay una buena cuadrilla, esto no cuesta tanto. Es agradecido”. Aimar Barbarin Osés, vecino de Ázqueta de 39 años, concede un valor supremo a la amistad que se anuda entre compañeros de trabajo como la espiral que forma la planta abrazada a la parra. “El martes sí que hizo calor”, aprecia, a su vez, Artzai Oteiza Osés, coordinador del grupo a sus 36 años de edad y residente en Dicastillo. Tiene, entre otras encomiendas del año, reunir a los vendimiadores entre conocidos de su propio pueblo y del entorno. En una licencia de humor se permite hacer un juego de palabras con su propio nombre. “Hago de pastor (artzai en euskera) con el rebaño”, se ríe.

1.000 euros al mes

“Acabamos cansados, pero al día siguiente estamos perfectos. Al final te haces a todo. El primer día, duele, pero acabas haciendo callo”, señala. Con jornadas de ocho horas, la compensación económica puede rondar los 1.000 euros al mes, según la bodega, se escucha en un receso de la actividad. Lo que sí valora el conjunto son las condiciones de trabajo, acordadas en un contrato. Eso y el clima de camaradería, que hace que, por ejemplo, Aimar Barbarin quiera repetir. “Vine una vez y quiero venir todos los años, porque se está a gusto. En la fábrica es peor”. La afinidad se expresa en un compromiso de amistad a ciegas que profesa a Carmelo Heredia Fernández, de Granada. “Es un amigo de corazón”, subraya con una expresión repetida.

Sobre el verano caluroso y el adelanto de la vendimia, Tomás Santos habla en Murchante “de un año temprano”. La variedad del tempranillo hizo honor a su nombre con mayor antelación a la prevista. “El 22 de agosto comenzamos con el tempranillo”, algo que no había sucedido desde hace dos décadas. Con el olfato aleccionado y la vista educada en la viña, este biólogo y enólogo, heredero de una cultura familiar como hijo y nieto de comerciales del sector vitivinícola, cuida y marca los tiempos de cada variedad. El miércoles por la tarde la recolección se centró en la garnacha tinta. “En los próximos días será Merlot, Syrah y un Chardonnay que estamos dejando sobremadurar. Otros años solíamos cogerlo el primero. Este año, como tiene poca uva, se destinará a vino dulce, que se vende con la marca Yaya”. El sello es uno de los diez que sale de su bodega, a razón de 35.000 botellas con los 50.000 kilos de uva que, por término medio, da la tierra.

A primera vista, coincidiendo con el resto de expertos, su opinión es que la vendimia “es temprana, con variedades sin mucha uva”. Eso sí, “la uva está muy sana. Aquí en la finca suele tener mucha graduación y este año, la graduación será más común”. El descenso en la comprobación del grado de acidez provocó precisamente el adelanto de la vendimia de la garnacha tinta a esta semana. Y eso, que el lunes por la tarde, hubo un momento de vacilación, cuando el cielo descargó en la zona entre 12 y 14 litros de lluvia. Una bendición para la sequía.

Con la mirada dividida entre el cielo y la tierra, Tomás y su mujer, Silvia, realizaron una analítica del grado de acidez de la uva para concluir que era el momento. “Cuando trabajo las uvas estoy pensando en la botella. No pienso como agricultor, que lo soy también. Soy viticultor”, se define él. Como ocurre con la prevención de incendios, que, según la sabiduría del campo, ha de efectuarse en invierno, sus sentidos se agudizan en la estación del frío con el objetivo puesto en el vino que madura en su mente. En el “proyecto personal” o más bien matrimonial, que es la Finca de la Cantera, converge el germen del afecto entre marido y mujer cultivado desde que ambos estudiaron Enología en la Universidad Roviri i Virgili, de Tarragona. La viña es prolongación de su vida compartida.

“Defender el terruño”

Tienen en común su bodega con la de Emilio Valerio, en Dicastillo, su adscripción a la Denominación de Origen Navarra y la realización de la vendimia a mano. Asegura Carlos Arrondo que este año hay más bondades que perjuicios. Por de pronto, la aceleración del ciclo de la uva, hay traído una cosa buena: “No hay hongos”. La bodega Emilio Valerio se asegura del orden de 50.000 botellas con 80.000 kilos de uva de sus 29 hectáreas de viñedo. “Creo -afirma su encargado- que este año va a ser muy bueno. En cantidad, un año medio bueno. La uva está más concentrada, sin tanta agua. Seguramente tendrá bastante azúcar, y con ello alcohol. Tendrá bastante concentración de todo, también de aromas. Será un vino menos diluido. Igual menos suave”.

Ingeniero agrónomo de formación, con un máster de enología, Arrondo habla de la diferencia en el comportamiento de los viñedos según su orientación y altitud. Los que rodean a la bodega varían entre los situados a 200 metros y los que se extienden a 700. Utiliza el término francés terroir para referirse al terruño como elemento diferenciador. “Para defender el terruño y un vino singular, no tiene mucho sentido la manipulación” en la bodega de la materia prima, extraída en sus inmediaciones. “Aquí no utilizamos levadura. Está en la propia uva”, aclara. La propia tierra aporta soluciones.También para combatir plagas. “Con preparados a base de plantas”, se logran alternativas a los insecticidas. Todo por lograr un producto que anima el cuerpo y alegra el espíritu. Hoy será una bendición en la fiesta de la vendimia de Olite. Para celebrarla, como tantas otras programadas en torno al vino, hay hombres y mujeres que derrochan sudor. Y más en una época castigada por sucesivas olas de calor, que ha afectado al campo y a quienes velan por su cuidado. A pesar de la dureza, que los vendimiadores relativizan cuando acaban por hacer callo, cunde la camaradería en el tajo. “La gente está a gusto”. Lo dice la cuadrilla de Dicastillo, bien avenida. Yeso también cuenta.

Tomás no firma etiquetas de botella, pero, dice, tiene callo. Es su manera de dejar impreso su sello de autor en la elaboración de vinos. Cuando calienta la tierra, como ahora, se agacha para recoger el fruto de un año de maduración y espera. Si el M

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