Miguel Ángel Ramírez Maldonado, anfitrión en caparroso
- Eduardo Ruiz de Erenchun
Volviendo en un tren de Madrid escribo estas tristes líneas. En especial por no poder asistir al funeral de Miguel Ángel, un gran hombre y querido como pocos, al menos por nosotros y en Caparroso.
Conocí a Miguel Ángel a mediados de los años ochenta, por mi amistad con su sobrino Antonio. En Caparroso City -ciudad sin ley- como la llamábamos aquella panda de “cabrones “(palabras de Carlos Pagola, inolvidable profesor de Literatura en nuestro colegio Larraona), que por aquel entonces descubríamos el placer de las fiestas de Caparroso en plena ebullición de nuestras jóvenes hormonas. Miguel Ángel, soltero y sin hijos, nos acogió a aquella cuadrilla de adolescentes descerebrados como un padre. Y con él disfrutamos, bajo la batuta de un hombre casta, pero (a veces) responsable, de los mejores años de nuestra corta vida juvenil. Con sus hermanos Jesús y Antonio, nos introdujo en la trastienda de las fiestas de Caparroso, hasta el punto de llegar a convertirse en nuestro pueblo del alma. A los aperitivos en el Brasil le sucedían inolvidables costilladas, con campeonato de mus incluido, en el que Josetxo jamás tuvo rival, que solo era interrumpido por uno de los numerosos e interminables encierros eje de las fiestas, que algún disgustó costó en vísperas de su boda a alguno. Miguel Ángel disfrutaba como un chiquillo viéndonos almorzar con resaca, dando de comer a los perros, llevándonos de paseo en la C15 y, sobre todo, citando a las reses -vacas bravas o novillos, igual daba- que se acercaban al portal al que todos al unísono tratábamos de acudir en busca de refugio, con su férrea y divertida oposición.
Fueron muchas horas, muchos días, muchos años. Inolvidables. Y sin pretender enseñarnos nos enseñó muchas cosas. Muchas más de las que probablemente puedan conocer quienes se mueven hoy al compás de la dictadura del móvil, con toda la información que ofrecen. Media hora con Miguel Ángel, con una San Miguel en la mano, valía -con todos sus silencios- mucho más que cualquier conferencia que hoy se pueda escuchar. Apasionado de la naturaleza y de la caza, nos enseñó -sin llegar a pegarnos un tiro, gracias a Dios- algunas de las artes de la caza y del respeto a la naturaleza. Miguel Ángel es uno de los miembros de una familia -Ramírez Maldonado (¡y Gortari!)- a quien quiero agradecer todo lo grande que ha sido en nuestras cortas pero intensas y fructíferas vidas. Descansa en paz.
Eduardo Ruiz de Erenchun Arteche es abogado y profesor de Derecho Penal en la Universidad de Navarra.
Volviendo en un tren de Madrid escribo estas tristes líneas. En especial por no poder asistir al funeral de Miguel Ángel, un gran hombre y querido como pocos, al menos por nosotros y en Caparroso.
Diario de Navarra
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