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Historias familiares 

Siempre en danza

Los 'Ballets de Montecarlo', una de las compañías de danza más prestigiosas de Europa, representaron en Baluarte la semana pasada una versión joven de la tragedia 'Romeo y Julieta' de Shakespeare, con música del ruso Prokofiev y una impactante escenografía del francés Ernest Pignon. Belleza con mayúsculas y en estado puro que me hizo disfrutar durante más de dos horas. En la imagen, dos grupos de bailarines que dan vida a los Montesco y los Capuleto, las familias enfrentadas de los amantes, 'vuelan' por el escenario ZALDÚA

VAYA por delante que soy una persona sociable. Que me encanta conocer gente nueva, conversar, interesarme por sus vidas y, si se tercia, reírme a carcajadas. Ahora bien, como decía mi abuela, siempre parafraseando al sabio refranero popular: “Lo poco agrada pero lo mucho enfada”. Pues eso. Que ya no puedo más de 'saraos' y vida social (casi toda relacionada con mis hijos) en este fin de curso 'off line', en el que hemos recuperado el 'corre corre' de antes de la pandemia. Unas prisas que nos envuelven siempre en diciembre y en junio porque parece que el mundo se acaba. ¡Que no aprendemos! A ver, que todo es muy divertido, interesante y nos lo pasamos muy bien. Meriendas con un equipo, comidas con el otro, cumpleaños a 'tutiplén' (a Dios Gracias los festejos de las Primeras Comuniones ya van terminando), cenas, excursiones, preparar comida para un encuentro de familias, conciertos, obras de teatro en inglés, llevar un certificado para un campamento, firmar la autorización para un examen... ¡Basta! En mi calendario de la cocina (y eso que tiene unos cuadrados bastante grandes) no hay espacio para más eventos. Ah, ya. ¿Que no vaya a todo? ¿Que se apañen solos? Sí, claro. Es muy fácil decirlo. Sobre todo, cuanto has sentado precedente con unos hijos y no puedes, de repente, hacer lo contrario con los otros solo porque ya estás cansada de “parquear” y quieres tirarte en el sofá. Me pregunto y lanzo estas interrogaciones, quizá retóricas, al aire: ¿Nos estamos pasando? ¿Educamos a unos hijos 'blanditos' que no soportan la frustración? ¿Es justo y necesario, como rezan las oraciones, acompañarles y aplaudirles en casi todos los asuntos de su vida? Ahí lo dejo.

Ya he contado alguna vez que mi madre (no digo padres en plural, porque hace más de treinta años, estos asuntos de los hijos eran negocio casi exclusivo de las mujeres) apenas conocía a las madres de mis amigas. Bueno, sí que sabía cómo se llamaban y si algún día se encontraban por la calle se saludaban amablemente y, claro, hablaban de nosotras. Pero nunca, repito, nunca, fue a tomar con ellas ningún café, ni cenaron juntas ni mucho menos se hacían confidencias (como nosotras ahora) sobre los problemas con sus hijos o sus parejas. Nadie nos ha obligado a hacerlo peros nos dejamos llevar, y muy gustosamente además, como los caballitos de un tiovivo. Y no es raro, sino lo habitual, alternar con los padres de los amigos de nuestros hijos en todos estos 'saraos' colegiales. Yo, desde luego, agradezco las grandes amistades que he hecho en el colegio y que tanto me han ayudado a compartir la crianza y los bocadillos de chorizo en los cumpleaños infantiles (que si no, hubieran sido mucho más aburridos y pesados). 

Aclarado este punto, insisto en que, quizá, no deberíamos estar siempre en danza , de la 'Ceca a la Meca', preocupados por si se nos ha olvidado hacer 'bizum' a esa madre que siempre se ofrece a comprar los regalos de los cumpleaños comunitarios o a ese padre que recoge el dinero para los entrenadores voluntarios de nuestros hijos y que, después de aguantarlos todo el año, merecen, claro que sí, un detalle. Como mi oficio (y vocación) consiste en convertir la vida en palabras, trato de poner algunas en este 'maremagnum' de actividad. Y recuerdo las de un maestro al que acabo de leer y que es un virtuoso describiendo la filosofía de la vida cotidiana. El escritor Luis Landero en su última novela, 'Una historia ridícula', otra joya del autor extremeño, elogia el ritmo lento, tan de moda en la vida moderna pero tan poco practicado: “Tenemos que entrenarnos la lentitud. Nuestro pensamiento no tiene el ritmo de las máquinas”. Pues eso. Quizá tengamos que tomar algún analgésico para el alma y, como también subraya Landero, “utilizar el sedante de la costumbre frente a los sobresaltos de la vida”. Busquemos el punto medio del equilibrio. Y sigo citando a grandes sabios. Como el filósofo, pedagogo y gran maestro Gregorio Luri. En la conversación que mantuvimos el otro día para mi entrevista, él me iba devolviendo algunas preguntas, como en un partido de tenis. Y ante mi inquisición sobre si era necesario alabar a los hijos pero no tanto me respondió: “¿Conoces la fábula de Schopenhauer de los puercoespines? Hay que encontrar el punto exacto para darse calor sin hacerse daño con las púas” Así que con esa enseñanza me quedo. Para no estar siempre en danza sin saber cuál es el siguiente paso de baile, el próximo movimiento.  

¿Es justo y necesario, como rezan las oraciones, acompañar y aplaudir a nuestros hijos en todos los asuntos de su vida?

VAYA por delante que soy una persona sociable. Que me encanta conocer gente nueva, conversar, interesarme por sus vidas y, si se tercia, reírme a carcajadas. Ahora bien, como decía mi abuela, siempre parafraseando al sabio refranero popular: “Lo poco

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