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Historias encadenadas

Las pelotas no vienen de China, sino de la Txantrea

Juan Sanz aprendió a hacer pelotas con 12 años, interno en un colegio de Amorebieta. No se le olvidó aquella manera de armar a mano una herramienta que da para tantas horas de juego. Mantiene el oficio y las ganas de enseñarlo a quien quiera saber.

Juan Sanz, en el txoko de su casa donde hace pelotas a mano. anne arguiñáriz

El padre de Juan no le quería hortelano y pensó que los frailes le procurarían un camino más allá del campo. Con 12 años fue interno a los Carmelitas Descalzos de Amorebieta, cuando las carreteras eran caminos para viajar despacio y en los trenes daba tiempo de soñar. “Salíamos de Pamplona a las tres de la tarde y llegábamos a las diez de la noche”, explica risueño Juan Sanz Pereira. En aquel colegio empezó a jugar a pelota, “casi más que a estudiar”. Y aprendió a hacer las pelotas con las mismas dos manos que se le abrían del frío en los inviernos. En ello continúa, con 78 años y con ganas de enseñar el oficio a quien tenga interés en aprenderlo y conservarlo. Porque estas pelotas no las hacen en China. “De momento no, bueno, que sepamos. En el colegio nos poníamos pañuelos en las manos para cubrirnos las heridas y poder seguir jugando. Pero luego había que echarlos a lavar y un fraile nos preguntó qué sucedía. Le contamos, era un hombre majo el padre Eliseo, de Azkoitia creo, y comenzó a traerme pieles y bolas de las de futbolín, y me enseñó a hacer pelotas más blandas, para no dañarnos. También me llevaba ropa vieja, prendas de vestir en retales y con ellos las hacía de trapo”, recuerda. Con 15 años regresó con la familia, que en 1965 se asentó en Pamplona desde Sangüesa. Desde que se casó en 1966, vive en la Txantrea. Inició su vida laboral en Astibia Irure y ha dedicado 42 años a la automoción. “Estuve tiempo sin hacer pelotas, seguí jugando en frontones pequeños o bajeras, lo demás siempre me ha venido grande”. Estaba acostumbrado a otras medidas, cuando en el recreo jugaban “hasta 50 al punto en un frontón”.

Con el retiro laboral recuperó el cestillo y la herramienta, pequeña y precisa. Y las manos. “Había un encuentro de artesanos el 1 de mayo en el barrio y me propusieron ir”, cuenta que a aquel día siguieron muchas ferias en tantos pueblos, “al principio con una mesa de camping, luego ya con otra más grande y unas cestitas de castaño para los distintos tamaños, empezando por la de los alevines, de unos 45 gramos de peso”. Juan Sanz enumera las diferentes modalidades, todas con su propia pelota, una sinfonía de tamaños, pesos... y sonidos. “Ay el sonido, es un secreto que no he logrado alcanzar aún, desconozco la receta para esa sonoridad tan peculiar con el bote de la pelota a mano en el frontón”, cómo le gustaría a Juan rozar esa perfección.

Le bastan dedos de las manos para contar los artesanos de la pelota. Como de otros tantos oficios en desuso. “Cereros, herreros... de todo. Con 8 años ayudaba al carrero y me daba un durico, hasta que vinieron las ruedas de goma y se acabó aquello”, apostilla en su casa de la Txantrea, un tercer piso donde tiene un txoko para las pelotas y la pintura, la otra afición en que invierte horas desde que se retiró de Volkswagen en 2002. Sus cuadros muestran paisajes y paisanajes de la tierra. Compró hace poco su primer cuaderno de dibujo con papel grueso, “370 gramos”. Deslizar en él el pincel debe ser para un artista como relamer el primer helado del verano. Le gustaría pintar La playa de la Rochapea de Basiano: “Lo intentaré, otra cosa es que salga”. La vista desde su ventana enmarca la ciudad, con la silueta elevada de las torres de la catedral y de San Cernin.

El padre de Juan no le quería hortelano y pensó que los frailes le procurarían un camino más allá del campo. Con 12 años fue interno a los Carmelitas Descalzos de Amorebieta, cuando las carreteras eran caminos para viajar despacio y en los trenes dab

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