Gabarderal de flores y memoria
Este concejo de Sangüesa, 130 habitantes en 72 chimeneas, fue gestado por el Instituto Nacional de Colonización, en 1960. Varias de las primeras familias ofrecen testimonio de la historia de un lugar al que ellas han dado raíces
- Pilar Fernández Larrea
Podría ser primavera siempre en un pueblo que toma su nombre de una rosa silvestre. La gabardera salpica de colores apacibles el campo donde se levantó este lugar de colonos, en 1960. “Siempre ilusión y esfuerzo”, dice un monolito de piedra en la plaza , una alfombra verde como a estrenar; sobre él, columpios que azuzan los recuerdos más adormecidos. Enfrente vive Blasa Hermoso de Mendoza, 92 años, melena cana y vestida de domingo un sábado. Acaba de salir de misa. Es la decana en Gabarderal, de las primeras en llegar al pueblo, desde su Armañanzas natal, con su marido, Antonino Gar y cuatro hijos. “Dos más nacieron aquí, todos chicos”, describe aquellos años sin luz ni agua corriente, en una estepa incierta para familias que dejaron su tierra con el propósito de labrar otra. El Instituto Nacional de Colonización, para el aprovechamiento agrícola del regadío del Canal de las Bardenas, les proporcionaba once hectáreas de tierra, una casa, un caballo o yegua, una vaca y debían devolver 400.000 pesetas en 40 años. “Aquello era mucho”, apunta Ángel Amátriain, 57 años. Sus padres procedían de la Valdorba, crecieron en Gabarderal: “Yo fui el primer niño en nacer aquí, y antes que yo, una chica”. Casado con Lidia Jiménez Lánguiz, hija de colonos de Aragón, hilvanan con Miren Fernández Ripa la historia del pueblo. Ella viene en su bici en color lila, como sacada de una novela de Marsé o Landero. La aparca y conversa con Blasa. La familia de Miren también llegó desde Armañanzas. Diez hermanos, de los que varios se quedaron en Gabarderal. Son 130 personas empadronadas , ya sin apenas agricultores, “y con 72 chimeneas”, cuenta Ángel Amátriain las casas que hay en el pueblo.
“Cuando llegaron como colonos, unos aguantaron, otros se fueron. 22 casas se vaciaron y los vecinos decidieron conservarlas como patrimonio del pueblo. Ahora están alquiladas y ese dinero supone un tercio de los ingresos locales. Gabarderal es concejo de Sangüesa, pero posee un estatus singular, mayor autonomía, en fin. En este contexto se entiende que tengan contratada a una persona para el mantenimiento de las zonas verdes, la piscina y las pistas de tenis y los merenderos, junto al frontón cubierto, “una instalación que inauguraron Julián Retegi y José María Cirarda”.
Las familias que se quedaron edificaron un pueblo, son raíces que apuntalarán la historia, como Lidia Lánguiz, 82 años estilosos y una memoria de 18. Llegó desde Piedratajada, en Aragón, en 1964. Madre de tres hijas y abuela de cuatro nietas. De Usún es María Soledad Gómez Rego, 75 años, una mujer de formas frágiles y ojos azul intenso que resume su vida azarosa, pasando por Bidaurreta antes de recalar en Gabarderal. Ellas y una decena de personas más improvisan una tertulia a la salida de la misa del sábado, la única de la semana, punto de encuentro en un pueblo sin tiendas ni bar, aunque pronto abrirá arrendado el del concejo.
Gabarderal muga tierras con Zaragoza y se sitúa a cinco kilómetros al sur de Sangüesa. Como para ir a pie. “Uy, las veces que hemos ido andando, qué remedio”, apunta amable Blasa con su blusa blanca, con una joyita en forma de aguja en la solapa y un pañuelo de flores, colores acompañan al blanco de la pared de su casa, la adornaran el último sábado de mayo.
“Venir aquí era una oportunidad y fue una historia de superación. Lo pasaron muy mal”, describe Ángel Amatriáin. Pero Blasa, Lidia, Soledad y tantos más, se detienen en los buenos momentos, con ellos sonríen. “Nos necesitábamos, y eso nos hacía estar más unidos también. Déjame una bolsita de azúcar o dos duros que voy a comprar cerillas”, ilustra Lidia Lánguiz de cuando traían el agua en calderos desde la acequia. “Pero ya no nos acordamos de las miserias”, mejor lo pasan en los calderetes, jugando a las cartas o cosiendo y cultivando para los proyectos de Gabarderal Solidario, ahora encallado por la covid.
En Gabarderal hay nueve vecinos en edad escolar: cuatro en Primaria y cinco en Secundaria. Recuerdan Lidia Jiménez Lánguiz que ellas tuvieron escuela hasta 1975, “y en mitad de tercero de EGB” les trasladaron a la concentración de Sangüesa.
La vista tiene alimento del bueno con el paisaje que rodea Gabarderal. “Una vuelta al pueblo es un kilómetro, así que cinco vueltas, cinco kilómetros, un paseo majo”, detallan mientras varias mujeres caminan.
Podría ser primavera siempre en un pueblo que toma su nombre de una rosa silvestre. La gabardera salpica de colores apacibles el campo donde se levantó este lugar de colonos, en 1960. “Siempre ilusión y esfuerzo”, dice un monolito de piedra en la pla
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