Los Iriarte Roteta, una gran familia que se reúne todos los días
En su casa, de lunes a viernes, hay once comensales alrededor de la mesa: abuelos, hija, nuera, los cinco nietos y un tío abuelo
- Sonsoles Echavarren
“Vamos a hacer una guarida. ¿Venís conmigo?” Alejandro Iriarte Yu, de 9 años y espada de plástico en mano, apremia a sus primos pequeños para que le acompañen en su aventura. Son las 19 horas de jueves 1 de febrero y, como todas las tardes, corretea descalzo por el pasillo de la casa de sus abuelos paternos. En la calle, ya es de noche, llueve y la temperatura no supera los tres grados. Pero en ese sexto piso del barrio de Iturrama hace calor y todos los niños juegan en camiseta de manga corta o larga. “¡Ríndete!”, le apremia su primo Adrián Gil Iriarte, de 6 años, dando saltos por el sofá del salón. “Esta es nuestra banda sonora de todas las tardes”, se ríe su abuela Mercedes Roteta Ibarra, mientras cuenta su rutina diaria alrededor de la mesa del comedor. A punto de cumplir 63 años la próxima semana (“¡pero aún tengo 62!”, insiste entre risas), esta mujer, grande en estatura y en corazón, asegura que es “muy feliz” rodeada de sus cinco nietos. “Lo hago encantada. Yo he tenido una madre maravillosa y es lo que he aprendido. Devuelvo lo que he recibido”. Prejubilada en una empresa de montajes eléctricos en la que trabaja por las mañanas, prepara todas las noches la comida que comerán al día siguiente ella, su marido, su hermano divorciado y sus cinco nietos: los dos de su hijo David, ingeniero de 41 años (Alejandro y David Iriarte Yu, de 7 y 4) y los tres de su hija Andrea, enfermera de 40 (Diego, Adrián y Javier Gil Iriarte, de 9, 6 y 4). “Yo soy el que me encargo de la logística. Voy al supermercado, la carnicería, la pescadería, la frutería... Todas las noches hacemos una lista para el día siguiente”, explica el abuelo, Juan Iriarte Iturgáiz, jubilado, que suma 67 años y más de cuarenta como electricista en varias empresas.
Mercedes y Juan se dividen los ‘viajes’ para llevar y recoger a sus nietos del colegio cuando sus padres no pueden. El abuelo se hace cargo de Alejandro y David, que estudian en el colegio público Iturrama. Y Mercedes recoge todos los días a Diego, Adrián y Javier, del colegio Santo Tomás (Dominicas) en el Casco Viejo. Hacia la una y media, se reúnen los cinco niños, sus madres (Andrea Iriarte, enfermera en la zona de Olite y que está haciendo el doctorado; y Mónica Yu, taiwanesa y profesora de chino) y el tío abuelo Luis Roteta. “Nos encanta comer todos juntos. Seguimos las indicaciones que nos dan los padres de los niños de que haya verdura y alimentos saludables. En general, comen todos muy bien”, relata Mercedes. David Iriarte y su cuñado, Fermín Gil, ambos ingenieros, comen en sus empresas.
‘TETRIS’ DE EXTRAESCOLARES
A las tres de la tarde, Andrea y Mónica llevan a sus hijos al colegio y se van a trabajar. Y a las cinco, Andrea y los abuelos se encargan de recoger a todos los niños de sus colegios y ‘encajarlos’ en su ‘particular tetris’ de actividades extraescolares. “Tenemos dos que hacen kárate en la Rochapea; otros dos, natación en Anaitasuna; y uno, baloncesto en San Cernin”, enumera Mercedes. “¿Que si nos aburrimos? ¡Nada de nada!”, añade divertido su marido. Hacia las siete, los cinco niños se reúnen de nuevo en casa de los abuelos y allí les recogen sus padres. “¡Nunca se quieren ir! Aquí están felices. Son como hermanos porque se están criando juntos”, explican. Y Alejandro corrobora las palabras de su abuela. “¿Me puedo quedar a dormir?”, pregunta meloso. “¡Claro que no! ¡Vamos a nuestra casa!”, le recrimina en broma su padre.
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Cuando todos se marchan, la casa se queda en silencio. “Se hace muy raro. Entonces, yo me pongo a cocinar para el día siguiente. Y cuando termino, mi marido ve deportes en el salón y yo, mis películas, en otro cuarto. ¡Así todos contentos!”, vuelve a reírse Mercedes. Insiste en que ese relato es el de un “día normal” pero que la logística se complica “cuando hay alguno malo”. Como ocurre ese jueves. “Abuela, voy a vomitar, que me duele la tripa”, dice resuelto David, de 4 años, que vuelve a los pocos minutos tan fresco como una rosa y sigue con la guarida. “A veces, coinciden más de uno en este ‘hospital’. Lo típico a estas edades”, sigue Mercedes. Y entonces, continúa Juan el relato, les gusta abrazarse a los abuelos. “Ayer, David y yo estuvimos toda la mañana acurrucados en sofá viendo una película. Le encanta que le abrace cuando está enfermo. Así se siente más seguro”, cuenta.
El matrimonio coincide en que “los lazos familiares” y los “buenos amigos” son lo más importante en la vida. “Nosotros hemos vivido como una piña. Hasta que cumplí 50 años, comíamos todos los días con mi madre -dice Mercedes- Con los padres de Juan hubiera ocurrido lo mismo pero murieron cuando nuestros hijos eran pequeños”, recuerda Mercedes mientras mira a su hija. “Luego vas tú”, se ríe. Y, recalca, no echan de menos irse de viaje ni hacer otras actividades. “¿Qué íbamos a hacer en la playa?” Los cinco nietos, coinciden, son niños “muy tranquilos” que juegan “muy bien” entre ellos y les encanta ayudar en la cocina. “No tenemos que tirarnos por el suelo”, se ríen. Y así, Diego, Alejandro, Adrián, Javier y David continúan construyendo sus guaridas en las literas de casa de sus abuelos. “Nos encanta verlos felices”.
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“Vamos a hacer una guarida. ¿Venís conmigo?” Alejandro Iriarte Yu, de 9 años y espada de plástico en mano, apremia a sus primos pequeños para que le acompañen en su aventura. Son las 19 horas de jueves 1 de febrero y, como todas las tardes, corr
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